Son las ocho y la alarma del reloj ha querido traerme a este mundo. Lo cierto es que desde las siete de la mañana mis ojos ya se encuentran abiertos y como cada amanecer parece que escucho la voz de mi madre, ¡Juan! ¡Juanito Canela!, ¡¿te quieres levantar ya de una vez?! La vida será muy bonita, sí, pero también es muy puta. Se llevó a mi madre cuando yo tenía tan solo doce años, y la verdad, no pasa un día que no la eche de menos. Dicen las malas lenguas que desde que ella se fue, me quedé como el tonto del pueblo. Pero,… ¿saben una cosa? este pueblo es el que hoy sigue siendo un tonto, tan tonto, como desde el ayer.
Los viernes en el Mercado de las Almenas no son un día cualquiera. Desde bien temprano los puestos se llenan de gente. Aunque Perico, el guardallaves del mercado, dice que ya nada es igual, que ahora la plaza de abastos no se llena de aquellas mujeres que antaño venían a diario a comprar. Sin apenas mirarle a los ojos, le digo que ahora vienen por fin los hombres y que todo empieza a cambiar, pero de su mirada se desprende un cierto enojo, y bueno, no lo quiero enfadar. En fin, no quiero discutir, porque tiene muy mal genio y no tardaría en decirle al Alcalde cualquiera de sus mentiras, y no me gustaría que los municipales volvieran a llevarme al calabozo, como aquella última vez.
No es el olor a pescado ni a chicharrones. Y no sé si son las flores, o realmente el qué, pero hoy el mercado tiene un aroma especial. ¡¡Ah!! ya veo, tantos corazones colgados me dice que es el día de los enamorados. Sin embargo, no creo que este día sea el que haga diferente al mes de febrero, sino que al ser un año bisiesto, febrerillo el loco se alarga por un día más y supongo que traerá un acontecimiento que a muchos, nos sorprenderá.
Paco y María, los carniceros, hoy no paraban de discutir. Bueno, hoy no, siempre están discutiendo. Ni porque sea el día de los enamorados, detienen por un momento esas estúpidas palabras que se cruzan sin parar. Los clientes siempre sonríen cuando los ven de esta manera. En el fondo, saben que ambos interpretan su papel en este teatro de la vida y que al final de la mañana terminarán dándose un beso. Pero no un beso cualquiera, sino uno de esos de besos de película que yo nunca he logrado saber como pueden ser.
_ ¡Que no María, que yo no celebro nada, que lo sabes muy bien!. Que llevamos treinta años casados y desde el principio sabes que esto de celebrar los días no tiene significado para mí.
_ Pero Paco, hazlo por una vez, ¿que más te da?
_ María, que cansada eres, siempre con lo mismo. ¿no ves que no servirá de nada? Y tú, ¿cuándo vas a dejar ese dichoso móvil? Que si tanto wathsapp, por aquí y por allá.
_ Mira Paco, ya está bien. A la primera de cambio, haces como siempre, ya me cambias de conversación.
Ambos guardaron silencio por un minuto, que igual se convirtió en dos o tres. El grito de la carne abierta por los cuchillos afilados rompía el murmullo silencioso de aquel puesto. Sus miradas parecieron alejarse en ese espacio diminuto que ambos compartían a diario, entre el roce de sus cuerpos, que a veces aprovechaban para cualquiera sabe qué.
La sonrisa de María cortó la tensión que se respiraba en el aire y Paco no pudo sino devolverle un guiño de ojos, ese que un día conquistó a su mujer. Se volvieron a mirar y ahora la risa cómplice de los años que llevaban juntos, le hicieron descubrir que cada 29 de febrero ambos celebrarían aquel desencuentro, que hoy los volvió a unir.
A partir de esa fecha acordaron que todos los 29 de febrero, Paco llevaría a su suegra un regalo, porque una suegra sin regalo no está de bien ver, y ese día celebrarían el Día de la Suegra. Y por su parte, María apagaría el móvil por un día, y dejaría ese mundo escondido de las ondas y lo convertiría en el Día sin Móvil, por fin.
Al menos, ahora cada cuatro años tendremos un Día de la Suegra y un Día sin Móvil, porque igual no podemos pasar sin ninguno de ellos,… o igual sí.
Que bonito escribes…. Me gusta!!!
Un abrazo, casi vecino.