DORMIR EN EL PARAÍSO

Aquella carta sin remitente. Aquel número de teléfono. La duda de llamar o no llamar. Aquella llamada. El buzón de voz. La voz. Su voz. La fecha. La hora. El lugar. Un encuentro. Despertar en un lugar que no es tu lugar. Un cuchillo jamonero. Un cuchillo por afilar. Lavar el cuchillo. Lavarlo de nuevo. Envolverlo. Los mensajes de ella. Su insistencia. De nuevo, su voz. Su mirada. Aquel papel sobre la mesa. Un bolígrafo. Un perfume. El olor de su piel. Firmar o  no firmar. Su nombre. Su voz otra vez. Carolina me atrapó y me llevó a su terreno.

Han pasado unos días. Han sucedido todos estos acontecimientos. Pero ya está en casa. Ha llegado a la hora fijada. Y además, tiene las dimensiones perfectas.

De aquel encuentro a las 19:30 horas fue difícil escapar. Ya tengo en mi poder a LoGibraltar, el último modelo de colchones que ha salido al mercado. LoGibraltar dispone de los últimos avances tecnológicos en antidivorcio y separaciones en curso. La última tecnología desarrollada por la NASA sobre el descanso, haciéndote sentir que flotas en la ingravidez del espacio. Cuenta con los dispositivos necesarios para no dar vueltas y vueltas en la cama. Y puedes programarlo para que algún día quieras darte una prórroga entre las sábanas. Es el colchón perfecto para el descanso después de todo un día de duro trabajo. De LoGibraltar nunca te separarás. Es el no va más del mercado. «Con LoGibraltar, dormirás en el paraíso», reza en toda su publicidad, y en el estribillo que se repetía insistente con la música de fondo que se escuchaba en el salón de aquel hotel, donde quedaron los sobres sin remitente amontonados en un rincón.

En el salón de aquel hotel nos congregamos un nutrido grupo de compradores que fuimos atrapados por la curiosidad, el misterio y por aquella voz. Y como dijo Carolina, la voz en off de toda esta historia: en el futuro, seguiremos en contacto.

(Aquí termina la historia de un no hilo que se fue hilando poco a poco en mi cuenta de Twitter y que podéis encontrar en @jagonzalezrh).

UN AMOR EN EL TRASTERO

 

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Las dos entradas de un cine de verano, de una película que ya no recuerdo, pero que esperamos hasta el final para ver los títulos de crédito. La letra de una canción de un grupo que desapareció sin dejar rastro y que han repuesto en un programa de televisión un domingo por la tarde de este invierno pasado. Las cartas arrugadas dentro de los sobres abiertos, salvo la última que no tiene matasellos, ni remite, pero que dejé en el buzón de tu casa pero que nunca leíste, y me la devolviste por debajo de la puerta. La fotografía de un atardecer en la playa de nuestro primer otoño juntos. El bolígrafo de tinta roja con el que dibujaste en una servilleta de ese bar que cerramos al amanecer, un corazón atravesado por una flecha, pero que se difuminó una tarde de lluvia y tormentas. Un libro de poemas que no tiene dedicatoria, pero en el que escribiste tu nombre en todas las páginas impares. Una fotografía tuya tamaño carnet y otra que aparece rota por la mitad, porque algunas historias se quedaron a medias. Una cinta de casete donde grabaste tu voz para que me fuera la cama escuchando tus buenas noches. La postal que no enviamos de cuando estuvimos el fin de semana en Barcelona y pusimos en la puerta de la habitación del hotel la tarjeta de do not disturb, porque decidimos comernos el please. Nuestra última cajetilla de tabaco, donde quedaron tus labios marcados en la boquilla del último cigarro que nos fumamos juntos.  

Esta mañana estuve ordenando el trastero y colocando las cajas en una estantería de metal.

CIEN VERSOS OLVIDADOS

 

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La vida acecha cada noche. Oscura, impasible,
en su extraña mirada de ojos dormidos,
sobre la punta de unas zapatillas de bailarina
de pasos silenciosos.
Un telón echado a la luz, un olvido a la muerte,
al engaño que llegó tras la luz del atardecer.
Asoma la penumbra, la voz rota se ha callado,
nuestros caminos se desvanecen, lentamente.
El último beso desaparece en un instante, un verso olvidado.
Cierras los ojos.

Desnudas la madrugada. El insomnio de tus labios,
voz que susurra a la oscuridad de paredes blancas,
tiembla el aire atrapado.
Los cuadros nos observan, ojos de ángeles y demonios
del tiempo detenido. Recuerdos, siempre recuerdos,
¿dónde quedaron los olvidos?
En tus manos, en un miedo marchito. El deseo
busca un destino abandonado en el tiempo, los roces.
Las caricias de aquel instante, un verso olvidado.
Abre los ojos.

Y sobre la mesa, reposan las cartas, duermen desde el ayer.
Aromas de papel, rasgado y amarillento
pasado de palabras que la tinta ha difuminado. Letras,
que el levante de locura dispersó en el aire,
que dejaron caer
en el naufragio de un mar cristalino.
Frágil soledad,
en la frontera de la esperanza.
Sobre tu piel escribí una vez, en el silencio de tu mirada,
cien versos olvidados que hoy vuelven a nacer.