Apenas reparamos en ellas, pero las mirillas, esas minúsculas ventanillas colocadas en las puertas de las casas, son uno de los elementos más importantes de nuestros hogares. Un pequeño cristal, de apenas unos milímetros, es capaz de unir el mundo de la desconfianza con el de la confianza. De convertir nuestra inseguridad en seguridad. Ese ventanuco reducido casi a la más mínima expresión, que separa el mundo exterior de nuestro espacio de intimidad, nos permite en definitiva sentirnos protegidos de lo extraño, de lo desconocido.
Hoy, y tal vez desde siempre, esas mirillas se han transformado en otro tipo de ventanas. Se han convertido en miradores de lo ajeno. Y todos, en mayor o menor medida, hacemos uso de ellas, porque estamos más pendientes de la vida de los demás, que de la propia, ya que estamos constantemente deseando inmiscuirnos en la vida de los otros. Y como sabemos que eso mismo se vuelve contra nosotros, hacemos lo indecible por proteger nuestra intimidad, pero sin embargo, la exhibimos. Y pese a que defendemos nuestras esferas de privacidad con uñas y dientes, la vendemos. Y al final, terminamos mostrando lo que no somos, escondiendo a duras penas lo que somos, y siempre enseñando lo que queremos ser.
Parece innato al ser humano. No queremos reconocerlo, pero todos somos el James Stewart de La ventana indiscreta. Así somos, aunque lo neguemos una y otra vez. Mirar sin consentimiento, ser testigos de las historias ajenas, ver sin ser vistos, en eso consiste ese placer del voyeur que todos llevamos dentro, y todo, por sentirnos llenos de poder.
¿Qué poder es ese que anhelamos?
Este es el resultado de un goteo constante por parte de quién controla el sistema en que vivimos, no comparto que los demás se interesen por nuestras intimidades, deberíamos reflexionar y ver que somos nosotros los primeros que exponemos (toda) nuestra vida en las redes sociales, personalmente me gusta observar y no lo considero malo, es una forma añadida para aprender de los demás, siempre aplicando el filtro correspondiente, a ‘veces equivocado’. Comparó el objeto del post con la crítica, ya sé no tienen nada que ver, pero la crítica en sí no es mala, como tampoco lo es observar, la diferencia es la intención con que lo hacemos, una crítica puede llegar a ser incluso constructiva (lo sabemos) y que nos observen tampoco en sí podríamos considerarlo negativo, pero obvio el post se refiere al derecho a tener nuestra intimidad.
Para finalizar, aunque el tema da para mucho, es que somos mirones para justificar el tiempo que perdemos y no dedicamos a lo realmente importante (nosotros) somos la sociedad del ocio, de no tener pensamiento propio, de querer imitar todo lo que nos transmite por los medios, vivimos en la sociedad de la imagen, tanto tienes tanto vales. A nivel de anécdota la mía ‘mirilla’ la tengo pintada en negro, no veo ni me interesa, aunque fue una casualidad. Entiendo que me desvié un poco del sentido del post. Saludos a todos/as