LA FACHADA

Tengo mi boca encarcelada, presa del tiempo.

El aire salino humedece mis labios cuando las olas rompen en el espigón y la espuma salpica mi rostro desconocido. Escribo esta carta a los pies de la dama que emerge en esta barca llamada Libertad. Una carta sin destinatario. Miento. Una epístola de mujer a mujer, pero cuyo nombre no pronuncio. Yo sigo oculta en esa botella que regresa a la orilla y busca la reconciliación del pasado con el presente.

Sucede entonces.

Tengo sus patadas en mi vientre antes de venir al mundo y asomarse en aquella noche de luna llena. Escucho su primer llanto, cuando lo posaron sobre mí para que su corazón y el mío latieran al unísono. Tengo su boca en mi pecho y siento la palabra Madre mientras amamanto sus primeras horas de hambre fuera de mi útero. Tengo su mano cogida a la mía en la puerta del colegio, su beso de despedida hasta la hora de comer. Guardo ese garabato dibujado en un papel, el corazón atravesado por una flecha y el nombre de su primer amor de verano. Tengo mi brazo sujeto al suyo, para unirlo a otra mujer junto al altar.

Entonces sucede.

Los gritos, las palizas. Los silencios. Las lágrimas naufragan en mis ojos. Me duelen las patadas de un canalla en las entrañas de esa mujer que ha dado la vida a mi nieto. Siento cómo agoniza el corazón de ella, mientras el mío es un despojo en este vertedero de la ansiedad. Me llamo Natalia. A este lado de la reja quién soy. La madre de un maltratador que nunca debí entregar a esta mujer.

Hoy necesito encontrar la libertad, escapar de esa culpa que otras miradas han pintado en la fachada de mi casa.

UN CAFÉ PARA LLEVAR

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Ha apagado las luces, le ha dado dos vueltas de llaves a la cerradura y ha echado la reja de la puerta. Sonríe. Dice que se siente como John Wayne, cabalgando de espaldas a la cámara de aquella película en blanco y negro, mientras se encienden las luces de un cine de verano, y en la pantalla aparece las dos únicas palabras que conoce en inglés: the end

El calor aprieta de lo suyo. Pepe ha cerrado el bar a las doce de la noche del treinta y uno de agosto. En la puerta, un cartel anuncia que cierra por jubilación. Pepe nunca ha sido de letra pequeña, pero en esta ocasión, ha dejado una nota manuscrita: «Aquí yacen cuarenta años de mi vida. Si venís a buscar dinero, habéis llegado tarde. Si venís a pagarme lo que me debéis, podéis ingresarlo en una cuenta de ahorros a nombre de vuestros hijos o nietos». 

Ni medallas al trabajo, ni placas de reconocimiento, ni calles rotuladas con su nombre. Pepe ha echado el cierre al negocio y se marcha como él dice «a la sala de espera». Mientras nuestro pequeño mundo anda revuelto entre lazos amarillos de quita y pon, cambios de hora para envolvernos en el debate de un tiempo que se nos va de las manos; entre políticos que van a la gresca en discusiones que solo les benefician a ellos, porque el pueblo, ese pueblo al que ellos recurren en llamar, estamos a verlas venir, porque andamos bastante desorientados, por no decir que agotados; entre el burofax a un Presidente, porque los Franco no se gastan dinero en un requerimiento notarial, para evitar que se retiren los restos de un dictador, al que ya deberíamos haber sacado, porque su familia no ha pagado la tasa del cementerio; mientras todos están  más preocupados de lo que se dice en Twitter, que en escuchar al que tenemos a nuestro lado; mientras alguien pensó que el BOE hizo su agosto marchándose de putas; y mientras las pateras siguen llegando a las costas, con una Europa que es cada día que pasa, menos Europa; y mientras el contador de mujeres víctimas de esa violencia machista no hacemos que se detenga…,mientras todo eso sucede, y mucho más, Pepe ha echado el cierre con apenas mil euros en el bolsillo y pensando en cómo a partir de ahora, vuelve a llegar a fin de mes.

Pepe ya no volverá a poner más cafés. Ahora que llega el mes de septiembre y un cabañuelista anuncia que nos espera otro otoño caliente, y lo dice con la jactancia del que se burla de un pasado no muy lejano, y con la amenaza de que la historia vuelve a empezar, no sé si la solución es recetarle un antiinflamatorio verbal, pero esto para algunos parece que es el retorno a su edén.

Pepe ha echado el cierre, y ahora me pregunto quién nos pondrá ese café para llevar.

¿Hasta qué día está permitido felicitar por el año nuevo?

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Las primeras horas del 2018 no dejan de ser tan diferentes al comienzo de cualquier otro primer día de otro año. Mientras unos van a la cama cuando ya el sol comienza a despertar, siempre y cuando no amanezca nublado, y otros despiertan para continuar con su particular rutina de no darle al primer día del año, más importancia que la de cambiar el calendario que está colgado en la pared; mientras todo eso sucede, se escuchan aún los mensajes de felicitaciones por el año nuevo, los buenos deseos para los próximos trescientos sesenta y cinco días que tenemos por delante, y todo esto ocurre rodeado de algunas sonrisas que a veces se esconden en más de un acto de cortesía que está lleno de una gran hipocresía.

La mañana del 1 de enero comienza como cada año: con los tradicionales saltos de esquí en una estación invernal de nombre casi impronunciable, con la misa de un Papa que dicen que es revolucionario, y con la repetición en algunos canales de televisión de esos programas grabados hace semanas de una fiesta de nochevieja que ya no existe. Imagino que los figurantes de esos programas se habrán comido veinticuatro uvas, en lugar de las tradicionales doce que comemos en esta España que algunos indecentes llaman represora desde su cinismo e ignorancia; pero bueno, podremos decir que comenzamos un nuevo año de la manera más saludable, porque lo hacemos comiendo fruta, después de una cena copiosa regada con alguna que otra copa que rebosa alcohol.

Durante este primer día, los resúmenes del 2017 se volverán a repetir, y conoceremos al primer niño o niña que ha nacido en España en el 2018, con unos padres emocionados a los que no maquillan para salir en televisión, para que seamos conscientes de que venir al mundo no tiene photoshop. Y mientras comienzan a transcurrir las primeras horas de este año, e intentamos no hacer mucho ruido por aquello de no molestar a los vecinos que duermen plácidamente después de toda una noche de fiesta, no tengo claro qué día debo dejar de felicitar por este nuevo año que tenemos por delante. 

Sea lo que sea, lo que sí tengo claro es que como todo los años, en este primer primer día, se vuelve a poner el contador a cero. Un contador a cero con los muertos en la carretera, un contador a cero con otra mujer víctima de esa maldita violencia machista,… y podríamos seguir enumerando listas de contadores a cero, pero prefiero no hacerlo porque muchas duelen de solo pensarlo.

En fin, habrá que seguir deseando feliz año nuevo en los próximos días, aunque preferiría felicitar por un año viejo en el que no existiese ese indeseado contador.

¡¡Feliz 2018!!