UN MINUTO NO DA PARA SESENTA SEGUNDOS

Cuando menos lo esperas, siempre aparece alguien que, de repente, te recuerda que el tiempo juega en nuestra contra. En ese instante, miras el reloj. El segundero se convierte en un temporizador. En lugar de ir hacia adelante, todo es un contrarreloj.

Suena el silbato. Se hace el silencio. Diez segundos, la gente comienza a mirarse porque no soporta no escuchar algún sonido. Quince segundos y se oye un murmullo. A los treinta, las primeras voces. Cuarenta segundos: algunos gritos, y alguien comienza a cantar la letra de una canción. El minuto no tiene sesenta segundos.

Me olvido de metáforas y de paradojas. Me olvido de ironías y sarcasmos. Me olvido de juegos de palabras. Lo que suena a perogrullo es que un minuto da para sesenta segundos. O no. 

Conozco pocas personas que soportan estar callados durante sesenta segundos, pero conozco menos aún, que lo estén en silencio.

Demasiadas muertes sólo tienen el recuerdo y el homenaje de un minuto, pero el respeto, lo perdemos en menos que canta un gallo.

Después de ese gallo, llegan todas las gallinas cacareando.

LIBERALIDADES

Era cuestión de tiempo. Lo que hace unos años comentábamos en la barra de un bar que podría suceder y sonreíamos de sólo imaginarlo, ha ocurrido.

Hoy no me quiero entretener en giros copernicanos pensando qué hace Ayuso de tour por EEUU, ni el ex-president en Cerdeña, queriendo reconquistar la isla italiana para la causa independentista y convertirla en su particular Elba napoleónica. No, no voy a dar vueltas a una de esas norias, que ahora se han convertido en símbolos de las ciudades para el entretenimiento de la plebe, porque no tengo ni idea de los entresijos palaciegos de políticos, consortes reales, bufones del reino y sirvientes a sus causas más particulares.

Esta semana, C.D.M (oculto tras sus iniciales la identificación de una ciudadana) ha recibido una notificación de la administración tributaria autonómica. Hasta aquí, podríamos decir que todo normal. Pero el desconcierto transformado en zozobra se produce cuando, tras efectuar la correspondiente apertura de la comunicación recibida a través de la vía postal, descubre un requerimiento para que aporte en el plazo de DIEZ días hábiles, la información relativa a las liberalidades, regalos, sobres y donaciones que percibió con motivo de su matrimonio religioso celebrado tres años atrás.

La sorpresa convierte la cara de C.D.M. en un poema. Un poema de verso libre con rima consonante, asonante y disonante. La mirada de C.D.M no tiene desperdicio. Hace un repaso a su lista de bodas: sobres con dinero y sin dinero —suena como aquella ranchera de José Alfredo Jiménez—; la vajilla de 48 piezas para cuando la familia crezca; la cubertería de plata de ley; las sábanas de algodón de primera calidad con estampados floreados comprados en la Tienda de El Torito; el reportaje fotográfico que sus suegros decidieron regalarle para el día del enlace, porque aquella muchacha convertida en nuera se llevaba al niño pequeño de su casa.

Mientras C.D.M. realiza un exhaustivo repaso de regalos, dádivas y liberalidades, en la radio suena, como una banda sonora, una tropa de tertulianos discutiendo sobre el liberalismo, las libertades y hasta del libertinaje. Y se cuela entre ellos, las palabras de un escritor hablando del bien en el momento preciso del ejercicio al voto (posiblemente saque una nota aclaratoria indicando que hemos interpretado mal sus palabras) y se produce cuando al mismo tiempo se recuerda a Clara Campoamor y el derecho al sufragio de la mujer.

No sé hasta dónde llegaremos, pero C.D.M me pregunta si aquel impuesto ha prescrito, porque a ella le ha pillado con el amor caducado, ya desde hace un año, su matrimonio ha pasado por el juzgado y está visto para sentencia.

De la prescripción y la caducidad, ya tendremos en algún momento la posibilidad de hablar.

LA FRASE INACABADA

Huyo de esa frase como la propia frase huye de sí misma. Tres palabras. Un enunciado de sólo tres palabras. Tres palabras que temo pronunciar. Tres palabras que dentro de unos días, de unas horas o no sé el tiempo que transcurrirá, algunos pronunciarán y otros, otros callarán, pero antes las habrán pronunciado en voz baja.

Una frase hecha. Demasiado hecha sin hacer. Una oración con una estructura gramatical rota. Una expresión acuñada para dar significado a lo que no lo tiene.

Cualquier reflexión queda vacía en estos momento. Cualquier pensamiento se contradice, porque las palabras van por un lado y las emociones por otro bien distinto. Qué podemos decir. Lo que ha sucedido en esta historia que todavía no ha acabado nos deja sin palabras. Hago un ruego: que nadie pronucie aún esas tres palabras.

Si a estas alturas alguien lo ha dicho, lleva razón: la vida sigue. Pero dónde hemos olvidado el predicado.