Miré el reloj y comencé a sonreir. _¿Qué piensas?-, me preguntó ese otro yo que se encuentra oculto en mí, y que creo que todos tenemos guardados y no dejamos aparecer en público. Al principio no supe que responderle, pero pasados unos segundos le dije: _ ¿has mirado lo curioso que es el medidor del tiempo?, el segundero corre aprisa, no se detiene, no deja tiempo para nada y, sin embargo, los minutos corren más lentamente, haciendo que las horas transcurran de forma pausada.-
Eran las ocho de la mañana y el vuelo a Frankfurt salía con retraso. El aeropuerto se había convertido en un extraño segundo hogar para mí y en pocos años había pasado de odiarlos, a amarlos con una gran pasión. No puedo negar mi amor por ellos. Los aeropuertos son pequeños globos terráqueos, las verdaderas Naciones Unidas de este mundo, con un continuo ir y venir de personas, de culturas, de lenguas. Ahora con el paso de estos años, en ellos me encuentro cómodo, incluso diría que hasta feliz.
Sentado en la cafetería de la terminal, al extraer la cartera del bolso, la foto de mi abuelo cayó al suelo. La única persona que verdaderamente lo conocía era mi madre y cuando se refería a él, siempre recuerdo las mismas palabras: _los ojos de tu abuelo hablan y cuando parpadea, deja un silencio en el aire-. Julio,… el nombre de mi abuelo en los labios de mi madre adquiría un sentido diferente, y en sus ojos, un brillo especial.
En mi memoria su recuerdo comenzó a transitar por caminos de ida y vuelta. Su presencia en mi vida fue diaria, distante sí, pero presente en los pequeños y grandes momentos. Recuerdo como de pequeño su voz pausada y grave recorría los pasillos de la casa, su lento caminar dando vueltas por el patio, su mirada de ojos azules, y sobre todo, sus abrazos.
En ese viaje de los recuerdos que se cruzaban por mi mente, mi abuelo estaba sentado en una vieja silla de anea que había en un rincón del patio, rodeada de aspidistras y geranios. Me apoyaba entre sus piernas y él me abrazaba con aquellos brazos que recordaban la fuerza de una juventud ya perdida en el tiempo. Entre su mirada, el susurro de su voz y las caricias de sus manos suaves, comenzábamos cada tarde un viaje entre aquellos aviones de papel. Me los hacía sin parar, uno tras otro, y mientras los lanzábamos al aire y los hacíamos volar, sus ojos se llenaban de lágrimas. Empezaba a contarme historias de su pasado, haciéndome soñar con lejanos lugares y viajes de ensueño. Sus ojos se clavaban en mí y me decía que en aquellos aviones, él viajó a un país donde lo habían acogido para trabajar, para hacer una nueva vida, para salir del hambre en el que se encontraba toda la familia. En aquellos aviones volaron sus esperanzas y sus sueños, sus miedos y temores, su futuro ante un pasado atrapado por un presente incierto.
De nuevo miré el reloj, las ocho y veinte, el tiempo transcurría lentamente esperando la salida de un avión que salía con retraso, como queriéndome decir que no quería volver a marcharse fuera del país. Y junto a mí, allí en la soledad de una mesa, un periódico abandonado y un titular, «300.000 jóvenes: la nueva generación de emigrantes españoles».
Cierro los ojos por un instante y el recuerdo de mi abuelo se me hace más presente, y cuando los abro, veo cómo todo ha cambiado en tan solo unos años. Cuando me marché por primera vez, hace cinco años, me consideraban un privilegiado, un afortunado del que presumían de mí, me miraban como un talento que salía fuera del país, como una mercancía que se exportaba y que tenía un gran valor. Y ahora, pasado estos años y cuando observo los titulares de los periódicos y miro a mi alrededor, ya no somos esa mercancía valiosa, ya hemos dejado de ser esa bandera ondeante de un país. Ahora nos hemos convertido en lastimosos emigrantes de una posguerra, como aquella que vivió mi abuelo, la que él me narraba en aquellas tardes de juego, en la que miles de españoles salieron de este país para sobrevivir al hambre y a la miseria.
Hoy abuelo, tus historias del pasado se hacen presente en este momento.
Precioso texto, me has hecho recordar a mi abuelo, también se llamaba Julio, como yo, también tenía los ojos azules y la mirada dulce pero severa al mismo tiempo y sus brazos fuerte abrazaban con mucho amor y sentimiento…Gracias.
Un abrazo
Julio
Muchas gracias Julio por tus comentarios. En nuestros abuelos y mayores tenemos grandes historias y experiencias que nos deben servir a todos.
Recibe un fuerte abrazo.
Precioso relato, reflejos de un pasado hermoso en un presente lleno de nostalgia. Me sorprende ver en cada relato tuyo como eliges con gran sutileza cada palabra haciendo que sea exclusiva, pero a la vez uniendose a las demas para dar lugar a un sentimiento, una historia llena de vida que transmite mas alla del corazon, al alma. Nuevamente enhorabuena. Un afectuoso saludo.
Me has hecho recordar a mi abuelo Paco,que cada dia me alzaba para buscar los tesoros dulces que me escondia por los altillos de lo7 armarios,..
Gracias por tu sensibilidad y que esos aviones de papel hechos con tanto amor nunca paren de viajar y hacernos soñar.
Felicidades una vez más.
Emotivo relato y tan sentido por ti, que veo realmente la figura de tu querido abuelo a tu lado…
Escribes de un modo exquisito y sabes elegir sutilmente cada palabra.
Enhorabuena!!!
Un beso.