Mañana emprendo mi último viaje.
Cada fin de semana me encuentro en un lugar diferente, entre rostros que se pierden en la muchedumbre del bullicio, y en mi interior, un oasis de silencio, una cueva de miradas perdidas. Mañana será la última vez que me oculten en aquel enorme camión, ese que me lleva de una ciudad a otra y que me hace amanecer en cada nuevo destino. Mañana llegaré a la última estación de mi viaje y allí permaneceremos dos, tres o cuatro días. Todo terminará ahí, ya no volveré a encontrarme con los ojos solitarios de los que se atrevían a conocerme, a sentir el latido de los corazones perdidos y vagabundos que deambulaban en mi interior, a escuchar la respiración agitada del miedo.
El fin llegó. Ya nadie quiso estar conmigo en mis últimos días, introducirse entre mis venas y recorrer mi cuerpo, sentir mi silencio y quedar atrapado entre mi piel transparente. Nadie quiso sentir mi respiración, inhalar el aire caótico de un encierro visible para todos. Nadie quiso entrar y mirar entre aquellas paredes de cristal, escuchar mi sonido mudo de los deseos perdidos de este mundo, de ver desde mi interior como existía una alegría artificial que habíamos construido sobre egoísmos y vanidades. Ya nadie quiso entrar para perderse en mi interior, para conocerse a sí mismo y volverse encontrar, de hallar una salida a un camino que nos hizo perdernos.
Hoy he sentido que mi existencia ha sido inútil y estoy avergonzado de ella. He comprobado como mi presencia ha sido aprovechada únicamente por aquellos que se limitan a mirar a los demás, a ser útil para aquel público traidor de la solidaridad, amantes del bochorno y la vergüenza, a los espectadores del miedo, insolidarios de aquellos que se pierden en el laberinto de la vida y que no encuentran su salida de él. Me duele el pánico que hice sentir, las risas y la burla de aquellos amantes de la desdicha ajena. Me hiere saber que hice daño, que me convertí en un escaparate del dolor, de haberme rodeado únicamente de bufones ignorantes que se consideraban señores de un mundo perverso y cruel.
Una feria más, la última. Nuestras vidas se hicieron rutinarias, parecía que sólo existieran los fines de semana. Allí me colocaban entre el resto de atracciones, junto a la gigantesca noria, el tren de los escobazos, los coches de choque, la tómbolas de regalos inútiles….Todas aquellas atracciones llenas de emociones, risas, ruido y gritos de los más pequeños, me rodeaban durante aquellos días. Y allí estaba yo, en silencio, en mi soledad, entre todos aquellos animadores del alma y del espíritu y sintiendo por última vez la mirada extraña de mis compañeras, que habían visto como había envejecido en los últimos años, convirtiéndome en un cachararro de feria, y sabiendo que aquella sería mi última vez.
Hoy esos mirones, burlones de la sociedad que me rodearon, se quedan sin mí, y tendrán que buscar otra atracción de feria donde regocijar su deseo de ver la desgracia del prójimo, tendrán que hallar otro escenario donde encontrar el placer en el dolor ajeno.
En este nuevo amanecer deseo que este laberinto de cristal haya desaparecido.
Impactante y desgarradora..
Muchas gracias por tus comentarios. Hemos convertido a este mundo en un laberinto donde los mirones se vuelven ajenos al dolor del prójimo.
Un saludo y gracias