OJOS DE ABRIL


El destino es un refugio para la memoria,
un mundo donde los poetas esconden los secretos
de palabras encadenadas entre los versos.
Por eso, cuando me pregunten por ti,
les contaré que mi pasado es un otoño
de azoteas y pretiles,
de fachadas encaladas, patios y casapuertas;
que mi presente y mi futuro
observan de reojo el tiempo detenido
por los recuerdos de una tierra que abrasó
los pies del caminante que estuvo a tu lado.


Y cuando quieran saber más,
les contaré la historia de una Valkiria
que vive en las tierras del sur,
de sábanas blancas en los tendederos
mecidas por el levante y un poniente callado;
de una maestra sobre la vida
donde los caminos no son caminos,
porque transitamos por veredas.
Y si alguien tiene alguna duda,
guardo la fotografía de una Esther Williams
que nunca fue actriz,
pero con la mirada de la Magnani
a las órdenes de Rossellini
como una diosa del Parnaso.


Si un día tengo que gritar,
gritaré.
No necesito Fridas ni Chavelas,
porque he visto cómo tus manos hicieron dulces
con almendras amargas de la vida.
Y si mi destino es aquel lugar,
son tus ojos de abril en ese retrato
los que me hablan de amor,
de generosidad
y de bondad.

LUGAR DE TRÁNSITO

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Una postal sin matasellos desde algún lugar de este planeta que ha perdido su órbita.

El petate de un soldado de reemplazo que nunca ha estado en guerra y que espera al autobús que lo llevará al frente de su propia batalla. La prostituta que lanza un beso al aire a un cliente en el hall de un hotel de una estrella, que está a las afueras de una ciudad dormitorio donde deambulan los insomnes cada noche. La gasolinera donde hace siete días que nadie reposta en un surtidor de gasolina de 95 octanos y que vende condones a un euro el polvo, almacenados en un expositor de plástico diseñado por Oki Sato. En la parada de taxi alguien se baja de un coche de alquiler por horas y se enciende la luz roja de vuelvo en cinco minutos. El maquinista que se baja de un tren marcha para cambiar las agujas de unos raíles que pasa de largo en una estación de un pueblo abandonado en el que viven siete vecinos y que el destino ha decidido descarrilar. En el muelle de atraque número tres, los consignatarios de una patera de lujo despliegan una alfombra roja para ver el desfile de inmigrantes que no traen dólares ni euros en los bolsillos a este sur convertido en norte de una esperanza con billete de vuelta. La puerta de embarque de un aeropuerto donde despega un avión cada cinco días y que se ha bloqueado porque un pasajero lleva un cinturón lleno de petardos para celebrar la noche de fin de año.

Acabo de recibir la postal que me has enviado por correo electrónico y en el móvil suena los primeros acordes de My way de Sinatra. Es un whatspp tuyo para decirme que te espere mañana, que llegarás tarde, pero que buscarás la manera de cambiar la hora de un reloj suizo fabricado en Vietnam, para ese reencuentro que no habíamos planeado.

 

VELO DE FLOR

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Entre poniente y levante,
he olvidado entre tus calles
mis días abandonados,
esos que pinté con una tiza
sobre los mostradores de las tabernas.

Entre poniente y levante,
han envejecido mis pasos
sobre la arena albariza,
de mis recuerdos
entre criaderas y soleras.

Entre levante y poniente,
se escucha el murmullo del río,
hablándole al mar que lo espera
en ese encuentro que es el destino
convertido en muerte y vida.

Entre levante y poniente,
con las ventanas abiertas
se esconde en la oscuridad,
la primavera perenne
de aquellos besos que ya no encuentro,
de aromas a sol, tierra y sal.