TIENE NOMBRE DE MUJER

 

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Mi madre 

 

El pasado veinte de enero, con algo de nocturnidad, y eso sí, con mucho de alevosía, Tarayuela zarpó de ese puerto donde la imaginación y la realidad se abrazan, donde la soledad pierde su nombre para encontrarse con ella, y donde los miedos se vuelven más miedos. La fecha elegida no fue casual. Como tampoco lo es, que esta entrada en el blog supone el verdadero inicio de esta nueva travesía, porque es en este momento, cuando realmente soltamos amarre y este navío comienza a alejarse de la tierra y sentir como el viento de levante, que ahora apenas es una brisa, acaricia sus velas; y como las olas, baten la proa de este barco.

Y digo que hoy comienza este viaje, porque hablar de Tarayuela no tiene sentido, si no hablamos antes de ella. Porque hablar de las raíces y del arraigo, del esfuerzo y la constancia, de la humildad, de la pasión y de la vida, y como no, del amor, no podría hacerlo sólo hablando de la Tierra, sin antes referirme a la Mar. A ese Mar donde Tarayuela se asoma cada día, y como decía días atrás, siente el aroma de las rocas corraleras que la acarician convirtiéndolo en un lugar especial. Y es que las dos, la Mar y Tarayuela, tienen nombre de mujer: Josefa.

No me pregunto qué habría sido de Manuel sin Josefa, y de ella sin él. Lo que me pregunto es qué habría sido de Tarayuela sin ellos dos. Porque Tarayuela es lo que es, gracias a esos caminos que ambos emprendieron un día de la mano. Hago aquí un breve apunte para decir que la dedicatoria de Historias de una casapuerta que aquí transcribo para aquellos que no la conozcáis: A mis padres, dos funambulistas de la vida que sabían que el equilibrio sólo se conseguía a través del amor, ya abrió, sin yo saberlo, la esencia del viaje que aquí comenzamos en este blog llamado Tarayuela. Y es que ambos han demostrado que el amor era lo único que ha sabido sostener el complicado equilibrio de los pasos que se dan en ese alambre en el que se convierte la vida.

Muchas fueron las horas de conversaciones, tanto al abrigo de las frías mañanas de un mes de enero, como bajo una higuera buscando el fresco de los calurosos mediodías de un mes de San Juan, en las que él me hablaba de ella, con su voz grave rompiéndose en recuerdos que por su mente se cruzaba y que quería callar. En aquella infancia comprobé como las palabras no sobran, pero que, a veces, necesitan no ser pronunciadas cuando unos ojos, que ya denotaban el paso del tiempo, se llenaban de lágrimas al pronunciar el nombre de ese Mar que aquí tiene nombre de mujer.

Alguna vez me confesó que nunca le llevó un ramos de flores, y que nunca le escribió una carta de amor. Que nunca le cantó una canción, porque quien susurraba canciones siempre era ella, y él callaba para poderla escuchar. Con aquellas palabras comprendí que el amor no se guarda en el aroma de unos pétalos que se marchitan a los pocos días, ni se esconden en una tinta que el tiempo se encargar de difuminar, ni que la música tiene las únicas notas de amor. Como alguna vez me dijo, no hay que hablar de ella, sólo hay que estar a su lado para comprender lo que significa amar.

A mis padres, dos funambulistas de la vida que sabían que el equilibrio sólo se conseguía a través del amor

Y ahora sí, Tarayuela se pone en marcha y lo hace para hablar de la vida, de lo cotidiano, de lo que nos rodea, de lo lejano y más cercano, de lo que nos preocupa, de lo que observamos, y de lo que no queremos mirar. Pero con el permiso de mi Padre, Tarayuela se pone en marcha con una canción que habla de la Mar, que aquí tiene nombre de mujer: Josefa. 

QUIERO DESPERTAR A TU LADO

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Quiero despertar a tu lado. Que nuestros ojos se pierdan en las primeras luces de la mañana. Que desnudo tu cuerpo, te sientes sobre las sábanas arrugadas de la noche y apoyes la espalda en el cabecero de la cama. Que entre tus piernas, me enrede y comience a perderme. Que mis labios recorran el interior de tus muslos hasta llegar a ese lugar. Tu intimidad arde. Tus manos se sienten firmes, tu fuerza es para atarme a ti. Me aprisionas a tu cuerpo. Me empujas. Me llevas a tu locura, a mi locura. Cierras los ojos, intentas levantar tus nalgas, suspender tus caderas en el aire. Tus piernas se clavan entre las telas blancas, mientras mi boca siente la suave humedad de ese pecado que se abre al placer. Me llenas de ti.

Quiero despertar a tu lado. Seguir. Que te tumbes en la cama. Que sobre tu cuerpo sientas el mío. Que tus manos se aferren a las sábanas. Que rasguen el deseo, ese que hace un momento nos dijimos al oído. Susurras  palabras que sólo tú conoces. Dos cuerpos son uno. Yacemos en la horizontalidad de la pasión. Nos movemos para que me sientas dentro de ti. Te siento en mí. No podemos parar. Tus piernas me rodean, mis manos te sujetan. Tu boca, mi boca, nuestras lenguas. Queremos escapar, pero no sabemos dónde huir. Tus labios se muerden para gritar en silencio. Descubres tu cuello para que mi boca lo muerda. Somos dos presas que caemos en nuestras propias trampas.

Quiero despertar a tu lado. Seguir follando. Que no sepamos dónde se marchó el tiempo. Que te sientes sobre mí, que te muevas lentamente mientras mis manos sujetan tus caderas, que suben por tu vientre, hasta llegar a tus senos, acariciarlos, para llegar a tu boca, y muerdas mis dedos que saben a ti. Jadeamos. Gemimos. Cerramos los ojos. Los abrimos. Ambos somos esclavos. Yo de ti, tú de mí. Has derramado tu vida en mí, y dentro de ti, sientes el calor de esa lava que explota por el deseo de dos cuerpos que se han derrumbado al amanecer. Quiero despertar a tu lado.

DÓNDE SE HAN PERDIDO LAS PANCARTAS

 

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Llevo un rato buscando una palabra. He encontrado varias, pero en ese intento de sintetizar la lluvia de pensamientos que se me pasan por la cabeza y de resumirlo en un concepto, la primera que se me viene, me la callo. He decidido sólo pronunciar la segunda, que igual podría haber sido la primera, aunque lo dudo, porque no voy a negar cierta rabia contenida, y cuando se retiene la rabia, la primera palabra que aparece, siempre es preferible no mencionarla.

Indiferencia. Esa es la segunda palabra. La primera la dejo guardada en una cartuchera, recordando a ese juguete de la niñez que hoy es menospreciado por su beligerancia. Esa cartuchera donde, de niños, guardábamos las dos pistolas que decíamos de mentira y que disparaban eso que llamábamos mixtos, dejando en el aire ese aroma a petardo mal explotado. Hoy con el paso de los años, esas cartucheras y esas pistolas de petardos, resultan un insulto, un horror para la educación y la formación de nuestros más pequeños, porque estamos invitándolos con aquellas armas al uso de la violencia. Y, por supuesto, nadie quiere educar a sus hijos bajo ningún elemento que nos lleve a la violencia.

Por lo tanto, utilizo la segunda palabra que se me ha venido a la mente, ejerciendo ese derecho propio de autocensura que uno puede usar sin que nadie lo sepa, aunque ahora no me importe que se conozca. Quizás alguno me venga a decir que no ejerzo mi libertad de expresión, que a qué viene ese ejercicio de censura en estos tiempos, cuando es un derecho que hemos ganado con la democracia, con la lucha por la consecución de los derechos humanos. Y claro que sí, cuánta razón llevan esos ilustrados que me dicen que debo no callarme y que ejerza por ello mi libertad de expresión. Y me ponen el ejemplo que no hace muchas fechas, todos los responsables políticos salieron a la calle, asaltaron las avenidas, y detrás de una pancarta protestaron por la muerte de unos periodistas, bajo ese paraguas de un ataque a la libertad de expresión. Cuánta razón llevan esos ilustrados. No me había dado cuenta de ello. Después de tanto tiempo, hoy debo ejercer ese derecho porque son nuestros mayores los que han luchado para ello.

Pues bien, en ese ejercicio de mi libertad de expresión, os condeno a todos. Esa indiferencia a mí me da vergüenza. Vosotros, los ilustrados, esos que se han disfrazado de representantes públicos y políticos, estáis mostrando una indiferencia que me avergüenza. ¿Cómo pretendéis construir una sociedad mejor basándola en esa indiferencia? ¿no es quizás esa indiferencia un arma más peligrosa que esas pistolas de petardos?

Hace unos días, han muerto más de setecientas personas. Repito, setecientas personas. Personas que huyen de la miseria, del hambre, o de esos que les impiden ejercer su propio derecho y libertad de expresión. Y sin embargo, en esta vieja Europa, esta autoproclamada tierra de las libertades, hemos dado la espalda a esos muertos, porque quizás no todos los muertos valgan lo mismo. Todos han pensado que esos que estaban cruzando el mar, no eran de los nuestros.

¿Dónde se han perdido ahora las pancartas?