CAÍDA



Se declara inocente.
De apuñalar por la espalda
al genio de la lámpara de hojalata,
de conspirar a media noche
y vestir de luto a un príncipe azul
que se baja de un coche
que va directo al desguace.
Inocente.
De romper las cuerdas de una guitarra
para ayudar al valiente
que se esconde en las trincheras,
a que se ahorque en un árbol cualquiera.
De robar en los tendederos
las sábanas rojas de seda
para amortajarlo y esperar,
sentado en la barra de un bar,
a que resucite en el decimoquinto día.
Inocente.
De quemar los cajeros de los bancos
con el lanzallamas de un Zippo.
De arrojar a la basura
bolsas llenas de certificados de defunción
de las palomas de la paz
que fueron asesinadas a perdigonazos.
Inocente.
Usted se declara inocente,
por una pura y simple presunción.

Como el hielo derretido en un vaso de whisquy
que se encuentra abandonado junto a una jukebox
desenchufada de la pared.
Como las colillas en un cenicero
que hace días dejaron de humear.
Como los diarios escritos a media tarde,
cuando ni el atardecer ha pensado en asomarse
allá por el horizonte.
¿Qué sabes tú de las mentiras?
No existe roce de piel, ni besos,
ni caricias amputadas por la distancia.
No hables de verdades a medias,
ni de historias inventadas sobre un papel.
No pongas sueños en los labios
porque en tu boca cerrada
navegan las promesas rotas.
¡Escupir palabras!, eso haces.
Cortar la carne con un cuchillo desdentado,
comerte las vísceras de tu propia angustia.
El olor a sangre te excita,
la muerte saborea el silencio
que se relame dentro de ti.
En el engaño chapotea tu miseria
como en el espejo se refleja tu ausencia.