Me he perdido entre los pasillos y quizás no encuentre el camino. La luz exagerada, el ruido, una música inaudible se oye de fondo. Cuanta locura existe en esas miradas silenciosas que se cruzan junto a mí, y que durante una mañana o una tarde, ya nos convertimos en conocidos transeúntes del consumo desmesurado. Me pregunto qué hago aquí, si me he vuelto acaso en un esclavo de esas prisas y carreras de un tiempo que ahora parece abandonado.
Nos hemos tropezado. Tu cuerpo y el mío se han encontrado. Bruscamente apenas nuestros ojos se han observado. Por qué de repente ese odio hacia alguien a quién no conozco, ni de su pasado, ni de su presente, y a saber qué será incluso de su propio futuro. No hay un hola ni un adiós, ni una palabra que suavice un encuentro que nunca fue buscado. Quizás ya no vuelva a ver a esa persona que me ha mirado con unos ojos enrrabietados. Somos dos desconocidos, ya olvidados, entre una muchedumbre de materialismos y egoísmos perdidos.
Me detengo aunque no sé muy bien porqué. ¡Vaya!, se me había olvidado, tengo que seguir comprando. Te he sacado de mi guarida, de ese refugio donde siempre te guardo y te protejo de los malhechores de lo ajeno. Te he mirado y ahora te encuentro vacío, ni siquiera la soledad te hace compañía. Estabas ahí hace un rato y ya no sé el camino que habrás tomado ¿Este es el final de mi destino? ¿aquí termina mi recorrido? No lo sé, probablemente, no.
Ahora os tengo a vosotras, a esas pequeñas lápidas con mi nombre grabado, que decís que en vuestro interior lleváis a esa falsa riqueza de un capitalismo exacerbado. Mis dedos acarician cada una de vosotras y el dependiente me observa con esa sonrisa de sentirse por un momento dueño de mí. Y tengo miedo, mucho miedo, porque un día llegará que con vuestra frialdad me digáis que ya no soy nada en este mundo y habré muerto por esta maldita vanidad, en la que un día fui atrapado.