ENTENDEDOR

Lunes de vendetta


«En el hemiciclo ha flotado un extraño aroma a San Valentín con corazones de alquitrán»


Na, na na na na, na na na na na na… Laaa, la la, laaaa, la la laaa, la la la…

Algunas canciones necesitan de esta técnica creativa. Unas para salir del paso cuando la letra se acaba, no se tiene nada qué decir o es mejor callar que escribir. Otras, porque perdería su sentido si no tuviese ese estribillo en la sombra.

Na, na na na na, na na na na, na na.

Las palabras de la alcaldesa de Vic destacando el aspecto físico del catalán como un elemento diferenciador son fruto de esa técnica creativa. Algún antropólogo vendrá a discernir la cuestión y encontrará una base científica o histórica a dicha afirmación. Pero que nadie piense que esta honorable señora pueda tener alguna aversión a todo lo que suene a español. Según ella, no hemos entendido sus palabras y las hemos sacado de contexto. Un comunicado en Twitter y todo solucionado. Los entendedores siempre tenemos un problema de comprensión.

Nana na na, na na na na, nananana na.

Los adelantamientos sin intermitentes en los escaños y los excesos verbales de velocidad siguen vigentes, pero han colocado sus dispositivos antirradares sin homologar y vámonos que nos vamos. El «amiercoleado» control del Gobierno se ha convertido en un espectáculo soporífero. En el hemiciclo ha flotado un extraño aroma a San Valentín con corazones de alquitrán. Venezuela en el punto de mira y los líos de cómo llamar a uno que es o no es. En esa telaraña nos atrapan, pero por la tarde desde Moncloa envían un comunicado a la prensa, y todo arreglado. Los entendedores seguimos teniendo un problema de ejercicio de comprensión.

Nana na na, na na na na, nananana na.

El famoso Mobile se suspende este año. Las autoridades dicen que no existen razones. Nadie ha proclamado la alerta sanitaria. El Ministro de Sanidad repite ante los micrófonos que nuestro sistema sanitario está preparado para lo que venga (no quiero recordar cuando dijeron lo mismo del sistema financiero y al día siguiente: ¡FROP!). El coronavirus es una amenaza, pero no lo es. Nadie lo tiene claro. Pero por la tarde, rueda de prensa, todos con cara póker y los bolsillos de muchos se quedan temblando. Los entendedores continuamos sin saber cómo superar la prueba de acceso a la comprensión.

Laaa, la la laaaa, la la laaa, la…

La familiar real ha posado ante las cámaras. Las fotografías se distribuyen a los medios de comunicación. Felipe, Leticia. Flema regia. Las niñas sonríen. En color. En blanco y negro. ¿En blanco y negro? Mi madre no tiene álbum de fotos, pero sí una caja de madera donde guarda los recuerdos. Mi familia no tiene sangre azul, pero tenemos aquella fotografía pegada en el libro de familia. El que ha bautizado al coronavirus tiene que ser repúblicano, porque tiene nombre de Terminator de la monarquía. Los entendedores nos perdemos en el carnaval de la comprensión.

Laaa, la la laaaa, la la laaa, la…

Una clínica de implantes capilares me ha enviado una solicitud de amistad en Facebook. Les veo venir el pelo. No acepto su petición porque vienen a sacarme el dinero y acabaré tirándome del implantado cabello. La hipotética polémica la zanjaré por la tarde con un comunicado oficial y lo publicaré en las redes sociales. Todo aclarado. Los entendedores somos animales prehistóricos del siglo XXI.

Hasta el próximo lunes ejercientes de la vendetta. Feliz semana.

LA PRIMERA VEZ

 

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En la era de los selfies, likes, «me gusta» y retuits –curioso que las únicas palabras entrecomilladas hayan sido las escritas en castellano– parece que ya no queda por descubrir que siempre hubo una primera vez.

Hace unos días alguien me dijo: «¿recuerdas la primera vez que nos vimos?» En ese momento me di cuenta que la pregunta puede resultar demoledora, pero que la respuesta lo puede ser aún más. Mi contestación negativa provocó desconcierto y algo de desasosiego en esta persona, pero haberle mentido, me habría llevado a algún lugar poco deseado. «Nos vimos en Facebook la primera vez y a los pocos días, en Instagram», me afirmó con la seguridad de quien no ha olvidado ese momento. Lo recordé. Ese alguien me había pedido solicitud de amistad y dos días después le puso un corazón a una fotografía en blanco y negro de una calle cualquiera que subí a esa red social. Desde aquí le pido disculpas por mi despiste, pero es evidente que su grado de entusiasmo en su primera vez, no se ha correspondido con mi grado de alegría y satisfacción en mi también primera vez.

A veces no reparamos en ello, pero la primera vez en el mundo de las personas tiene más importancia de lo que imaginamos. La primera vez que se te cae un diente, llaman a Ratoncito Pérez y ese pequeño roedor despreciable años después, te deja algún regalo escondido en algún hueco de la casa, y de esa manera se hace más llevadero ese momento de trauma bucal. La primera vez que a una niña le llega la menstruación, a falta de hermana mayor que la comprenda o de una amiga algo más aventajada, en la casa alguien suelta alguna lágrima a escondidas y exclama aquello: ¡mi niña ya se hace mujer! La primera vez que le das un beso a esa persona en la que depositas el amor para toda la vida, no sabes si tus labios arden lo justo y necesario y si puedes traspasar otras fronteras lingüísticas. La primera vez que se te rompe el amor, desconoces si en este planeta entre los miles y miles de millones de habitantes existirá otra persona igual, porque mejor nunca la habrá, y cuál ha sido el motivo de abandonarte sin dar demasiadas explicaciones. La primera vez que vas a meter una papeleta en la urna y crees que votar es un acto de libertad democrática, ignoras que te conviertes en esclavo de los que se llaman de manera hipócrita servidores de la sociedad. La primera vez que tienes sexo, lo disfrazas con el amor para que los segundos que duran el encuentro furtivo de lo que antaño era la parte trasera de un coche, tenga al menos ese halo de romanticismo pasajero. La primera vez que te casas… bueno dejemos esa primera vez ahí, porque el hombre y la mujer son los únicos de esta selva en peligro de deforestación que más que tropezar en la misma piedra, se lapidan a su manera.

Cada uno de nosotros hacemos de la primera vez nuestra propia fiesta, lo celebramos a nuestra manera. Y ahora que comenzamos a ver el verano como algo lejano, aunque hace dos días estábamos luciendo operación bikini pero con algún kilo adherido a la tripa, y regresamos a eso que llaman normalidad, con la vuelta al cole, los anuncios de colecciones y las noticias del síndrome postvacacional, se repiten igualmente en los telediarios como un anuncio de veinte segundos, el retorno de las novatadas.

A los que piensan que aquello es una simple inocentada  y qué malo tiene gastar eso que llaman bromas para dar la bienvenida y celebrar la primera vez, que se lo hagan mirar, porque si hay algo que nunca ha perdido la inocencia es ver a unos padres celebrar que su hijo se ha sentado por primera vez en la taza del váter y ha dejado de hacerse caca en los pañales.

DORMIR EN EL PARAÍSO

Aquella carta sin remitente. Aquel número de teléfono. La duda de llamar o no llamar. Aquella llamada. El buzón de voz. La voz. Su voz. La fecha. La hora. El lugar. Un encuentro. Despertar en un lugar que no es tu lugar. Un cuchillo jamonero. Un cuchillo por afilar. Lavar el cuchillo. Lavarlo de nuevo. Envolverlo. Los mensajes de ella. Su insistencia. De nuevo, su voz. Su mirada. Aquel papel sobre la mesa. Un bolígrafo. Un perfume. El olor de su piel. Firmar o  no firmar. Su nombre. Su voz otra vez. Carolina me atrapó y me llevó a su terreno.

Han pasado unos días. Han sucedido todos estos acontecimientos. Pero ya está en casa. Ha llegado a la hora fijada. Y además, tiene las dimensiones perfectas.

De aquel encuentro a las 19:30 horas fue difícil escapar. Ya tengo en mi poder a LoGibraltar, el último modelo de colchones que ha salido al mercado. LoGibraltar dispone de los últimos avances tecnológicos en antidivorcio y separaciones en curso. La última tecnología desarrollada por la NASA sobre el descanso, haciéndote sentir que flotas en la ingravidez del espacio. Cuenta con los dispositivos necesarios para no dar vueltas y vueltas en la cama. Y puedes programarlo para que algún día quieras darte una prórroga entre las sábanas. Es el colchón perfecto para el descanso después de todo un día de duro trabajo. De LoGibraltar nunca te separarás. Es el no va más del mercado. «Con LoGibraltar, dormirás en el paraíso», reza en toda su publicidad, y en el estribillo que se repetía insistente con la música de fondo que se escuchaba en el salón de aquel hotel, donde quedaron los sobres sin remitente amontonados en un rincón.

En el salón de aquel hotel nos congregamos un nutrido grupo de compradores que fuimos atrapados por la curiosidad, el misterio y por aquella voz. Y como dijo Carolina, la voz en off de toda esta historia: en el futuro, seguiremos en contacto.

(Aquí termina la historia de un no hilo que se fue hilando poco a poco en mi cuenta de Twitter y que podéis encontrar en @jagonzalezrh).