Llegó la Semana Santa, la Semana de Pasión. Un año más, parecen repetirse las mismas escenas. Gente que se va a pasar las vacaciones a la montaña, a la playa, a las grandes ciudades, los que se van al pueblo de sus padres y abuelos,… Y todos pendientes de las noticias meteorológicas, todo el mundo pendiente del tiempo que nos va a hacer, siempre forma parte de cualquier conversación, ya sea en el trabajo o entre amigos.
Las calles de cada pueblo y ciudad en Andalucía se convierten en un gran escenario, donde se representa la alegría y especialmente el dolor. Pero si hay algo que realmente me apasiona en estos días es poder observar las miradas; en estos días las miradas de los niños, la de los jóvenes y la de los mayores, son diferentes, y nunca he sabido muy bien el por qué.
Al penitente que oculta su identidad, sólo veo sus ojos con aquella mirada perdida, una mirada hacia la luz de un cirio encendido, donde se esconde un secreto sólo por él o ella conocido.
Al niño de corta edad, sus ojos extremadamente abiertos, con una mirada impresionada hacia aquella imagen tallada expresiva de tanto dolor.
A aquel joven muchacho, que en aquel instante guarda silencio, calla ante el paso lento de aquel trono, su mirada se clava en los ojos de aquel Cristo azotado.
A la mirada de aquella madre, con ojos acristalados, su mirada va dirigida hacia el futuro de su hijo, al deseo de protegerlo, de cuidarlo.
Y la mirada de un abuelo, que en voz baja, muy baja, le pide verlo nuevamente.
Precioso, la verdad. Estas descubriendo una faceta oculta. Enhorabuena!