CARRETERA DE DOBLE SENTIDO

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¿Quién sabe?
Si todo es un ir y venir, un destino sin fin,
un cruce de direcciones que se encuentra en algún lugar.
¿Quién sabe que?
Si a veces caminamos sobre pasos que nunca fueron dados,
en el asfalto gris.

¿Quién sabe lo que habla el silencio?
Si las palabras huérfanas quisieron volar, entre el viento de levante,
azotando sábanas que cuelgan de los tendederos,
como metáfora de recuerdos que penden sobre el tiempo.
¿Quién sabe donde va?
si los caminos no lo hicieron los pasos de otros,
sino nuestros pies descalzos que aprendieron a caminar.

¿Quién sabe como mirar?
Si ninguno de nosotros aprendimos a observar una fotografía en blanco y negro,
de carboncillo sobre papel couché.
¿Quién sabe que?
Si las noches engañaron a los días
con un llanto sin lágrimas que descendieron en el atardecer.

¿Qué sabe quien?
Si fuiste tú, el único que al oído me dijo,
cuando tú has ido, yo he vuelto de aquello que ya un día viví.

LOS REMIENDOS DEL OLVIDO

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Dicen que los olvidos no tienen puertas de regreso,
eso dicen los cerrojos oxidados
y las llaves que fueron lanzadas al mar.
Dicen que en la primavera florece el aroma y el color,
eso dicen las flores secas de invierno
cuando el frío, un día llegó.
Dicen que un día sonó el acorde de una guitarra,
eso dicen las cuerdas que un día la abandonó
y el traste que no soportó el dolor.
Dicen que existen pintores que tienen paletas con acuarelas,
eso dice el carboncillo
que un día dibujó el contorno de un recuerdo.
Dicen que la memoria guarda en algún lugar los olvidos,
eso dicen los recuerdos que aparecen como remiendos,
como remiendos de los olvidos que fueron descosidos por un momento.

YA SERÁN OTRAS PLAZAS

 

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Desde que inicié esta experiencia de escribir en un blog y me convertí en eso que llaman bloguero, muchos son los temas que he intentado abordar. A través de pequeños relatos, de reflexiones que pueden ser más o menos acertadas, y de poemas, he pretendido observar de frente los distintos aspectos de la vida diaria, como la solidaridad, la soledad, el amor, la esperanza,…. Y siempre con el deseo de transmitir y comunicar sensaciones y emociones, de no dejar indiferente a nadie. Espero que alguna vez lo haya conseguido, y si no ha sido así, quizás vaya siendo hora de recoger las ideas, guardarlas en un cajón y tirar por otros caminos. Pero eso sí, cada vez que me he sentado frente a la pantalla del ordenador y he sentido cada letra del teclado bajo mis dedos, lo he hecho bajo una premisa básica, el respeto a las palabras.

Después de más de dos años embarcado en esta aventura personal, en la que se puede ver que existe un cierto trasfondo de aprendiz de escritor fracasado, me ha resultado ciertamente llamativo que algunos de los pocos o muchos que me han leído, han pretendido ver en mis reflexiones y en mis palabras, aspectos de mi vida personal, de mis vivencias cotidianas. Ya en alguna ocasión a estos lectores y lectoras, a los que agradezco desde aquí su tiempo por haberse detenido en leer mis escritos, les he aclarado que en ningún caso existe nada personal en ninguno de ellos. Bueno, a decir verdad, sólo en uno de los post publicados, existen dos líneas que contienen un aspecto de mi vida, pero a partir de ahí, nada de lo escrito tiene que ver conmigo.

Y sin embargo, hoy, tras varias semanas tirado en esa cuneta de palabras vacías, de encontrarme en un dique seco de ideas, os pido permiso para escribir, por primera vez, y espero que por última, de algo personal, muy personal. De hablarles de alguien muy importante en mi vida, y en la vida de los que me rodean. De hablarles de alguien que para muchos es un completo desconocido, pero que para otros, los que han tenido la oportunidad de conocerlo, estoy convencido que alguna huella en forma de recuerdo les habrá dejado.

Déjenme hablarles de Manolo o de Manué. Por estas latitudes tenemos la sana costumbre de acortar los nombres, de expresarnos de una forma diferente, y aunque para muchos pueda ser entendido como un ultraje a las palabras, desde aquí reivindico dicha forma de utilizar el lenguaje como una forma de identidad de una tierra, a diferencia de otros que de manera soberbia y altiva lo hacen con la suya. Pero no me quiero desviar, quiero hablarles de Manué, o como se le conoce en este pueblo, de El Torero. Este hombre de fina piel ruda curtida por las horas de sol, de amplios hombros y de grandes manos llenas de fuerza, nos ha dejado hace unos días. Este hombre apodado como El Torero no se ha vestido nunca de luces, aunque sí ha tenido y nos ha dejado una luz especial. Este hombre apodado como El Torero, nunca saltó al ruedo de una plaza de toros, pero sí se ha enfrentado a peores toros y cornadas que da la vida. Este hombre apodado como El Torero era la expresión de la bondad, la imagen de lo que conocemos como buena gente, de una gran persona, hijo de la razón como él mismo se etiquetó en alguna ocasión. Este hombre apodado El Torero, un mayeto que dejó sus manos y su amor en la tierra que labró. Este hombre apodado El Torero, detrás de su voz grave, siempre expresó su gran sentido del humor, su don de gentes y sus enormes ganas de vivir.

Este hombre apodado El Torero ya no se encuentra entre nosotros. Ya su ausencia nos ha hecho conocer a todos lo que es el vacío, un vacío que nos llena de recuerdos. A este hombre apodado El Torero, ya no lo veremos más torear por ninguna de las plazas de esta vida, y ahora serán otras plazas, otros afortunados, los que disfruten de su presencia, de su manera de lidiar con el día a día.

Gracias Manué, gracias Torero, gracias Papá.