YO BESÉ A MARILYN MONROE

 

marilynmonroe_tn.jpgAvanza el siglo. A poco que nos demos cuenta, habremos alcanzado el primer cuarto del siglo XXI, y llegará ese instante en el que diremos: ya han pasado veinticinco años. 

Muchos dicen que no hay que mirar atrás ni para tomar impulso y que agua pasada no mueve molino. Quizás sea cierto. Quizás no haya que mirar tanto al pasado, y pensar que lo que sucedió en épocas pretéritas, en el presente ya poco ayuda para seguir avanzando. Quizás sea cierto, no lo voy a negar. Pero sin caer en la nostalgia, y menos aún en la melancolía, también me gusta escuchar aquellas voces que proclaman que cualquier tiempo pasado fue mejor. Me gusta rodearme de aquellos que sientan sus posaderas en el banco de un parque, no para echar de comer a las palomas, sino para ver cómo el tiempo nos pasa a todos por encima. Me apetece, sí, me apetece ver la expresión de los ojos de aquellos que dicen: «en mi tiempo…».

En este punto y aparte, me detengo. Me detengo para quedarme en esas palabras que dicen algunos: «en mi tiempo…». Me detengo ahí porque esa expresión nos convierte en seres de un tiempo pasado, en el deseo repentino de no querer formar parte del presente, de transformar el hoy en algo que no nos pertenece. Me detengo ahí, porque sin nostalgia y sin melancolía, pero sí con cierto aire de añoranza, parece que a todos nos llega un momento en el que vemos un momento del pasado como nuestro propio tiempo, y nos distanciamos del presente, como la única manera de repudiar lo que ya no concebimos como nuestro.

Otro punto y aparte. Abro otro punto y aparte, para darle cuerda al reloj. ¡Ah!, que ya a los relojes no hay que darles cuerda, sino que esperar a que la pila no nos falle. Es que en mi tiempo…, en mi tiempo sí hubo un momento en el que a los relojes había que darles cuerda, girarles la pequeña corona para que no se detuvieran y hacernos sentir por un momento que nos convertíamos en dueños de eso mismo que se llama tiempo. No hago en este momento un punto y aparte, sino un punto y seguido. En mi tiempo también recuerdo malos momentos, momentos de crispación, de odio, de rencor, momentos donde las palabras también la usábamos para abrir heridas que nunca pensamos que podrían cicatrizar. Pero hoy, cuando el siglo avanza, enchufas el televisor, sintonizas la emisora de la radio, lees cualquier artículo de una prensa escrita, que sea en digital, porque en el papel las noticias dejan de serlo a cada segundo, y piensas por un momento, si cualquier tiempo pasado fue mejor.

El siglo sigue avanzando. Cuando los que venimos de la frontera del siglo anterior ya hemos comprobado que aquellos sueños de pensar que detrás del año 2000, iríamos en coches voladores, que el espacio estaba más cerca de lo que nos dijeron, me pongo a pensar si en mi tiempo, aquello era todo mejor. Supongo que no, que no lo sería, que todo es parecido a lo que está ocurriendo actualmente, pero por un momento he pensado que en mi tiempo…

Bueno, en mi tiempo, yo besé a Marilyn Monroe, aunque sea en el póster que tenía colgado en la pared de mi habitación.

METAFÓRICAMENTE HABLANDO

 

 

PREMIO NOBEL DEL AMOR

Con los codos apoyados en la barra de un pub, donde han decidido incumplir el horario de cierre, olvidarse del limitador de decibelios y tachar el cartel de prohibido fumar, cuatro clientes agotan los restos de una copa de whisky de garrafa que ha perdido su color, pero que dicen que una vez tuvo etiqueta de cuarenta años. Apuran los últimos sorbos de alcohol entre los cubitos de hielo que han desaparecido en el cambio climático de una madrugada donde el único sexo que encontrarán será masturbarse en la soledad de las sábanas frías de una cama vacía. Hablan, hablan, no paran de hablar. En el aire denso de las horas, de las luces que se van apagando en uno de los rincones de ese pub del que he olvidado su nombre, encienden otro cigarro más, de una cajetilla de tabaco que se arruga y abandona entre los ceniceros llenos de colillas. El ambiente se hace irrespirable, pero hablan, hablan, siguen hablando sin parar. Y entre tanto, al otro lado de la barra, el camarero que a esas horas se llama barman, sube el volumen de la música y manda a la mierda los decibelios, para que ninguno escuche el sonido metálico de las monedas que caen al suelo de los bolsillos de uno de ellos, que se tambalea al levantarse de la silla donde llevaba dos horas sentado. Ríen, ríen, uno suelta una carcajada, y entre risas, siguen hablando sin parar. El camarero, ese que se sigue auto proclamando barman, se desabrocha un botón de la camisa negra que lleva, se aparta en silencio hasta el final de la barra y se queda observando de reojo la puerta por si llega la policía para cerrar el pub. IMG_1623

Creo que es demasiado tarde, no sé la hora que es, porque he perdido el reloj y el móvil se ha quedado sin batería. Me marcho, dejo un billete de cincuenta euros sobre el mostrador, para que el de la camisa negra se cobre y quede con la propina. Me marcho, ya es hora de acabar mi turno de noche, debo volver a sacar punta al lápiz del 0,5 con el que escribo a veces en las servilletas de los bares. Frases donde el verbo y el predicado buscan al sujeto perdido. Frases en forma de versos que envuelven pequeños mensajes sin sentido alguno, y que terminan arrugados y arrojados al cubo de una basura que nunca se recicla. Me marcho, pero dicho lo cual, espero que el dueño se ese bar convertido en pub que frecuento cada noche, no me aparte los servilleteros de la mesa cuando me vea entrar, porque cada día creo que vivimos de la única manera que sabemos, metafóricamente hablando.