
Soy de la opinión de que si el amor es el motor de la vida, el desamor, tiene la misma presencia, y al igual que la experiencia del amor es vital, la del desamor es esencial.
Hace unos días nos reunimos en casa de unos amigos, estaba allí, Laura, ojos marrones, de melena larga de color castaño, recogida con una cinta roja, le caía por encima de su desnudo hombro derecho. Se mantuvo en silencio prácticamente durante toda la cena, apenas dijo cinco palabras, y su mirada aquella noche estaba ausente. Laura, extrovertida, risueña, siempre sonriente, era aquella noche otra mujer.
Cuando nos sentamos en los sillones del jardín a tomar una copa, Laura nos miró a todos y nos dijo:
– Os voy a decir que es el desamor.
Con una voz suave, comenzó a lanzar palabras:
La oscuridad, el silencio, la soledad,
mi cuerpo roto.
Las lágrimas perdidas, el negro horizonte,
la noche alargada, el día sin sol.
El frío, el vacío,
el alma abandonada.
El frío, el vacío,
el alma abandonada.
Cuando Laura finalizó de hablar, nuestras miradas se perdieron en la oscuridad de la noche, las palabras se abrazaron al silencio, y aquel llanto sonó como un trueno en el cielo. El desamor había llegado al corazón de Laura, aquella joven de quince años, convertida en mujer, había perdido a su primer amor, el de su enamorada Eva.