OTRO AÑO EN BARBECHO

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Ya lo cantó Carlos Cano
en aquella Rota Oriental:
dónde están tus huertos
dónde tus calabazas y tomates
dónde tus melones y sandías,
dónde el dulzor
de una bahía perdida entre yankees
que se visten con trajes de camuflaje.

Nadie le respondió al cantautor
que ya nada es igual.
Que tú caminas descalzo
por otras tierras de labor,
que riegas cada mañana la almáciga
de un paraíso donde es mayo en otoño
donde el invierno se viste del mes de San Juan.

Hoy la tierra yerma de este lugar
anhela las caricias de tus manos
arañadas por el tiempo y el sol,
de tus pausas a la sombra de una higuera
de tu cigarro al abrigo del norte
del agua fresca, de un pozo sin brocal.

Hoy los bancos de las plazas
siguen escuchando tu voz grave,
riendo a carcajadas con historias
de un pasado sin nostalgia ni melancolía,
de los silencios entre palabras
que destierran los dogmas
por vestirse con la razón.

Bien temprano esta mañana
el cielo se despejó de nubes
por ese viento que no nombro,
en el barbecho de una ausencia
que no abrirá las puertas del olvido,
escribo tu nombre en la arena
rotulo tu apodo en mi piel.

DE ORILLAS A ACANTILADOS

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Fueron las amantes perfectas,
las que se arrojaron al abismo de la pasión,
las que se olvidaron de sí mismas
en el efímero reloj de la vida.
Las que derramaron el deseo en su orilla,
entre dos cuerpos devastados por las caricias.

Fueron tierra mojada.
Sedienta la arena de ser la mar,
hambrienta la espuma
por alcanzar eso que el hombre llamó destino,
la tierra,
esa frente a la que nos detenemos
buscando los finales,
sin ser el final.

Y las dos se miraron por última vez
haciendo culpable al tiempo,
cuando la orilla se volvió abrupta
por rocas que se elevaban hacia las alturas.
Las dos comenzaron a alejarse por primera vez,
olvidando los días pasados
en esa otra frontera
de olas que ahora rompen contra acantilados,
y todo,
porque sintió la Tierra envidia de ser la Mar.