EN MODO BORRADOR


img_9238

Hoy ha comenzado a agotarse la tinta de aquel bolígrafo que hace casi dos años sirvió para escribir en un cuaderno siete palabras. Mientras el azul se diluye en esa agonía de sus últimos trazos, recuerdo que aquellas primeras palabras se quedaron dormidas durante algunas semanas, quizás meses, por aquello de que el tiempo se va de las manos. Unos garabatos ilegibles y desordenados se convirtieron en compañeros inseparables, mientras emprendía aquel otro viaje al que me llevó Historias de una casapuerta (Editorial Libros.com), con sus presentaciones y su contacto con los lectores (si es que alguno ha tenido la valentía, y sobre todo la paciencia, de llegar a su última página).

Aquel boceto de ideas permaneció impasible como un mero observador (eso pensé y me he equivocado), ante lo que fue mi primer libro. Mientras escuchaba voces que provocaban el desánimo (por no decir que lo buscaban); que se burlaban  de las horas frente una hoja en blanco que comenzaban a llenarse de tachaduras; que colocaban la etiqueta de aficionado, con el aire del menosprecio que esa palabra nunca debe guardar; aquellas siete palabras fueron tomando la forma de lo que había rondado en mi cabeza desde hacía muchos meses atrás. Aquellas siete palabras se fueron transformando poco a poco en algo que hoy comienza a sentir los latidos de su corazón, que con sus manos frota unos ojos que aún no pueden ver, pero que buscan encontrar su propia mirada.

Como bien sabéis lo que tenéis el infortunio de conocerme, para nada soy prolífico en la creatividad literaria, ni he llenado estanterías de libros con mi nombre, ni con seudónimos a los que pensé alguna vez recurrir; para nada tengo un currículum de premios y reconocimientos, pero como a veces es necesario dar un golpe en la mesa, para hacer sentir la vanidad del derrotado, cuando de nuevo llega otra celebración del Día del Libro, os quiero mostrar lo que tengo en mis manos: el  borrador de otro proyecto.

Hoy por hoy soy consciente que este simple borrador es todo y es nada, que puede quedarse en ese estado el resto de sus días, y que tal vez, se quede olvidado en un cajón. Pero como siempre me ha gustado burlarme de mí mismo, y cuando el viento de levante sopla enloquecido agitando el flequillo que cae sobre mi frente, me vais a permitir que os muestre la ecografía de lo que viene en camino, y que si alguna vez es capaz de ver la luz, pues tendremos que ponerle un nombre.

CIEN VERSOS OLVIDADOS

 

IMG-20140608-WA0000

La vida acecha cada noche. Oscura, impasible,
en su extraña mirada de ojos dormidos,
sobre la punta de unas zapatillas de bailarina
de pasos silenciosos.
Un telón echado a la luz, un olvido a la muerte,
al engaño que llegó tras la luz del atardecer.
Asoma la penumbra, la voz rota se ha callado,
nuestros caminos se desvanecen, lentamente.
El último beso desaparece en un instante, un verso olvidado.
Cierras los ojos.

Desnudas la madrugada. El insomnio de tus labios,
voz que susurra a la oscuridad de paredes blancas,
tiembla el aire atrapado.
Los cuadros nos observan, ojos de ángeles y demonios
del tiempo detenido. Recuerdos, siempre recuerdos,
¿dónde quedaron los olvidos?
En tus manos, en un miedo marchito. El deseo
busca un destino abandonado en el tiempo, los roces.
Las caricias de aquel instante, un verso olvidado.
Abre los ojos.

Y sobre la mesa, reposan las cartas, duermen desde el ayer.
Aromas de papel, rasgado y amarillento
pasado de palabras que la tinta ha difuminado. Letras,
que el levante de locura dispersó en el aire,
que dejaron caer
en el naufragio de un mar cristalino.
Frágil soledad,
en la frontera de la esperanza.
Sobre tu piel escribí una vez, en el silencio de tu mirada,
cien versos olvidados que hoy vuelven a nacer.

CIEN…

la foto

Quiero daros las gracias por soportar mis letras desordenadas, esas que un día quisieron encontrar su propio camino. Por mis palabras perdidas en un mundo de silencios, y por mis reflexiones, a veces absurdas, pero que han deseado rasgar un trocito del alma. Hoy quiero daros las gracias porque si he llegado a este punto, al final de un recorrido, hoy comienza un nuevo trayecto que es necesario emprender.

He puesto la mirada en aquel primer día y hoy ya han quedado atrás noventa y nueve entradas en este blog. En cada una de ellas he dejado un instante de imaginación, hablando del paso del tiempo, de los recuerdos y del olvido, del silencio, de la ausencia, de los problemas cotidianos, de la muerte, del amor,…. en definitiva, de los instantes de la vida.

Cien, 100. En letras o en números. Cuando se llega a él todo parece acabar, pero también se produce el inicio de un camino, el comienzo de una nueva etapa que nunca pensé que podría llegar. Un día decidí que al llegar a esta entrada lo dejaría todo, quizás como un legado de vanidad para algunos, o de simple inexistencia para la gran mayoría. Abandonaría este proyecto personal, como es el de compartir aquellas ideas que se vienen a la cabeza y que decides plasmar y dejarlas por escrito, en lo que antes era un papel y ahora es la pantalla de un ordenador. Y lo haría con todas sus consecuencias, con lo bueno y con lo malo. Sin embargo, cuando ves que llega el final, tomas consciencia de que ahora todo vuelve a empezar. Pero claro, ya no es lo mismo, ahora el punto de partida es otro. Tu forma de ver lo que te rodea ha cambiado y empiezas a comprobar y valorar otros aspectos de la vida, que quizás un día pasaron por tu lado sin mayor importancia y que ahora los ves con la mirada de un tiempo vivido.

Y cuando llego a cien, a este número emblemático, me detengo y compruebo que algo de despedida sí que existe. De repente llega a mi cerebro esa palabra que he intentado muchas veces evitar, de eliminar por miedo a conocer lo que habría detrás de ella. Esa palabra que apenas utilizo en mi vocabulario porque siempre pensé que tras sus letras no queda nada más. Ese vocablo compuesto por cinco letras, que apenas sale de mis labios y cuando lo escucho, intento casi ignorar. El adiós es una despedida sin retorno, es la puerta del olvido, cuya cerradura tiene una llave oxidada de recuerdos. El adiós se convierte en ese abismo de oscuridad que no tiene ya un fondo para caer desvanecido. El adiós es un fin indeseable que nadie quiere escuchar.

Sin embargo, una tarde aprendí que el adiós es un hola. Que una despedida es una puerta abierta para conocer otro mundo, otra mirada, otra palabra. Una tarde aprendí que una «casualidad» convirtió el adiós en una rotonda con diferentes vías de salida, que te llevan de repente a otro recorrido, que te enseña que siempre hay otras baldosas que pisar, que recorrer y vivir. Y descubres que la vida es eso, una despedida continua, un adiós que se transforma en un hola, un cruce de caminos entre el fin y el principio, que se transforma en principio y fin. Es el anochecer que despide al día, para regresar al amanecer. Y una vida que se marchita para llegar a ser muerte y en ese instante volver a nacer.

Una tarde aprendí que aquella palabra, ese adiós, no cerró puerta alguna. Que ese adiós no llevaría al olvido, porque detrás de esa puerta existe otro camino que debemos emprender y siempre veremos que una despedida nunca se convirtió en un adiós, sino en un hasta otro momento, un hasta luego teñido de otros colores, de otras palabras que ahora se han transformado y que han vuelto a ser un nuevo amanecer.