PIEL

 

fullsizerender

 

Es el abismo del deseo,

el insomnio de la madrugada,

la lujuria del amanecer

#cosasdellevante

OTRA ESTACIÓN

 

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Entre el murmullo, de nuevo se escucha su voz. No acierto a reconocer de dónde viene ese acento y ese cuidado por cada palabra que pronuncia. Está llena de calidez y serenidad, de una dulzura que habla de ella misma. He intentado ponerle un rostro, pero creo que mi imaginación se ha apeado en mitad de este viaje y no logro describir sus labios, el color de sus ojos, ni cómo es su cabello. No logro describir lo que siente cuando mira, ni lo que dice cuando calla. Quizás en este trayecto, haya pasado a mi lado y me haya saludado, y en ese despiste en el que a veces vivo, ni me haya percatado de quien es ella. La voz desaparece por un momento porque el murmullo se ha convertido en voces que se llenan de nervios y de prisas.

Me he levantado y mis piernas han temblado por un momento. De nuevo he estado a punto de caerme, y he tenido que apoyar mi cuerpo sobre el respaldo del sillón, porque el movimiento a veces se vuelve brusco. Se escucha el chirrido de los frenos. He estirado los brazos y he bajado una mochila, mi único equipaje durante todo este viaje. De nuevo se oye la misma voz. Un aviso para que no olvidemos nuestras pertenencias. Para que no olvidemos los recuerdos que se han guardado a lo largo de este recorrido.

El tren está a punto de detenerse. He mirado a un lado y al otro de este vagón. Y ahora sólo puedo dar las gracias. Las gracias a mis ciento cincuenta y un acompañantes y viajeros que me acompañado en este viaje y que se han ido subiendo poco a poco a este vagón particular en el que se ha convertido Reflexiones en cada estación. Gracias infinitas de corazón. Y gracias a los que sin ser acompañantes, han subido y bajado unas veces y otras, porque también han sido excelentes viajeros de este trayecto. Gracias también a los que han ignorado la existencia de este viaje, porque también me han enseñado parte de su historia. Y gracias por supuesto a esas burlas, indiferencias y desprecios, porque en ellas también se encuentran parte de este recorrido. Gracias a todos, porque de todos me llevo algo.

El tren se acaba de detener. De nuevo se escucha su voz. Reflexiones en cada estación se detiene, ha llegado a su última estación. Reflexiones en cada estación desde este momento se convierte en pasado y presente, pero ya no será futuro, porque su futuro ha quedado en haberse convertido en libro, en esa enorme fortuna de haber sabido lo que es poder realizar otra parte de su viaje a través del papel. Reflexiones en cada estación se baja en este andén. Ha llegado a otro destino. ¿Quien sabe lo que sucederá? Tal vez cambie de nombre y se vista con otros trapos, o tal vez se oculte entre la muchedumbre y regrese a ese anonimato en el que siempre vivió.

Por última vez se escucha esa voz: «Ha llegado a su destino….»

 

ANTÓNIMOS

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Los creadores de palabras tienen la gran virtud de construir un mundo de sentidos, dibujando en una pizarra letras enlazadas con ese imaginario filamento que las apresan unas a otras y que son diseñadas para guardar el significado que hay dentro de ellas. Cuando pienso en aquellos inventores de palabras, idealizo ese mundo de silencios y sonidos en el que viven, del que nacen un sinfín de vocablos que después vienen a llenar nuestro vocabulario y que nos permiten, al menos, alcanzar la comunicación necesaria entre los seres humanos. Pero al final siempre me termino haciendo la misma pregunta, si las palabras nacen y se construyen desde la casualidad, o desde la reflexión y el estudio que requiere toda nueva creación.

Cada palabra es realmente un mundo, unas veces esconde un secreto y otras nos muestra un tesoro. Pero por un extraño mecanismo mental que ignoro completamente, lo que sí vengo a comprobar es que en ese proceso de elaboración de una palabra o cuando venimos a utilizarlas en nuestras conversaciones diarias, recurrimos a los antónimos, ya que siempre se nos viene a la mente la antítesis de la palabra que estamos utilizando en ese instante.

Supongo que los antónimos nacen por esa obsesión del ser humano de contraponerlo todo, de enfrentar continuamente dos posiciones diferentes, y entiendo que esa confrontación se produce como consecuencia de esa ambigüedad en la que estamos inmersos, más que en la necesidad de buscar el equilibrio que debe existir entre dos palabras que sean distantes, y cuyo equilibrio en estos momentos nos resulta tan necesario encontrar.

Observando este escenario en el que nos encontramos, cada vez resulta más evidente que vivimos en un mundo lleno de antónimos. Útil e inútil, encuentro y desencuentro. Hay quienes nos hablan de un cielo y para ello siempre nos recuerdan la existencia de un infierno; cuando hablamos de la vida, inmediatamente nos acordamos de la muerte. En los momentos de alegría, la tristeza encuentra un lugar; cuando se exige valor para afrontar el presente, el miedo se acerca para enseñarnos las puertas de un futuro. Si la paz centra el objeto de un debate, la guerra hace su aparición; y cuando el amor es el protagonista de una vida, somos capaces de destruirlo con el odio de los recuerdos caídos en el olvido.

En este mundo repleto de antónimos, parece que lo negativo prevalece sobre lo positivo y resulta vencedor en esta lucha de palabras. Esa aparente victoria de los pensamientos que se envuelven entre palabras contradictorias que se enmascaran con aires de pesimismo, es una muestra evidente de que a los seres humanos nos reconforta en ciertos momentos dejarnos llevar por aquellos instantes cargados de negatividad, ya sea porque nos resulta necesario para vivir o porque nuestro carácter se ha forjado en una cultura de cierto regocijo del lamento y de la queja continua.

Y en nuestro día a día, los ganadores y perdedores son indudablemente antónimos que entran escena. Ambos son consecuencia de un enfrentamiento muchas veces encarnizado, resultado final de ese conflicto entre dos partes que no han querido o no han podido buscar una solución alternativa o diferente. Los ganadores se rodean del «éxito», de un reconocimiento social, de un «premio» que nuestro entorno concede; y los perdedores se convierten en los olvidados de nuestra sociedad y los hacemos desaparecer casi de una forma inmediata, como sintiendo esa vergüenza ajena por el fracaso.

Ahora quizás sea el momento, y en nuestras manos está, para que comencemos a trabajar por cambiar esa doctrina de ganadores y perdedores y centremos toda la atención en las personas, sin caer en error de la colocación de etiquetas que pretendan identificarlos.