Fueron las amantes perfectas,
las que se arrojaron al abismo de la pasión,
las que se olvidaron de sí mismas
en el efímero reloj de la vida.
Las que derramaron el deseo en su orilla,
entre dos cuerpos devastados por las caricias.
Fueron tierra mojada.
Sedienta la arena de ser la mar,
hambrienta la espuma
por alcanzar eso que el hombre llamó destino,
la tierra,
esa frente a la que nos detenemos
buscando los finales,
sin ser el final.
Y las dos se miraron por última vez
haciendo culpable al tiempo,
cuando la orilla se volvió abrupta
por rocas que se elevaban hacia las alturas.
Las dos comenzaron a alejarse por primera vez,
olvidando los días pasados
en esa otra frontera
de olas que ahora rompen contra acantilados,
y todo,
porque sintió la Tierra envidia de ser la Mar.
Precioso y evocador.. Abrazos d luz 🙂
Muchas gracias Mamen por tus palabras y por leerme! Un fuerte abrazo
Oh, qué bonito! Precioso poema! Esa atracción que siente la orilla por el mar y viceversa. No se sabe dónde empieza una y acaba la otra… siempre en inevitable gravitación!
Un abrazo, Juan Antonio! 😊
Mil gracias Lidia!! La mar tiene ese misterio que nos lleva hacia otros mundos. Gracias por leerme! Un fuerte abrazo
Son de esas atracciones que de tanto quererse, se matan por los desatinos del tiempo.
Muy bello.
Muchas gracias Dolors!! 🙂
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¡Qué bonito, Juan Antonio! Casi puedo oír el sonido de las olas rompiendo mientras leo tu poema. Un saludo,
Mayte
Muchas gracias Mayte, gracias por compartir tus sensaciones al leerlo! Un abrazo muy grande.
Juan Antonio
en los acantilados puede ser el miedo a la caída lo que nos separa… arrojarse puede tener valor metafórico.
a veces mirar el mundo desde los acantilados es la única manera de perder el miedo
Gracias por tu reflexión y por leerme