Es una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Eso no significa que sea una calle sin nombre en una ciudad sin nombre. Sin embargo, qué importa el nombre de una calle cualquiera y qué nos importa cómo se llame esa ciudad con nombre. La calle no es calle sin las personas, y las ciudades…las ciudades no son ciudades sin la gente.
Hoy la gente no se reconoce así misma, porque necesita ponerle un nombre a las calles y convertir a las ciudades en algo, para que no ardan en la hoguera. Esa gente, es la misma gente que transita por esa calle cualquiera de esa ciudad con nombre, pero lo hace sobre los pasos ajenos, porque de los propios se ha olvidado, ya que piensa que el destino, su destino, ha sido establecido por otros.
Somos gente convertida en simples transeúntes, en caminantes, pero que no hacemos camino al andar, como dijo el poeta, sino en caminantes que hemos olvidado lo que era pasear, porque solo el que pasea, es capaz de observar. Somos gente que se oculta detrás de los disfraces con los que nos vestimos cada mañana. Somos gente transformada en objetos fiduciarios de esos otros que hablan con grandilocuencia. De abogados con maletines llenos de papeles de vidas ajenas, que guardan pasados buscando un futuro olvidando el presente. De maestros que han perdido a sus alumnos, porque éstos ya no quieren aprender, ya que piensan que han venido al mundo para enseñarnos que la ignorancia es la nueva fuente del conocimiento. De médicos que se cruzan con enfermos para los que no tienen un diagnostico, pero a los que recetan analgésicos y estimulantes, para alcanzar el placer efímero hasta que llegue el momento de ingerir la siguiente dosis. De directores de banco con trajes oscuros y corbatas de cinco euros, que abren cada mañana su oficina, y que son dueños de nuestro dinero, porque solo ellos saben que nunca fue nuestro. Y en la fachada de la oficina de ese director de un banco cualquiera, están escritas tres palabras donde se prohibe fijar carteles; donde se prohibe que cada transeúnte escriba de su puño y letra un verso, como los de los poetas que le escriben al amor; donde se prohíbe que se dibuje un grafiti a color, proclamando la revolución de la gente por una nueva libertad; donde por prohibir lo prohibido, ha permitido que queden pegados a la fachada los restos de un cartel, sin miedo a decir que el pegamento usado fue esnifado por un niño de trece años.
Y mientras tanto, siguen cruzando el abogado con el maestro, el médico con el enfermo, y en la pared de enfrente, oculto bajo los cartones mojados de la humedad de la noche, de las mantas raídas por las ratas que se detienen durante la madrugada buscando las migas de pan, se encuentra él, un hombre sin nombre, pero con calle, que está apostado en silencio tras un cartel donde mendiga la limosna de la gente convertida en transeúnte de una ciudad con nombre.
Ciudad sin ciudadanos libres… Solo puede ser una prisión camuflada.
Me ha gustado. Un saludo, Juan Antonio!
Y cuando creemos que somos ciudadanos libres, de repente descubrimos que la ciudad se convierte en nuestra prisión.
Mil gracias Lidia por tus comentarios y me alegro que te haya gustado.
Un fuerte abrazo
No sabés cuánto se parece a la ciudad en la que vivo….. Muy real tu relato. Un abrazo enorme!
Es una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, pero es una calle con nombre de todas nuestras ciudades.
Gracias por tu comentario.
Un fuerte abrazo!!
Impresionante Juan Antonio, retrato perfecto de una sociedad que nos engulle y nos deshumaniza. ¿Alguien habla de «robots»?. En eso nos estamos convirtiendo, olvidando que un día fuimos corazón «sintiente», Es necesario salir de ahí y comunicarnos con la naturaleza y observar al otro y comenzar de nuevo… desde «adentro». Un abrazo
Muchas gracias por tus comentarios y suscribo tu reflexión totalmente. Esperemos que un día volvamos a tomar el camino de sentir desde nuestro interior, por lo propio y por lo ajeno.
Un abrazo enorme