LA VERDAD, AL PIE DE PÁGINA

Edward A. Murphy Jr. debe de tener un lugar de honor en la historia, y si no lo tiene, deberíamos hacer lo posible para que así fuera. Pero si Murphy y sus leyes son una referencia para el pensamiento de muchos, Forrest Gump debería ser considerado como uno de los personajes más influyentes de nuestra historia contemporánea. Para la posteridad nos dejó la célebre frase de que «tonto es el que hace tonterías». Me quedo corto al decir que aquella frase es una gran frase. Cuando Forrest espetó aquellas palabras dichas desde la más pura inocencia de la niñez, siguiendo la doctrina materna, todos pensamos: ¡qué gran verdad!, es así de simple.

Si continuamos con las teorías instaladas bajo el prisma de lo simple, podríamos afirmar por lo tanto, que mentiroso es el que dice mentiras. ¡Qué gran verdad!, podríamos pensar todos, o que gran mentira, también podríamos decir. No usaré el término anglosajón, ni seguiré esa tendencia actual para referirme a la mentira, porque de la mentira lo único que me interesa es que tenga poca vida, aunque por aquí se diga que tiene las patas muy cortas.

Las mentiras son necesarias. Las mentiras son tan necesarias, como imprescindibles. Son necesarias porque nos sirven como esa crema para suavizar nuestras manos, para hidratar nuestra piel, porque nos ayuda a superar la verdad cuando esta llega; porque la verdad cuando llega, se presenta en la mayoría de las ocasiones como aquella áspera realidad que nadie quiere mirar, y que mucho menos, nos toque de cerca. Y son imprescindibles, porque sin las mentiras, las verdades a veces no son muy creíbles. 

El problema de las mentiras es que se han instalado de una manera permanente en nuestra clase política. Me detengo aquí para recordar las palabras de un amigo que me aconsejó bien al decirme que nunca escribiera de política, porque  solo me traería problemas. Le dije que se tranquilizara, que de políticos me abstendría de hablar porque sé que tienen fácil mano para romperte la cara, pero que de política ya llevamos muchos años sin hablar de ella, y no seré quien saque el tema. 

No hablaré de políticos ni de política. Solo diré que nuestros dirigentes, los unos y los otros, los de un color y otro de ese parchís en el que se ha convertido la simbología partidista, juegan al cortoplacismo de lo que ellos (y ellas) hablan de política. Cortoplacisimo reclamando un voto útil para transformarlo en inútil al día siguiente. Cortoplacismo del hoy y mañana, porque para qué pensar de aquí a  treinta años, si cuando llegue ese momento estarán todos sentados en sus cómodos sofás de piel. Cortoplacismo de todos, porque se han instalado en una tamborrada (que más quisieran parecerse a los tambores de Calanda o San Sebastián), que les convierten en protagonistas de sus propias películas, ocupando horas y horas de televisión, de radio y de prensa, para contarnos un cuento.

Ya que hablamos de cuentos, que recuerden que antes de irnos a dormir, nos digan que las verdades están al pie de página, y que no nos traten como tontos.

Político es el que hace política, el resto, se llama sonajero.

LA MAR LO SABE

img_1829

Te confieso que tengo miedo a esas dos palabras que viven entre signos de interrogación. Tengo miedo a no encontrar una respuesta a lo que no debería ser una duda. Tengo miedo, sí. Miedo a ese ¿te acuerdas?, que sobrevuela nuestro último encuentro. 

En ese te acuerdas, sobrevivimos al pasado al que muchas veces no queremos acudir, pero que siempre nos salva de un presente que nos atrapa. En ese te acuerdas, creemos que los recuerdos son simples momentos que forman parte de un tiempo olvidado, pero que descubrimos que son la esencia de nuestra supervivencia. En ese te acuerdas, se encuentran las mañanas en las que muchos vuelan sus cometas en la playa para dejarse llevar por el viento, mientras otros izan la velas de su barco para echarse a la mar. En ese te acuerdas, llegan las noches donde muchos miran a las estrellas, mientras otros se sumergen en el fondo del mar para acariciarlas.

temporary

En ese te acuerdas, las gaviotas de Alberti se arremolinan en las redes que se tejen cada tarde entre versos y que a media mañana regresan al muelle de levante. En ese te acuerdas, el Vaporcito se hace dueño de la bahía entre cuartetas y al ritmo del tres por cuatro.  En ese te acuerdas, muchos caminan por la orilla con la esperanza de encontrar una botella con un mensaje en su interior, mientras nosotros recorremos cada mañana la arena mojada buscando aquellas caracolas para llevarnos su sonido a casa. En ese te acuerdas, solo la mar lo sabe, sabe que la vida continúa cuando nos asomamos para ver la luz del atardecer.