Tan, tan, tan,… suenan y no se detienen. Su sonido ensordece mis gritos callados de cordura.
Las horas de la noche siempre caen en ese abismo del tiempo donde todo parece volver a empezar. Es una noria que de día se transforma en noche, una rueda giratoria que no se detiene ante los instantes y continúa en ese caminar imparable del destino y de la vida.
Tan, tan, tan,…. han dado las doce, esa frontera en la que se adivina la madrugada, en la que el silencio se esconde tras las paredes, de voces que afinan su cuerdas de aire del desafinado mundo real. Y tú, maldito reloj, los puñales de sus agujas y ese martillo que su sonido cae cada noche, te haces dueño de la oscuridad, cómplice indulgente de un cielo escondido entre estrellas diseminadas.
No se escucha la cerradura, la puerta no se abre. Tan, tan,…son las dos, y el silencio ya no se esconde.
Enciendo la luz de la mesilla. Está despierta como yo. Nos miramos. No me dice nada, sonríe levemente y su silencio me habla. Pensamos lo mismo, desde el primer día que nos conocimos siempre adivinamos nuestros deseos. Me da su mano y la aprieto con fuerza, cierra sus ojos y no quiere pensar. Me levanto. Despacio, sin hacer ruido, voy a su habitación. Abro su puerta y la cama sin deshacer, sus muñecas duermen en soledad. Levanto la persiana, la noche refresca, ¿estará pasando frío?
Tan, tan, tan…seis golpes en el pecho de ese maldito reloj. El amanecer llega tarde, quiere acompañarla supongo.
Tan, tan, tan,…son las ocho. El sol asoma su mirada entre las persianas y las cortinas del salón. Nos asomamos a su habitación, la cama sigue igual. Nos miramos, ya ella no volverá. Nuestra pequeña princesa, nuestra niña, nuestra querida Ana se nos casó ayer.
Saludos Juan Antonio, precioso el relato, como todos los tuyos, la verdad que en estos momentos me ha ayudado a ver, seguiré leyéndote.
Un fuerte abrazo.
Julio