La noche ya comienza a refrescar y el viento que durante la mañana me susurró al despertar, ahora se ha vuelto intransigente, áspero, grosero y maleducado. En esas horas del día ya desaparecido en las que se transforma la noche, los secretos, los misterios y los sueños se convierten en protagonistas que suben de la platea al escenario de esa obra de teatro que representamos cada anochecer.
Por un instante, la noche se convierte pasado, se transforma en futuro y se olvida del presente. Por un momento, la noche es infinito dentro del tiempo y cada madrugada regreso a ese pasado de la niñez para rememorar los instantes en los que de pequeño se vive y se sueña a la vez.
De pequeño, pensé que el primer amor y el primer beso son para siempre, que nunca se marcharían, que estarían siempre a mi lado, acompañándome en todo momento, y que no podrían alejarse jamás de mi vida. Sin embargo, ese primer amor se marchó con aquel primer beso, se alejó dejando únicamente la estela de un recuerdo y la cicatriz de la primera herida.
De pequeño, pensé que el cambio de milenio nos traería un mundo estelar, galáctico, donde todos viajaríamos por el espacio, donde el mundo cambiaría completamente, para al final descubrir que todo sigue igual, que los cambios, esos cambios de los que hablan, sin embargo apenas han transformado la conciencia del ser humano.
De pequeño, pensé que la vida era eterna, que la ausencia nunca sería compañera de mi viaje por este mundo. Pero por aquellas sorpresas del destino, un día conocí a esa extraña pasajera que llegó a visitarme y mostrarme que su existencia forma parte de este recorrido y que llamarse muerte no es sino complemento de la vida.
De pequeño, pensé que un día cuando fuera mayor de edad, todo sería diferente, y que tendría independencia, sabiduría para caminar por la vida y que la libertad sería esa amante añorada de la niñez. Pero al cumplir los dieciocho años descubrí que eran falacias de aquella niñez.
De pequeño, pensé que un día, ese día en el que dicen que la madurez atrapa el cuerpo y se instala en la mente, llegaría esa calma que nos convierte en seres felices, pero al retorcer la esquina de este camino, comprobé como incluso en ese momento de la vida, la felicidad no se hace estado, sino que se convierte en un pequeño instante que por momentos se hace casi inapreciable a la mirada de cada ser.
De pequeño, pensé que un día dejaría de ser pequeño para vivir los sueños que una vez soñé.