La vida acecha cada noche. Oscura, impasible,
en su extraña mirada de ojos dormidos,
sobre la punta de unas zapatillas de bailarina
de pasos silenciosos.
Un telón echado a la luz, un olvido a la muerte,
al engaño que llegó tras la luz del atardecer.
Asoma la penumbra, la voz rota se ha callado,
nuestros caminos se desvanecen, lentamente.
El último beso desaparece en un instante, un verso olvidado.
Cierras los ojos.
Desnudas la madrugada. El insomnio de tus labios,
voz que susurra a la oscuridad de paredes blancas,
tiembla el aire atrapado.
Los cuadros nos observan, ojos de ángeles y demonios
del tiempo detenido. Recuerdos, siempre recuerdos,
¿dónde quedaron los olvidos?
En tus manos, en un miedo marchito. El deseo
busca un destino abandonado en el tiempo, los roces.
Las caricias de aquel instante, un verso olvidado.
Abre los ojos.
Y sobre la mesa, reposan las cartas, duermen desde el ayer.
Aromas de papel, rasgado y amarillento
pasado de palabras que la tinta ha difuminado. Letras,
que el levante de locura dispersó en el aire,
que dejaron caer
en el naufragio de un mar cristalino.
Frágil soledad,
en la frontera de la esperanza.
Sobre tu piel escribí una vez, en el silencio de tu mirada,
cien versos olvidados que hoy vuelven a nacer.
¡Cuánta nostalgia! Tus versos recuerdan un pasado sin olvido. Pero son eso, recuerdos.