UN DÍA ME IMPORTARON MENOS TUS BESOS QUE TUS OJOS

 

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Los besos de Claudia no son los besos de Ella. Claudia besa con la serenidad de saber calmar los días más complicados. Claudia besa con esos labios de seda, haciendo sentir la dulzura que el aroma de su piel se posa en mis labios. Claudia besa deteniendo el tiempo lentamente, ralentizándolo, provocando que las agujas del reloj queden suspendidas en el tiempo. Ella…Ella besa con la carne. Te desgarra la boca, te abre los labios y sientes que la sangre te desborda con el calor del deseo. Ella muerde en cada beso, con la lengua que mete hasta el final de tu garganta, hasta que te asfixia. Ella convierte cada beso en un éxtasis que te hace perder la noción del momento que vives, pero que después te resulta imposible olvidarlo.

Los besos de Ella siempre han sido diferentes a los besos de Claudia. Y así fueron los besos de Ella durante los primeros años, hasta que poco a poco se fueron difuminando sin darnos cuenta, transformándose en una rutina que había olvidado la improvisación del comienzo, porque aquellos besos tenían precisamente eso, improvisación. Improvisación porque derramaba su boca por cualquier parte de mi cuerpo. Improvisación porque estaba dispuesta a explorar sin miedo a descubrir. Improvisación porque hacía de cada instante el último, sin importarle lo que viniera después. Improvisación porque me derrumbaba a su lujuria. Improvisación porque nada detenía el deseo, ese deseo que añoro, y que ahora se confunde con los besos de Claudia, porque los besos de Claudia no se han transformado, continúan siendo los mismos que los del principio, iguales a los del primer día. Los besos de Claudia me siguen todavía despertando el amanecer. Siguen apareciendo sin miedo en esa rutina de cada día cuando regresamos del trabajo, siguen estando cuando estamos delante de nuestro hijo mientras él nos mira, como buscando algo, como queriendo que le digamos que lo queremos sin pronunciar una palabra. Los besos de Claudia son los besos de cada noche antes de irnos a dormir, los que me da antes de apagar la luz, los que despide un día tras otro, sin buscar otro destino que continuar con la misma historia. Esos besos de Claudia sé que nunca nos faltarán.

Pero ahora ya no me importan sus besos, ahora me importan más sus ojos, su mirada perdida cuando nos abrazamos y nos besamos, porque ahora ya no cierra sus ojos al besarnos. Ahora me importan más sus ojos, porque no sé dónde está su mirada cuando apoya su cabeza en mi hombro. Ahora me importan más sus ojos, porque en ese momento, el beso ya no existe, sus labios ya no se encuentran con los míos, pero su mirada no sé a qué lugar se aleja, adónde se marcha de entre nosotros dos. Y en ese instante mi cabeza comienza a dar vueltas y parece que va a estallar, porque quizá es ese momento cuando Claudia anhele volver a ser Ella, y yo no lo sepa, o tal vez ni Claudia ni Ella quieran volver a estar aquí, y yo me haya dado cuenta, pero lleve tiempo diciendo que eso no puede suceder, negando una evidencia que no requiere de palabras.

Ahora no me importan tanto sus besos, porque los besos hace tiempo que dejaron de hablarme, ahora me importan más sus ojos, esos ojos verdes que en los días en los que incluso el sol apenas aparece entre las nubes, oculta tras unas gafas oscuras.

¿SUBE O BAJA? (final)

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El azar lo tiene todo calculado. No deja nada a su suerte. Todo está bajo su control. El azar es el dueño de nuestro día a día, y nos hace creer que todo lo que nos sucede, es por esa falacia de la libertad de decisión que dicen que tenemos. Somos unos ilusos. Algunos dirán que exagero, que no estoy en lo cierto, que el azar no tiene tanta importancia como pienso. Pero si no fuera así, que alguien me explique si no hemos venido a este mundo por un puro juego de azar, porque entre tantos millones de espermatozoides y un óvulo solitario, aquí nos encontramos, convertidos en el resultado de un infinito cálculo de improbabilidades. 

En este punto de la historia, hoy comprendo más que nunca que el azar es el dueño de todo. Porque por azar llegué a esta ciudad, por azar me instalé en la decimonovena planta de este edificio; y por azar he estado viviendo aquí durante quince años. Y si no hubiera sido por ese azar, no os habría confesado mi pánico a las alturas, y que un secreto convierte a tu amigo en tu mayor enemigo; y no habría revelado que una mentira nos lleva a otra mentira, y que como mentiras que son, apenas esconden pequeñas verdades. Por esa misma casualidad convertida en azar, la música ha dejado de sonar en mi iPod, y ha transformado el silencio, ese silencio que se esconde en el ascensor, en una trampa de la que me resulta imposible escapar. Por aquella enfermedad que tengo en los juegos de azar, conocí a la chica del noveno, la del vestido negro, tras salir una madrugada del casino donde ella trabajaba. Y por ese incontrolable mundo de lo azaroso, el ascensor se ha detenido en la tercera planta, porque ese ha sido el final de su trayecto, donde todo ha terminado. Como lo que está a punto de terminar. 

Son las doce del mediodía y el calor es sofocante. A esta hora podría estar tomando una cerveza en el bar de la esquina, celebrando los restos de la noche de San Juan. Pero cuando compruebo que estoy de nuevo en manos del azar, no me queda más remedio que conjurarme a él, pensar que es mi fiel aliado, y creerme, una vez más, que todo está bajo el control de mi voluntad. Sin embargo, llegado ese momento, descubro que el único aliado del azar es el tiempo. Y esa alianza, os confieso, es la que da por concluida la historia de mi vida, y diría más, de nuestras vidas.

Los cuarenta y cinco segundos que tarda el ascensor en bajar las diecinueve plantas, se han convertido en seis horas aquí encerrado. Lo cuarenta y cinco segundos que debían llevarme desde esa falsa cima de poder en la que me creía encontrar, hasta pisar los adoquines de la calle, se han detenido. El tiempo, como ya os dije, corre de una manera distinta en el interior del ascensor. 

Apenas logro oir algunas voces ahí afuera. Y sólo escucho unos murmullos lejanos que leen un cartel que dice: Ascensor fuera de servicio. Averiado. No logro que me oigan. No consigo hacerme escuchar. Apenas puedo ya respirar. Y el tiempo discurre; y mientras tanto me ahogo; y el oxígeno no me llega. Me asfixio. Y noto como los borbotones de sangre recorren mis pulmones. Mi cabeza va a explotar de la angustia que siento, y de la soledad de verme ante la muerte. Y mis ojos comienzan a desvanecerse, mientras mis manos se apoyan en el suelo del ascensor que está encharcado de sangre. No puedo más. En este último hilo de aire que puedo respirar, sólo os pido una cosa: que me juréis unos, y que me prometáis otros, que guardaréis como un secreto lo que habéis escuchado y visto aquí.

FIN

 

CINCO HORAS

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He vaciado nuestra última copa.
He derramado el bourbon
sobre los pétalos esparcidos de las rosas,
que se quedaron sin primavera.

He esperado cinco horas.
En el reencuentro te espero,
apoyado en la barra del bar,
para besarnos entre cubitos de hielo.