Hoy he visto unas manos, pero no unas manos cualesquiera, sino una de esas que te hablan, que te dicen que hay una vida en ellas. Su piel tallada por el tiempo, por el invierno y el verano, por las noches de insomnio y aquellos amaneceres eternos. Unas manos de esas que cuando las sientes de cerca te enseñan que la vida no consiste en que pasen los días, porque en sus líneas nunca se leyeron letras, sino que se escribieron palabras que una vez fueron malditas y hoy se dibujan de ilusión.
Esas manos las he visto cerradas, apretando los dedos entre sí, con una sangre invisible, por una rabia callada que nunca dejó escapar. Un mano hecha puño, con fuerza, con mucha fuerza, pero vacía de agresividad y siempre llena de amor. Aquellas manos nunca dieron un golpe en la mesa, pero sí se la dieron a su pasado, y lo convirtió en olvido, en ese olvido que nunca debió existir.
Una mano cerrada atrapando los instantes, haciéndolos suyos, en el silencio y en la soledad. Has mirado tus manos y dejado caer una lágrima. Has querido ocultarlas para nadie adivinara lo que desean, lo que sueñan cada anochecer. Tus manos fueron un día miedo, pero siempre escondieron el valor y la grandeza de quien las utiliza para acariciar al prójimo y hacerles vivir.
Esas manos que son la mirada de los ciegos y los labios de los mudos, hoy se abren de par en par, se extienden llena de paz. Me hablan y me expresan lo que una vez perdió o quizás no pudo encontrar, pero hoy esas manos me hablan de su verdad, son notas musicales del silencio y con sus movimientos son la batuta de esos sentimientos que escondemos por miedo a mostrar.
Hoy he visto unas manos, unas manos que son de verdad.