¿Era el momento?

En el mes de octubre de 1982 el PSOE ganó las elecciones generales con el lema «Por el cambio», y treinta años después el PP andaluz resultó la formación política más votada en las elecciones autonómicas llevando como lema en su campaña «El cambio andaluz». Sin duda alguna, treinta años no es nada, o es mucho según se mire, pero parece evidente que entre ambas formaciones políticas parece existir alguna que otra coincidencia.

El 25 de marzo de 2012 quedó atrás, ¿parece lejano verdad? Algunos dicen que los andaluces hablamos en las urnas y que los resultados dejaron un mensaje claro. ¿Los andaluces hablamos sólo en las urnas?,…será así, no lo niego, existen doctores de esta iglesia política que nos dirige y que nos representa, tanto a los que nos gobiernan como a los que se encuentran en la oposición, cuya sapiencia es indiscutible y que conocen mejor que nadie, según dicen ellos, el funcionamiento de esta democracia que nos hemos dado, pero que parece por momentos ser olvidada.

El 25 de marzo de 2012 quedó atrás, y atrás quedó también una oportunidad de ver como en Andalucía nuestra clase política, ¿por qué es nuestra, no? hubiera demostrado que todavía es posible creer en ellos, que están ahí como buenos y verdaderos directores de orquesta, como padres encargados de trabajar por el interés general y común, como nobles responsables de la cosa pública.

Pero ahora mi recuerdo se centra en los días posteriores, en los que nuestra clase política, la andaluza, podría haber demostrado y dado ejemplo de que en esta tierra somos capaces de hacer otra política, que somos capaces de ir más lejos que nadie, que tenemos una gran capacidad comunicación y entendimiento. Los días siguientes a las elecciones andaluzas hubieran sido claves para dar un verdadero golpe de efecto, tanto a nivel político, social y por supuesto, económico.

Entiendo que se ha perdido la oportunidad de ver como nuestros responsables políticos pueden hablar y llegar a acuerdos, de pensar verdaderamente, de forma leal y honesta, en los intereses generales, en los comunes a la sociedad, y no de haberse limitado a pensar en sus propios intereses como grupos políticos. Y es que lamentablemente siempre piensan como grupos, con lo que ello supone de exclusión.

A la vista de los resultados de aquellas elecciones, nuestros representantes políticos podrían haber tomado una decisión, no plausible por sus formaciones, pero sí quizás por y para la sociedad. La fuerza más votada, PP, y las otras «mayoritarias», PSOE e IU, tenían quizás la oportunidad de haber mirado a los intereses generales de esta comunidad, conformando una coalición unitaria, para hacer frente común a una situación tan excepcional como la que vivimos. Entiendo que los elementos para la formación de un gobierno que aglutinara a las tres fuerzas políticas que obtuvieron representación parlamentaria se habían producido en ese momento. El equilibrio de fuerzas y esta situación social y económica por la que atravesamos, hubiese sido argumento, justificación y base para haber tomado esta decisión, no común, pero sí quizás adecuada para hacer frente a un momento diferente como en el que nos encontramos.

Ante situaciones no comunes como las que vivimos hay que tomar caminos no habituales (al menos esto se nos repite una y otra vez también por la clase política, y sin embargo, comprobamos que no actúan según predican). ¿Qué miedo existe para hacer otro tipo de política?, ¿Por qué no nos arriesgamos? Creo sinceramente que no hubiésemos perdido nada por haber apostado por una forma de actuar diferente.

Sin duda alguna esta reflexión resulta utópica en su planteamiento, y lo es porque choca frontalmente con las actuales estructuras y formas de ver el funcionamiento de la política por los partidos políticos, que son esclavos de sus intereses particulares, partidarios, internos, que están alejados desafortunadamente de los intereses generales. Y sí, afirmo que están alejados de los intereses generales porque está demostrándose que los responsables políticos se encuentran distanciados de los ciudadanos, de sus inquietudes, de sus necesidades, del día a día. Hay que hacer «macropolítica», esa que habla de grandes números, de grandes intereses, pero no podemos olvidar la «micropolítica», la que está cercana al ciudadano de a pie.

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