PROGRESO

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No sé si Antonio Jesús Escribano Rangel, el personaje principal de El azar y viceversa (Felipe Benítez Reyes, Editorial Destino), mantiene algún recuerdo de la calle en la que nació. Ignoro si además de conservar en su memoria algún momento del pasado, habrá pensado si nacer en la calle Progreso ha tenido alguna influencia a lo largo de su vida. Como desconozco el mundo esotérico de las casualidades y de sus confluencias con la realidad, lo que sí puedo decir es que después de leer el devenir de la historia de este personaje, nacer en la calle Progreso es más que un símbolo, porque a poco que te introduces en sus vivencias, descubres que Rangel es un superviviente. Porque como dice la RAE en ese acto de iluminación que a veces tiene, progreso es la acción de ir hacia adelante.

Tal vez Rangel recuerda el patio de vecinos de la Bodega de Ravina y de la palmera que se encontraba en su interior, que nunca sufrió el ataque del picudo rojo, aunque con los años, fue el propio edificio el que sintió en sus cimientos la picadura de la burbuja inmobiliaria. Quizás Antonio Jesús Escribano Rangel recuerda el bar del Trompero, donde dicen que algunas noches, por sus alrededores, se escuchan las voces de unos carnavaleros disfrazados de fantasmas, afinando con el tres por cuatro los versos del pasodoble de una chirigota.

Quién sabe si Rangel recuerda las Casas de la Angelita y de la Marquesa que existían en la calle Progreso. Casas que trascalan se las llamaban, y que nos llevaban, invadiendo las habitaciones de los vecinos que las habitaban, a la calle Argüelles, y nos evitaban de esta manera, dar el rodeo por la Cuesta del barrio o del Callejón de las luces.

Tal vez Antonio Jesús Escribano fue alguna vez a comprar a las tiendas de Manolo el del puesto o de la Pastelería de El Lamito, para llevarse a la boca un tuyyó o una medialuna, aquellos dulces que saciaban la gula de los niños que correteaban arrastrando las latas en las vísperas de las horas de la noche de San Juan. Porque en San Juan, la calle Progreso y el barrio renacían con la gente venida de fuera, y olvidaba el desprecio que en otra época, los que mandaban en el Jesús Nazareno, apretaban el paso en la madrugá, cuando se aproximaba cerca de la calle para subir el Calvario. Y es que Progreso fue una calle proscrita en tiempos de la dictadura, y que nadie sabe cómo pudo mantener hasta su propio nombre. 

A veces imagino que entre las andanzas de Rangel a lo largo de su vida, quizás alguna noche se perdió en las habitaciones de Juana, la prostituta que vivía en una casa de la acera de enfrente de la que él nació. Aquella mujer de voz rota que esperaba a los jóvenes de la sexta flota de los EEUU, y que los despedía con el abrazo de una madre, por unos pocos de dólares y dos paquetes de Marlboro o de Winston.

Algunas veces me pregunto si Rangel visitó la sede de Comisiones Obreras, para que en la seudo clandestinidad de dos habitaciones con escasa ventilación, el abogado de camisa de cuadros, corbata y sin chaqueta, le explicara sus derechos como trabajador sin papeles. Porque lo que no está escrito en un documento es fácil de olvidar para aquellos que ya desde hace muchos años pensaron en la globalización, globalización para unos pocos a costa de los demás.

Hoy, con el paso del tiempo, no sé si a Antonio Jesús Escribano Rangel le gustaría ver la calle donde nació, donde nacimos los dos, porque tuve la fortuna de venir al mundo en una de sus casas, como lo hizo él. Pero de lo que sí estoy convencido es que los dos guardaremos el recuerdo de sus casapuertas, de sus fachadas, de sus vecinos, de sus bares, de sus comercios, de su taller de motos, de su prostituta, de su tonto del pueblo, de su sindicato, de sus niños corriendo en la noche de San Juan; y que los dos, cuando caminemos por sus nuevos adoquines de postín, descubriremos como la vida juega una vez más con su propia paradoja y comprobaremos como el progreso, ese mal llamado progreso, ha dado otra imagen muy diferente a la calle cuyo nombre ahora me cuesta mucho trabajo pronunciar. 

   

AMNESIA

Un día más. Son las primeras palabras que salen de los labios de Ricardo en el silencio de la mañana, mientras se levanta de la cama y pone el pie izquierdo en el suelo. Un día más, repite mientras enciende la luz del cuarto de baño. Como un ritual diario, levanta la tapa del váter para orinar y cuando mira de reojo hacia abajo, levanta su mirada hacia el techo y piensa que es otro día más. Con esas tres palabras, Ricardo muestra su hastío por el día a día, por esa sucesión de horas que tiene por delante y que no parece que se llenarán de momentos, sino que se vaciarán de instantes. Un día más, vuelve a repetir mientras se mira al espejo y comienza a pasar la cuchilla de la maquinilla de afeitar por el cuello. Con tres palabras, Ricardo no parece encontrar la salida a una situación que le hace agonizar el presente, y empieza a pensar que lo único que quiere, es olvidar.

Las diez de la mañana. Han pasado tres horas desde que Ricardo está despierto. Se sienta detrás del mostrador. Desde hace unos años, a primera hora de la mañana, ya no entra nadie en la tienda. Se dispone a leer el periódico. Lo abre, y ojea tan solo cinco o seis páginas. Sus dedos pasan las hojas y sólo se detiene en un par de noticias. Los diarios se han convertido en un relato de sucesos, dice en voz alta y hablando solo. Un nuevo caso de corrupción, un conflicto bélico en el Medio Oriente, otro caso de violencia de género. De la sección de deportes no quiere saber nada, porque ayer noche perdió su equipo por goleada. Una sonrisa sale de sus labios cuando se detiene en esa página que siempre ha dejado atrás pero que hoy llama su atención. Ricardo se ajusta las gafas. Busca su horóscopo. Le hace recordar su fecha de nacimiento. Se pierde y sonríe. No sabe el orden que siguen esos signos del zodiaco. Por fin lo encuentra. Se ha puesto a leerlo. Apenas cinco líneas donde hablan de su futuro.

Hoy será un gran día, olvida todo lo que pasó ayer. Hoy no es un día más, hoy es otro día, muy diferente al de ayer. Eres una persona afortunada, si no tienes trabajo, hoy se te van a presentar importantes oportunidades laborales. En el dinero, todo marchará viento en popa. Con la familia, algunos desencuentros sin importancia. En el amor, te reencontrarás con una persona de tu pasado que te hará revivir los recuerdos que habías decidido un día olvidar.

La una de la tarde. En una hora cierra la tienda. Un día más, piensa. Otro día para olvidar, dice en voz baja. No ha entrado nadie en la tienda en toda la mañana. La caja está vacía. Acaba de consultar el saldo de la cuenta corriente por internet, y parpadea sin parar. Un número para olvidar, que aparece y desaparece de la pantalla, como los números de esos monitores que en los hospitales controlan los latidos de nuestro corazón y te recuerdan que la vida se puede detener en un instante. Su horóscopo vaticina mal su fortuna económica, dice de nuevo Ricardo hablando solo. Un día más para olvidar.

Ricardo mira su reloj de pulsera. En quince minutos se marcha a su casa para almorzar. La puerta se abre. El calor de la calle inunda por un instante el frescor que hay en el interior de la tienda. Se quita las gafas que sólo utiliza para leer. Una mujer entra de forma decidida. Sus pasos muestran seguridad. El sonido de sus tacones ya dice mucho de ella. Es muy atractiva. Su cabello rubio recién peinado. Seguro que viene de la peluquería, piensa Ricardo, mientras recoge del mostrador las facturas que mañana tiene que pagar. Un metro sesenta de altura. Una talla treinta ocho. Ricardo lleva muchos años detrás del mostrador y sabe bien de lo que habla. 

_ Hola Ricardo, dice aquella mujer, mientras se quita las gafas de sol. 

_ Hola…

Ricardo saluda pero se queda algo confuso porque desea pronunciar el nombre de aquella mujer que resulta a primera vista desconocida para él. La observa. Tarda unos segundos más, aún no la ha reconocido. Pasan otros cinco segundos. Ahora sabe quién es. ¡Carolina!, pronuncia Ricardo su nombre, mientras abre sus ojos con cara de sorpresa. Ricardo se sonroja. Hace muchos años que no se ven. Carolina fue la primera mujer a la que besó. Igual al horóscopo no le falta razón, piensa Ricardo, mientras le da dos besos.

Ya ha pasado media hora desde que dio las dos de la tarde. Ricardo se debería haber marchado a casa para comer, pero allí se encuentran los dos, en plena conversación, mientras ella va acumulando sobre el mostrador, tres camisas, dos faldas, dos pañuelos, un pantalón y dos vestidos. Ricardo se siente feliz y piensa que el horóscopo tenía mucha razón. Quizás no sea un día para olvidar.

Se escucha un fuerte golpe. Carolina sale algo aturdida del probador. No le ocurre nada, todo queda en un susto sin importancia. Carolina tiene prisa, debe marcharse ya. Saca su tarjeta de crédito del bolso para pagar la compra. Ricardo la pasa por el datáfono. Novecientos veinte euros. Ahí tienes, ya puedes introducir tu número secreto, le dice Ricardo.

Carolina se queda paralizada. El golpe tiene que haberla afectado. Mírala. Ahí está. Inmóvil, impasible. Ha dejado su mirada perdida tras los objetos que se encuentran detrás de mí. Los está mirando, pero no los observa. Desde hace unos segundos, sus párpados han dejado de pestañear. Sólo el pecho agitado por una respiración que se acelera cada vez más deprisa es lo que me dice que se encuentra viva. Quizás sólo su corazón esté latiendo y su cerebro lo haya dejado morir. Pero no. Está sudando y los muertos no sudan.

– Dime algo Carolina, le dice Ricardo en voz baja.

Carolina sigue callada. Ninguna palabra más. Ya ni recuerdo lo último que me dijo. Sus labios se han cerrado de tal manera que cualquier palabra que quisiera salir de su boca se vería atrapada por esas rejas que el silencio ha cosido en un instante. Sólo se escucha la música de fondo. Y su respiración. De su nariz entra y sale el aire sin parar. No es un buen momento para olvidar, le dice Ricardo a Carolina, mientras ella ya parece vivir en otro lugar.