VOTANTE EN FUNCIONES

La vuelta al cole no siempre trae momentos de felicidad. La alegría de la vicepresidenta segunda en funciones tomando asiento como diputada electa y su efusividad oscular contrasta con el rostro de miedo en el cuerpo y escasas ganas de Leonor a su entrada en la academia militar. Poca gracia tiene que hacerle a la princesa ser la única de este país que la llaman a filas, sin poder librarse por exceso de cupo. Más gracia le hace a la vicepresidenta saber que, como mínimo, puede volver a repetir el mismo puesto que ostenta en la actualidad.

Vicepresidenta y princesa, cada una a su manera, han comenzado su particular curso escolar.

Llevamos pocos días del inicio de la nueva legislatura y queda claro, una vez más, que de la campaña electoral, sus mítines, su propaganda, sus debates electorales y toda esa parafernalia que se monta durante dos semanas (por no hablar de la precampaña), lo importante no es lo que se dice, sino lo que se calla. «Hablemos de lo que le importa a los ciudadanos y a los ciudadanas de este país, de los problemas de la gente», repetían en sus discursos. Pero antes de arrancar este nuevo período legislativo, lo importante no es esa misma gente. Estamos con otra ola de calor, ya iremos viendo qué va sucediendo.

En cierto modo, resulta divertido ver el espectáculo que los actores políticos interpretan, el papel que adopta cada uno, la escenografía, la oratoria y ese trilerismo del léxico, en el que algunos y algunas se han instalado. Pero de divertido tiene poco. Y menos aún para las supervivientes de Podemos. La imagen de las dos ministras en funciones en el hemiciclo el pasado jueves resultaba llamativa, ambas sabían que ya ni decían ni hacían nada en ese lugar (esperemos la sorpresa que habrán guardado para la despedida).

Dure lo que dure esta legislatura, los votantes estaremos en funciones.

NOS VAMOS A PUBLICIDAD

Llega febrero. Febrerillo el loco. Tal vez, quien lo llame por el diminutivo lo haga desde el cariño. Quizás, quien lo proclame apelando al estado de enajenación mental, lo diga desde la sorna de ponerle una camisa de fuerza al calendario, porque robarle dos días al mes es perder la cordura por un mal envite del azar.

Febrero. Te espero. La rima se cuela como intrusa en esta prosa de cuneta y vereda. Te espero porque cumplo primaveras en mitad de un invierno. No apago velas. A mi edad, arranco las hojas de este almanaque colgado en la pared, mientras recuerdo las palabras de mi madre de que vine al mundo después de que ella terminara de tender la ropa en el tendedero. De nuevo, otra rima se escabulle en esta estrofa, donde debió existir un verso dedicado a la mujer que me parió.

Febrero. Febrero de mis amores. Pero de los amores de verdad, no de esos que aparecen en el calendario con la celebración de un santo, que llaman Valentín, y que los rumores dicen haber visto caminar descalzo por el corredor de la muerte de los anuncios de perfumes, joyas y flores. Mala manera de celebrar el amor cuando se recurre a una santidad.

Febrero. Febrero de carnaval. De coplas, cuartetas, tanguillos y antifaces. Febrero en la Tacita de Plata, del Gran Teatro Falla, de pasacalles y chirigotas ilegales que buscan esquinas y casapuertas para cantar con ironía y sarcasmo. Febrero gaditano con encuestas sobre la espalda de desempleo y paro. Otro 30% que nunca baja, ni con uno ni con otro. Maldita la estampa de esta provincia. Malditos somos.

Febrero. Febrero andaluz. La bandera verde y blanca ondeará, el himno de Blas Infante sonará por España y la Humanidad. ¿Qué España y qué Humanidad?

Acaba febrero, febrerillo el loco, nos vamos treinta minutos a publicidad.