Había dejado las maletas preparadas la tarde anterior y quise irme pronto a la cama para descansar. Entre los nervios por el viaje en coche que me llevaría desde la Tacita de Plata hasta Bilbao y el enorme calor de aquella noche de finales de septiembre, no era de extrañar porque estábamos en pleno veranillo de San Miguel, recuerdo que concilié el sueño a ratos y mal. Después de escuchar el camión de la basura, que como cada madrugada rompía el silencio, y cuando la primera claridad del día comenzaba a vislumbrarse en el cielo, el sueño se hizo dueño de mí y me quedé rendido por el agotamiento de una noche de vigilia. Con un cierto sobresalto desperté a las nueve de la mañana, no quise ponerme nervioso pero ya mis planes comenzaron a irse al traste, ya que había previsto salir dos horas antes. Después de una ducha y un desayuno rápido, me dirigí al coche para colocar las dos únicas maletas que llevaba en mi viaje, una repleta de ropa, que probablemente me serviría de bien poco porque era de temporada, y otra más pequeña, que utilizaba habitualmente para mis viajes en avión, y en la que puse mis libros y las fotografías de mis padres.
Cuando el reloj marcaba las diez menos cuarto y me dirigía hacia el coche, no recuerdo bien porqué motivo, supongo que tuve la necesidad de respirar hondo y ver por última vez el lugar donde había pasado mis últimos cinco años, me detuve y me senté en uno de los bancos que había en los jardines de la urbanización. Incliné mi cuerpo hacia adelante y apoyando mis codos sobre las rodillas, miré hacia al suelo,… las imágenes del accidente vinieron a mi mente y por un momento me sentí abatido. El silencio de ese instante en aquella mañana de sábado quedó roto con el sonido del paso de unos tacones, y cuando levanté mi mirada, allí estaba ella, se había detenido junto a mí.
_ Buenos días- me dijo con aquella voz suave y con un extraño acento que me hizo pensar que no era del lugar.
_ Buenos días-, repuse con la voz algo entrecortada por los nervios del momento de mi marcha y la emoción por tenerla a ella tan cerca.
Era la primera vez que escuchaba su voz, que veía sus ojos, la tenía a menos de dos metros de distancia de mí y pude apreciar la fragancia de su perfume, era la envidia de las flores del jardín que rodeaba la piscina de la urbanización. Aquella mujer que a diario observé en su terraza, la que cada mañana veía salir a la misma hora sin saber su destino, era una verdadera desconocida para todo el vecindario. No podría decir su edad, porque detrás de sus rasgos de madurez no se escondía el transcurrir de los años, sino el paso de la vida, y su enorme atractivo no pasaba desapercibido, era extremadamente elegante en su forma de vestir, en su manera de caminar y en aquellos movimientos tan sugerentes para atusarse su cabello corto de color cobrizo.
Tan pronto me ofreció su mano, me levanté para saludarla. _Adiós, que tengas un buen viaje y nunca pienses que eres un cobarde, no huyes, simplemente quieres aprender-, me dijo. Me quedé sin poder articular palabra alguna ante aquella frase que salió con dulzura de sus labios, no supe reaccionar ante esa situación.
Tres meses después, paseando por el centro de Bilbao, entre los libros expuestos en el escaparate de una pequeña librería, se encontraba la fotografía de aquella mujer y un cartel que anunciaba que aquella tarde estaría allí para presentar su libro de poemas, y que había recientemente publicado en Amazon. No lo dudé, tenía que ir allí, quería volver a verla, cada día que pasó desde aquella despedida siempre hubo un momento para su recuerdo.
Cuando la vi, el estómago se me contuvo, una extraña sensación se apoderó de mi cuerpo, los pómulos estaban continuamente sonrojados y por mi garganta apenas circulaba un hilo de saliva que aliviara la sequedad de las cuerdas vocales. Al finalizar la presentación de su libro se acercó al lugar donde me encontraba, sus finos labios acariciaron mis mejillas regalándome aquellos dos besos, llenos de la misma fragancia que tenía la primera y única vez que nos saludamos. Tras varias horas de charla, me dejó una nota manuscrita en la que se leía los versos de un poema:
El Refugio
Me dije cobarde el primer día,
cobarde por no ser la mujer que esperabas,
la que tú soñabas en tu realidad.
Pero no fue falta de valentía,
era que ambos cambiamos
y no,
no supimos aceptar.
Hoy me quedo en mi refugio,
cada mañana
para buscar la luz de un sol,
cada tarde
para ser la primera en atrapar la luna,
y cada noche
en la oscuridad de la madrugada,
para estar en mi silencio
en compañía de mi luna, de mis estrellas,
de mis luceros que iluminan un nuevo camino.
Cada día me quedo en mi refugio protector,
el único que conoce mi vida, mis secretos,
cada día mi refugio
es la terraza de mi hogar.
Para ti
Preciosa historia..llena de sentimientos.
Todos necesitamos un Refugio al cuál acudir y poder expresar allí nuestros más íntimos sentimientos,sea un lugar o esa persona amada que llega a ser nuestro amado Refugio que está síempre ahi para cuidarnos y protegernos,ojalá lleguemos a ser ese Refugio.
Gracias por tan bella historia! 😉
Hola, gracias por tus palabras.
Es cierto todos necesitamos de ese lugar e incluso de esa persona donde buscar nuestro refugio, nuestra protección. En ese refugio se guardan sentimientos, pensamientos, secretos que desean salir de él, pero que él sólo conoce.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo muy fuerte