ENGAÑO

 

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Como el hielo derretido en un vaso de whisquy
que se encuentra abandonado junto a una jukebox
desenchufada de la pared.
Como las colillas en un cenicero
que hace días dejaron de humear.
Como los diarios escritos a media tarde,
cuando ni el atardecer ha pensado en asomarse
allá por el horizonte.
¿Qué sabes tú de las mentiras?

No existe roce de piel, ni besos,
ni caricias amputadas por la distancia.
No hables de verdades a medias,
ni de historias inventadas sobre un papel.

No pongas sueños en los labios
porque en tu boca cerrada

navegan las promesas rotas.

¡Escupir palabras!, eso haces.
Cortar la carne con un cuchillo desdentado,
comerte las vísceras de tu propia angustia.
El olor a sangre te excita,
la muerte saborea el silencio
que se relame dentro de ti.
En el engaño chapotea tu miseria
como en el espejo se refleja tu ausencia.

¿SUBE O BAJA? (final)

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El azar lo tiene todo calculado. No deja nada a su suerte. Todo está bajo su control. El azar es el dueño de nuestro día a día, y nos hace creer que todo lo que nos sucede, es por esa falacia de la libertad de decisión que dicen que tenemos. Somos unos ilusos. Algunos dirán que exagero, que no estoy en lo cierto, que el azar no tiene tanta importancia como pienso. Pero si no fuera así, que alguien me explique si no hemos venido a este mundo por un puro juego de azar, porque entre tantos millones de espermatozoides y un óvulo solitario, aquí nos encontramos, convertidos en el resultado de un infinito cálculo de improbabilidades. 

En este punto de la historia, hoy comprendo más que nunca que el azar es el dueño de todo. Porque por azar llegué a esta ciudad, por azar me instalé en la decimonovena planta de este edificio; y por azar he estado viviendo aquí durante quince años. Y si no hubiera sido por ese azar, no os habría confesado mi pánico a las alturas, y que un secreto convierte a tu amigo en tu mayor enemigo; y no habría revelado que una mentira nos lleva a otra mentira, y que como mentiras que son, apenas esconden pequeñas verdades. Por esa misma casualidad convertida en azar, la música ha dejado de sonar en mi iPod, y ha transformado el silencio, ese silencio que se esconde en el ascensor, en una trampa de la que me resulta imposible escapar. Por aquella enfermedad que tengo en los juegos de azar, conocí a la chica del noveno, la del vestido negro, tras salir una madrugada del casino donde ella trabajaba. Y por ese incontrolable mundo de lo azaroso, el ascensor se ha detenido en la tercera planta, porque ese ha sido el final de su trayecto, donde todo ha terminado. Como lo que está a punto de terminar. 

Son las doce del mediodía y el calor es sofocante. A esta hora podría estar tomando una cerveza en el bar de la esquina, celebrando los restos de la noche de San Juan. Pero cuando compruebo que estoy de nuevo en manos del azar, no me queda más remedio que conjurarme a él, pensar que es mi fiel aliado, y creerme, una vez más, que todo está bajo el control de mi voluntad. Sin embargo, llegado ese momento, descubro que el único aliado del azar es el tiempo. Y esa alianza, os confieso, es la que da por concluida la historia de mi vida, y diría más, de nuestras vidas.

Los cuarenta y cinco segundos que tarda el ascensor en bajar las diecinueve plantas, se han convertido en seis horas aquí encerrado. Lo cuarenta y cinco segundos que debían llevarme desde esa falsa cima de poder en la que me creía encontrar, hasta pisar los adoquines de la calle, se han detenido. El tiempo, como ya os dije, corre de una manera distinta en el interior del ascensor. 

Apenas logro oir algunas voces ahí afuera. Y sólo escucho unos murmullos lejanos que leen un cartel que dice: Ascensor fuera de servicio. Averiado. No logro que me oigan. No consigo hacerme escuchar. Apenas puedo ya respirar. Y el tiempo discurre; y mientras tanto me ahogo; y el oxígeno no me llega. Me asfixio. Y noto como los borbotones de sangre recorren mis pulmones. Mi cabeza va a explotar de la angustia que siento, y de la soledad de verme ante la muerte. Y mis ojos comienzan a desvanecerse, mientras mis manos se apoyan en el suelo del ascensor que está encharcado de sangre. No puedo más. En este último hilo de aire que puedo respirar, sólo os pido una cosa: que me juréis unos, y que me prometáis otros, que guardaréis como un secreto lo que habéis escuchado y visto aquí.

FIN

 

SAN VALENTÍN HA MUERTO 

 

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Muelle de Rota (Cádiz)

 

Por el corredor de la muerte,
Cupido camina esposado.
Arrastra sus pies,
ensangrentados y desnudos
entre flechas despuntadas
que yacen por los fracasos.

Cabizbajo,
ninguna lágrima derrama.
El arquero, un ángel endemoniado,
siente en sus dedos el dolor de las llagas,
que se abren cada noche,
en la pesadilla de ser el asesino
de amores inocentes.

Recuerda Cupido aquella mañana,
de un febrero oculto entre nieblas,
donde el amor se disfrazó de odio
manchado sangre.
San Valentín fue hallado muerto,
apuñalado por la espalda.
Un cobarde lo ha asesinado.

Corre por sus venas la muerte,
en su garganta
la saliva lo ahoga.
Hoy el arquero conocerá la justicia,
la que alguien llamó divina.
Al atardecer, es ejecutado
por el ser humano
(inhumano).