LA POSVERDAD DE LA MANO EN LA NUCA DE RODRIGO RATO

El retorno de las fiestas navideñas se cubrió de nieve. El invierno de repente se hizo más invierno, y como cada año, en ese juego aleatorio de la climatología, apareció la gran nevada que los meteorólogos no supieron predecir, ni los conductores evitar. La culpa del caos en una autopista la tuvo el tiempo, la empresa concesionaria y el irresponsable viajero que tenía que volver a la rutina (eso es al menos lo que nos dijeron desde instancias gubernamentales). Lo cierto y verdad es que el final de la blanca Navidad se ha transformado en un infierno al que además le espera una cuesta de enero de la que cada vez se habla menos, de unos propósitos de adelgazamiento con dietas mágicas tras los excesos de una gula navideña; y del no menos esperado retorno del process por parte de unos políticos que han convertido el cinismo y la poca vergüenza en un teatro del absurdo, donde cada escena que representan ya no saben como superar la anterior.

En esta época postnavideña de polémica climatológica, y para que no nos faltara otro tema del que hablar, ha regresado a escena el que fue insigne vicepresidente del gobierno de Aznar, el gurú e iluminado secretario general del Fondo Monetario Internacional. Con la pose de soberbia que caracteriza a todo aquél que ha estado sentado en el trono del poder, hizo pública la oratoria venganza contra sus compañeros de partido y contra todos aquellos que tuvo enfrente (y a su lado). Libre de pecado y culpa, arrojó un derroche de disculpas a su actuación, atribuyendo a todos y al famoso mercado, la culpa y responsabilidad en la situación de insolvencia y crisis de un banco, que ahora parece lejana en el tiempo, pero que estamos pagando entre todos.  

Es posible que la postnavidad nada tenga que ver con esa posverdad de la que tanto se habló en un 2017. Pero estoy convencido que para el señor Rato, en su posverdad, aún no ha olvidado aquella mano en su nuca, cuando un agente de la autoridad lo introdujo en un coche de la policía como un delincuente común. No hay que alarmarse, la posverdad del exministro de economía todavía oculta algún secreto de Estado, un secreto que no sabemos si algún día conoceremos o si se quedará perdido en algún cajón de un despacho.

Tal vez, tampoco conozcamos esa misma posverdad de esos atrevidos jóvenes que sin ropa de abrigo, ni con kit de emergencia en caso de temporal de nieve, se lanzaron a la montaña en un cuatro por cuatro (cuyo producto es dieciséis por si nadie lo sabía), y se han hecho famosos por unos días, por cometer un acto de imprudencia que les pudo costar la vida. Han tenido su minuto de gloria, han aparecido en los medios de comunicación, han concedido entrevistas, han querido reprochar la actuación de los servicios de emergencia, pero eso sí, solo les disculpa que hayan admitido su imprudencia y que incluso hayan reclamado haber pasado por caja, pagando su correspondiente tasa, para el caso que los hubieran salvado de aquella situación.

¿Quién sabe si el señor Rodrigo Rato pagará algún día la tasa que estamos soportando todos los españoles en su nombre?

 

 

DÓNDE SE HAN PERDIDO LAS PANCARTAS

 

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Llevo un rato buscando una palabra. He encontrado varias, pero en ese intento de sintetizar la lluvia de pensamientos que se me pasan por la cabeza y de resumirlo en un concepto, la primera que se me viene, me la callo. He decidido sólo pronunciar la segunda, que igual podría haber sido la primera, aunque lo dudo, porque no voy a negar cierta rabia contenida, y cuando se retiene la rabia, la primera palabra que aparece, siempre es preferible no mencionarla.

Indiferencia. Esa es la segunda palabra. La primera la dejo guardada en una cartuchera, recordando a ese juguete de la niñez que hoy es menospreciado por su beligerancia. Esa cartuchera donde, de niños, guardábamos las dos pistolas que decíamos de mentira y que disparaban eso que llamábamos mixtos, dejando en el aire ese aroma a petardo mal explotado. Hoy con el paso de los años, esas cartucheras y esas pistolas de petardos, resultan un insulto, un horror para la educación y la formación de nuestros más pequeños, porque estamos invitándolos con aquellas armas al uso de la violencia. Y, por supuesto, nadie quiere educar a sus hijos bajo ningún elemento que nos lleve a la violencia.

Por lo tanto, utilizo la segunda palabra que se me ha venido a la mente, ejerciendo ese derecho propio de autocensura que uno puede usar sin que nadie lo sepa, aunque ahora no me importe que se conozca. Quizás alguno me venga a decir que no ejerzo mi libertad de expresión, que a qué viene ese ejercicio de censura en estos tiempos, cuando es un derecho que hemos ganado con la democracia, con la lucha por la consecución de los derechos humanos. Y claro que sí, cuánta razón llevan esos ilustrados que me dicen que debo no callarme y que ejerza por ello mi libertad de expresión. Y me ponen el ejemplo que no hace muchas fechas, todos los responsables políticos salieron a la calle, asaltaron las avenidas, y detrás de una pancarta protestaron por la muerte de unos periodistas, bajo ese paraguas de un ataque a la libertad de expresión. Cuánta razón llevan esos ilustrados. No me había dado cuenta de ello. Después de tanto tiempo, hoy debo ejercer ese derecho porque son nuestros mayores los que han luchado para ello.

Pues bien, en ese ejercicio de mi libertad de expresión, os condeno a todos. Esa indiferencia a mí me da vergüenza. Vosotros, los ilustrados, esos que se han disfrazado de representantes públicos y políticos, estáis mostrando una indiferencia que me avergüenza. ¿Cómo pretendéis construir una sociedad mejor basándola en esa indiferencia? ¿no es quizás esa indiferencia un arma más peligrosa que esas pistolas de petardos?

Hace unos días, han muerto más de setecientas personas. Repito, setecientas personas. Personas que huyen de la miseria, del hambre, o de esos que les impiden ejercer su propio derecho y libertad de expresión. Y sin embargo, en esta vieja Europa, esta autoproclamada tierra de las libertades, hemos dado la espalda a esos muertos, porque quizás no todos los muertos valgan lo mismo. Todos han pensado que esos que estaban cruzando el mar, no eran de los nuestros.

¿Dónde se han perdido ahora las pancartas?

 

DE POSIBLES, POSIBILIDADES A IMPOSIBLES

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No me creo la escena de sofá de Rajoy. Ni la falsa oratoria de un profesor de universidad, que es una mala copia del Sr. Keating. No me creo ese adelanto electoral de una presidenta que lo hace a su voluntad, sin mirar al pueblo en general. Ni me creo a la que se llama comunista, que abandona su partido, en esa puerta giratoria que a muchos les da miedo llamar transfuguismo interno preelectoral. No me creo esa autoetiqueta de servidores públicos, cuando mas parecen que son servidores de su propio interés particular.

No me creo ya nada. Lo siento. A estas alturas, ya no hay remedio. Que nadie venga a venderme falsos mensajes de prosperidad, de libertad y de una democracia que mira al pueblo desde un balcón o desde un escenario. Ya no puedo creer a esos líderes que se esconden detrás de un atril o se rodean de sus acólitos, apóstoles figurantes disfrazados de su falsa esperanza y felicidad.

Nos hicieron creer que todos teníamos posibles en los bolsillos, que los proletarios del mundo eran otros. Nos hicieron creer que habíamos abandonado la miseria y la pobreza, y que nos habíamos convertido en la excelencia del primer mundo, donde los demás se tenían que mirar. Pero el mundo se detuvo. Donde hubo luz, se hizo la oscuridad.

Sin avisar, al día siguiente de aquella fiesta, nos despertamos con una extraña resaca. Todos nos levantamos hablando de una prima de riesgo, una mala pariente que de repente se había colado por la ventana de nuestras casas. Sin avisar, despertamos sabiendo que el FMI, al que muchos confundieron con el FBI, daba las instrucciones a nuestros políticos. Aquellos que se habían comprometido con un programa electoral, con un contrato que todos incumplieron, pero que ninguno se hizo responsable de su falta de lealtad.

Y la vieja Europa, agonizaba sin saber donde mirar. Lo único que sabían decir era que Alemania tenía que asumir su papel principal. Y más de una sonrisa se escondía en esos despachos de poder. Quizás los teutones rememoraron ese deseo de ser los dueños de esta Europa descabezada.

De tener posibles en los bolsillos, regresamos a la miseria. Nos dijeron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, y comenzamos a vivir como en aquella época de la posguerra. Y ahí se encuentran Rafael, Julia, José, Agustin y Serafina, sentados en el sofá. Todos en silencio frente a la mecedora donde descansa Doña Matilde, la matriarca, la que con su pensión esta ayudando a todos a salir adelante.

Al final, y espero que éste no sea el final, lo que está ocurriendo es que en este imposible social, son los padres y los abuelos, los que nos trajeron a este mundo, los que están haciendo un imposible. Están sobreviviendo por encima de sus posibilidades, y todo, por hacer que sus descendientes tengan algún posible en el bolsillo, para poder llevarse algo a la boca.

¿Y a eso llaman vivir por encima de sus posibilidades?