Si existe algo que nos identifica a los países latinos y del arco meditárraneo, y al sur especialmente, es el ruido. No creo que podamos negar que nos caracterizamos por ser ruidosos, por querer hablar más fuerte que la persona que tenemos a nuestro lado; por poner la música más alta, pensando que el cantante de esta manera lo hace mejor o que escuchamos la música con más atención; o que si hacemos sonar el claxon del coche de una forma exagerada, seremos personas más destacadas.
Siempre me ha llamado la atención que cuando escuchamos un fuerte golpe o existe ese ruido ensordecedor que nos agita el alma, cerramos los ojos, encogemos la cabeza y subimos los hombros. Supongo que es un mecanismo de protección y defensa con el que pretendemos evitar que nos causen daño, porque aunque seamos ruidosos, nos molesta, y principalmente si viene de los demás.
Ese ruido ha sabido ser aprovechado por la «NEBULOSA INTELIGENTE» y se está instaurando en nuestras vidas como si de algo normal se tratara. Infectados por esa «Nebulosa Inteligente», la clase política, los medios de comunicación, los «mercados»,… están diariamente bombardeándonos con ruido, mucho ruido, y nuestros cuerpos, que comenzaron a defenderse al principio, parece que están adoptando esa posición como una postura normal. Están consiguiendo que siempre permanezcamos con los ojos cerrados, que nuestras cabezas se encuentren continuamente encogidas y metidas entre unos hombros, tensos y alzados. Nadie se atreve a abrir los ojos, porque nos asusta lo que nos quieren hacer percibir. Nadie quiere levantar la cabeza, porque tenemos miedo a sobresalir y destacarnos del resto, y nadie quiere relajar los hombros, porque estamos pensando que si lo hacemos, la carga que llevamos sobre ellos, se caerá. Saben perfectamente que tanto ruido nos hace perder la esperanza.
Creo que empieza a ser el momento de no escuchar más ruido, de abrir los ojos para que veamos y percibamos por nosotros mismos; de levantar la cabeza para que podamos tener otra perspectiva, y de que relajemos nuestros hombros, para que la carga que llevamos sea realmente la que debamos soportar.
Y de que una vez por todas seamos capaces de crear y creer en nuestra propia esperanza.
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