LA MAR LO SABE

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Te confieso que tengo miedo a esas dos palabras que viven entre signos de interrogación. Tengo miedo a no encontrar una respuesta a lo que no debería ser una duda. Tengo miedo, sí. Miedo a ese ¿te acuerdas?, que sobrevuela nuestro último encuentro. 

En ese te acuerdas, sobrevivimos al pasado al que muchas veces no queremos acudir, pero que siempre nos salva de un presente que nos atrapa. En ese te acuerdas, creemos que los recuerdos son simples momentos que forman parte de un tiempo olvidado, pero que descubrimos que son la esencia de nuestra supervivencia. En ese te acuerdas, se encuentran las mañanas en las que muchos vuelan sus cometas en la playa para dejarse llevar por el viento, mientras otros izan la velas de su barco para echarse a la mar. En ese te acuerdas, llegan las noches donde muchos miran a las estrellas, mientras otros se sumergen en el fondo del mar para acariciarlas.

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En ese te acuerdas, las gaviotas de Alberti se arremolinan en las redes que se tejen cada tarde entre versos y que a media mañana regresan al muelle de levante. En ese te acuerdas, el Vaporcito se hace dueño de la bahía entre cuartetas y al ritmo del tres por cuatro.  En ese te acuerdas, muchos caminan por la orilla con la esperanza de encontrar una botella con un mensaje en su interior, mientras nosotros recorremos cada mañana la arena mojada buscando aquellas caracolas para llevarnos su sonido a casa. En ese te acuerdas, solo la mar lo sabe, sabe que la vida continúa cuando nos asomamos para ver la luz del atardecer.

 

UN AMOR EN EL TRASTERO

 

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Las dos entradas de un cine de verano, de una película que ya no recuerdo, pero que esperamos hasta el final para ver los títulos de crédito. La letra de una canción de un grupo que desapareció sin dejar rastro y que han repuesto en un programa de televisión un domingo por la tarde de este invierno pasado. Las cartas arrugadas dentro de los sobres abiertos, salvo la última que no tiene matasellos, ni remite, pero que dejé en el buzón de tu casa pero que nunca leíste, y me la devolviste por debajo de la puerta. La fotografía de un atardecer en la playa de nuestro primer otoño juntos. El bolígrafo de tinta roja con el que dibujaste en una servilleta de ese bar que cerramos al amanecer, un corazón atravesado por una flecha, pero que se difuminó una tarde de lluvia y tormentas. Un libro de poemas que no tiene dedicatoria, pero en el que escribiste tu nombre en todas las páginas impares. Una fotografía tuya tamaño carnet y otra que aparece rota por la mitad, porque algunas historias se quedaron a medias. Una cinta de casete donde grabaste tu voz para que me fuera la cama escuchando tus buenas noches. La postal que no enviamos de cuando estuvimos el fin de semana en Barcelona y pusimos en la puerta de la habitación del hotel la tarjeta de do not disturb, porque decidimos comernos el please. Nuestra última cajetilla de tabaco, donde quedaron tus labios marcados en la boquilla del último cigarro que nos fumamos juntos.  

Esta mañana estuve ordenando el trastero y colocando las cajas en una estantería de metal.

UN DÍA ME IMPORTARON MENOS TUS BESOS QUE TUS OJOS

 

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Los besos de Claudia no son los besos de Ella. Claudia besa con la serenidad de saber calmar los días más complicados. Claudia besa con esos labios de seda, haciendo sentir la dulzura que el aroma de su piel se posa en mis labios. Claudia besa deteniendo el tiempo lentamente, ralentizándolo, provocando que las agujas del reloj queden suspendidas en el tiempo. Ella…Ella besa con la carne. Te desgarra la boca, te abre los labios y sientes que la sangre te desborda con el calor del deseo. Ella muerde en cada beso, con la lengua que mete hasta el final de tu garganta, hasta que te asfixia. Ella convierte cada beso en un éxtasis que te hace perder la noción del momento que vives, pero que después te resulta imposible olvidarlo.

Los besos de Ella siempre han sido diferentes a los besos de Claudia. Y así fueron los besos de Ella durante los primeros años, hasta que poco a poco se fueron difuminando sin darnos cuenta, transformándose en una rutina que había olvidado la improvisación del comienzo, porque aquellos besos tenían precisamente eso, improvisación. Improvisación porque derramaba su boca por cualquier parte de mi cuerpo. Improvisación porque estaba dispuesta a explorar sin miedo a descubrir. Improvisación porque hacía de cada instante el último, sin importarle lo que viniera después. Improvisación porque me derrumbaba a su lujuria. Improvisación porque nada detenía el deseo, ese deseo que añoro, y que ahora se confunde con los besos de Claudia, porque los besos de Claudia no se han transformado, continúan siendo los mismos que los del principio, iguales a los del primer día. Los besos de Claudia me siguen todavía despertando el amanecer. Siguen apareciendo sin miedo en esa rutina de cada día cuando regresamos del trabajo, siguen estando cuando estamos delante de nuestro hijo mientras él nos mira, como buscando algo, como queriendo que le digamos que lo queremos sin pronunciar una palabra. Los besos de Claudia son los besos de cada noche antes de irnos a dormir, los que me da antes de apagar la luz, los que despide un día tras otro, sin buscar otro destino que continuar con la misma historia. Esos besos de Claudia sé que nunca nos faltarán.

Pero ahora ya no me importan sus besos, ahora me importan más sus ojos, su mirada perdida cuando nos abrazamos y nos besamos, porque ahora ya no cierra sus ojos al besarnos. Ahora me importan más sus ojos, porque no sé dónde está su mirada cuando apoya su cabeza en mi hombro. Ahora me importan más sus ojos, porque en ese momento, el beso ya no existe, sus labios ya no se encuentran con los míos, pero su mirada no sé a qué lugar se aleja, adónde se marcha de entre nosotros dos. Y en ese instante mi cabeza comienza a dar vueltas y parece que va a estallar, porque quizá es ese momento cuando Claudia anhele volver a ser Ella, y yo no lo sepa, o tal vez ni Claudia ni Ella quieran volver a estar aquí, y yo me haya dado cuenta, pero lleve tiempo diciendo que eso no puede suceder, negando una evidencia que no requiere de palabras.

Ahora no me importan tanto sus besos, porque los besos hace tiempo que dejaron de hablarme, ahora me importan más sus ojos, esos ojos verdes que en los días en los que incluso el sol apenas aparece entre las nubes, oculta tras unas gafas oscuras.