…ES QUE NO SE PUEDE SER BUENO

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A la salida de la sesión parlamentaria de control al Gobierno de este pasado miércoles, donde curiosamente la guerra de las Sorayas se ha visto relegada a un segundo plano, a contrario de lo que viene sucediendo cada semana, y ante una intervención no «fina» del Sr. Pérez Rubalcaba (según sus propias palabras), la Sra. Dª Elena Valenciano afirmó lo siguiente sobre su jefe de filas: «…es que no se puede ser bueno». Después de pronunciar estas palabras ante un grupo de periodistas, ambos se marcharon escalera arriba, cabizbajos y lamentándose, porque al parecer, el líder de la oposición no había «apretado» lo suficiente al Jefe de Gobierno. La escena no tuvo desperdicio, la imagen ya hablaba por sí misma, pero es aquella expresión la que de repente me llamó la atención, porque sinceramente, esas cinco palabras encadenadas de dicha manera, no pueden pasar por alto lo que se esconde detrás de ellas.

Antes de continuar, quiero precisar dos cuestiones. En primer lugar, no quiero que se realice una errónea interpretación por y para sacarla de contexto, porque el contexto aquí es lo de menos; y en segundo lugar, tampoco resulta relevante que esta expresión haya salido de los labios de la Sra. Valenciano, porque igual hubiera podido venir de cualquier representante político de nuestro panorama nacional. Lo importante, como ya he apuntado con anterioridad, y sobre lo que quiero detenerme, es que esta expresión, que a simple vista puede resultar inocua, refleja el verdadero trasfondo en el que se mueve nuestra sociedad.

«…es que no se puede ser bueno.». (                        ). He guardado unos minutos de silencio, porque creo que un minuto es muy poco tiempo para guardar el debido respeto hacia aquellos que piensan que se puede ser bueno y que durante toda su vida han practicado la bondad como premisa en su quehacer diario. El ser bueno, parece que se ha convertido en un concepto que está en desuso, menospreciado por una sociedad que se burla de aquellos que siempre han considerado que la bondad debe ser un elemento a tener en consideración para tomar decisiones, para actuar, para caminar por la vida. Y no nos confundamos, para nada ser bueno tiene carácter de santidad, porque ni en la santidad existe la plena bondad. Ser bueno es tener la natural inclinación de hacer el bien. Natural, inclinación, bien. Tres palabras claves para definir y aclarar dicha expresión. Tres palabras claves que han sido olvidadas en dicha expresión y que se alejan del sentido de la misma. Con esa expresión, lo único que se hace es difundir que en el fondo, la bondad no lleva al fin pretendido por el hombre actual.

De esta forma, en el escenario en el que nos movemos, parece que ser bueno es ser lo que popularmente se conoce como «tonto», como ignorante del mundo y de la vida presente. Pero lo que ocurre, es que llegado a este punto, ante este desorden de principios, comenzamos a entrar en extraños espacios de tierras movedizas, donde es fácil que nos hundamos, que nos enterremos lentamente. En esos terrenos, nuestros pies no encuentran ese apoyo necesario para salir a flote y no tenemos la certeza de que tengamos la posibilidad de salir adelante. Y con este panorama, dicha afirmación tiene su razón de ser y se transforma en el verdadero lema de una sociedad perdida. Por lo tanto, a cada momento que pasa, se hace más evidente que «no se puede ser bueno», porque ser bueno no lleva a ningún lado, porque ese destino natural del hombre, ya parece no encontrar acomodo en la bondad y en la buena fe.

Ante esta visión que algunos llamarán catastrofista, me pregunto realmente si esas voces que proclaman dicha expresión «es que no se puede ser bueno», son voces legitimadas para llevarnos y guiarnos al resto de ciudadanos hacia un futuro mejor. Igualmente me pregunto, si mi padre y mi madre me habrían dicho en algún momento de la vida, que es que no se puede ser bueno. Permítanme que les diga que ¡no!. Aquel principio de bondad, de buena fe en definitiva, no viene inculcado por aquella generación de un pasado que a veces pensamos lejano, pero que hoy está siendo testigo final de sus días de que el futuro no se encuentra realmente en buenas manos.

 

 

AÚN QUEDAN BANDERAS SIN TELA

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Iba a decir que la vida está llena de casualidades, pero como hay mucha gente que dice que las casualidades no existen, entonces diré que la vida es pura ironía. No puedo negar que hoy escribo no sin cierta dificultad, pero no por nada en especial, sino simplemente porque sé que es probable que mientras pulso sin parar las teclas del ordenador, algunas de mis ideas se pueden a partir de ahora derribar.

Una mañana, una tarde o una noche, recibí un mensaje con una palabra, PLURALIDAD. Como decía antes, por aquellas casualidades de la vida, ¡ay perdón!, por aquellas ironías de la vida, en ese instante por mi cabeza rondaba en silencio un pensamiento que me decía que aún nos queda mucho por recorrer para que exista en nuestra sociedad la verdadera PLURALIDAD. ¡Claro!, a mi interlocutor o interlocutora, permítanme que guarde su anónimato, no le iba a decir que en ese instante comenzaba a tener un debate personal sobre este concepto, porque quizás ni él o ella se lo llegaría a creer, pero si llegas a leer esta entrada, que sepas que así fue.

Somos muy dados a enarbolar banderas, a colgarlas de balcones y mástiles como muestras de identidad. A ondearlas como símbolos de diferenciación y de adoración colectiva e individual. Y no hablo de aquellas banderas que son símbolos de represión y del horror (creo que aquí ya empieza a caerse alguno de mis principios), sino de aquellas banderas que sarcásticamente hablan de libertad, respeto y pluralidad. ¡Vaya!, ya apareció la palabra de la que realmente quería hablar.

En las últimas fechas he sido testigo de escenas que me demuestran como sacamos rápidamente a la calle nuestras banderas, esos símbolos de identidad, que dicen esconder detrás de sus colores, la pluralidad como uno de sus principios rectores. Pues qué quieren que les diga, no comparto una bandera, ni ninguna otra, que se apropie de dicho principio y en el fondo no la lleve a la realidad (aquí se empieza claramente a ver como se me caen mis propios principios).

La expresión de la cultura de un pueblo o de un movimiento social; de los sentimientos individuales y que son mucha de las veces, propios de una colectividad; de los ideales políticos, como herramienta para el desarrollo y crecimiento de nuestro mundo; de los movimientos religiosos y sus formas de expresión de cara a la sociedad; y las tradiciones enredadas en nuevos tiempos… La pluralidad se encuentra en cada rincón de nuestro día a día, en pequeños detalles insignificantes de nuestra convivencia diaria. Y aunque la enarbolemos como seña de identidad, al final, no nos duele en prenda olvidarla para hacer que nuestros ideales se encuentren por encima del resto, despreciando éstos sin ningún tipo de piedad.

Que cada uno y cada una saque sus propias conclusiones, pero me da que aún nos queda muchas banderas sin tela, sin esa tela de la verdadera pluralidad.