TODOS SOMOS EMOTICONOS

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Me hubiera gustado ver las caras de los doce apóstoles. Ser testigo de las miradas, las voces y los silencios de los seguidores de Jesús. Los rostros de aquellos hombres que tras los pasos de un Mesías habrían mostrado gestos de admiración, miedo, tristeza, y quizás mucho de sorpresa. Lamentablemente no contamos con una imagen de aquellos instantes, pero si pudiera viajar en el tiempo, me hubiese gustado ser una cámara fotográfica, abrir el objetivo y retratar las expresiones de aquellos hombres.

Han pasado más de dos mil años y hoy sí podemos detener una imagen en el tiempo. En esta sociedad donde la comunicación visual se ha vuelto tan importante, incluso más que la comunicación oral, esos llamados a ser líderes sociales, ya sean en el mundo de la política, de la empresa o en cualquiera ámbito de nuestra sociedad, cuentan con sus fieles seguidores, porque sin ellos, no serían nada, ni nadie. Estos apóstoles de la modernidad, de este nuevo mundo donde la tecnología, la inmediatez, la brevedad, lo efímero, la apariencia y la fácil palabra que sirve igual para un discurso pronunciado por unos que por otros, es aplaudida y vitoreada por esos personajes secundarios, en la gran mayoría extras de una película, en la que todos hemos participado en alguna ocasión.

Supongo, y como no puede ser de otra manera, que en todo ese juego de la comunicación, las estrategias han cambiado con el paso de los tiempos. Todavía existen líderes que se suben a un escenario y permanecen en esa extraña soledad, que se mueven por unas tablas donde los atriles del pasado ya han desaparecido, y no sólo lanzan mensajes orales, sino unos mensajes gestuales que quizás hayan tomado incluso más importancia. Pero junto a ese tipo de líderes que aún adoptan estas formas de expresar su liderazgo, hoy nos encontramos con otros muchos que aparecen públicamente rodeados de sus apóstoles. Esos altivos predicadores cuando comienzan a pregonar sus discursos, se encuentran amparados por esos idolatras que aseveran con sus miradas y sus gestos, con sus expresiones faciales, cuantas palabras salen de los labios de esos «maestros del presente».

Hoy ejemplos de ese tipo de personajes secundarios los estamos viendo a diario en muchas ruedas de prensa, «improvisadas». Quizás sea más visible en el ámbito político, pero que no faltan en otras esferas de nuestra sociedad en la que los líderes rodeados de sus acólitos, son ayudados a escenificar sus gordas y fáciles palabras gracias a estos extras que los acompañan a su alrededor y que aunque ahora pretendamos negarlos, en algún momento todos hemos sido, y seremos, emoticonos de esos líderes que pretenden guiarnos en un camino que al final todos tenemos que construir.

…ES QUE NO SE PUEDE SER BUENO

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A la salida de la sesión parlamentaria de control al Gobierno de este pasado miércoles, donde curiosamente la guerra de las Sorayas se ha visto relegada a un segundo plano, a contrario de lo que viene sucediendo cada semana, y ante una intervención no «fina» del Sr. Pérez Rubalcaba (según sus propias palabras), la Sra. Dª Elena Valenciano afirmó lo siguiente sobre su jefe de filas: «…es que no se puede ser bueno». Después de pronunciar estas palabras ante un grupo de periodistas, ambos se marcharon escalera arriba, cabizbajos y lamentándose, porque al parecer, el líder de la oposición no había «apretado» lo suficiente al Jefe de Gobierno. La escena no tuvo desperdicio, la imagen ya hablaba por sí misma, pero es aquella expresión la que de repente me llamó la atención, porque sinceramente, esas cinco palabras encadenadas de dicha manera, no pueden pasar por alto lo que se esconde detrás de ellas.

Antes de continuar, quiero precisar dos cuestiones. En primer lugar, no quiero que se realice una errónea interpretación por y para sacarla de contexto, porque el contexto aquí es lo de menos; y en segundo lugar, tampoco resulta relevante que esta expresión haya salido de los labios de la Sra. Valenciano, porque igual hubiera podido venir de cualquier representante político de nuestro panorama nacional. Lo importante, como ya he apuntado con anterioridad, y sobre lo que quiero detenerme, es que esta expresión, que a simple vista puede resultar inocua, refleja el verdadero trasfondo en el que se mueve nuestra sociedad.

«…es que no se puede ser bueno.». (                        ). He guardado unos minutos de silencio, porque creo que un minuto es muy poco tiempo para guardar el debido respeto hacia aquellos que piensan que se puede ser bueno y que durante toda su vida han practicado la bondad como premisa en su quehacer diario. El ser bueno, parece que se ha convertido en un concepto que está en desuso, menospreciado por una sociedad que se burla de aquellos que siempre han considerado que la bondad debe ser un elemento a tener en consideración para tomar decisiones, para actuar, para caminar por la vida. Y no nos confundamos, para nada ser bueno tiene carácter de santidad, porque ni en la santidad existe la plena bondad. Ser bueno es tener la natural inclinación de hacer el bien. Natural, inclinación, bien. Tres palabras claves para definir y aclarar dicha expresión. Tres palabras claves que han sido olvidadas en dicha expresión y que se alejan del sentido de la misma. Con esa expresión, lo único que se hace es difundir que en el fondo, la bondad no lleva al fin pretendido por el hombre actual.

De esta forma, en el escenario en el que nos movemos, parece que ser bueno es ser lo que popularmente se conoce como «tonto», como ignorante del mundo y de la vida presente. Pero lo que ocurre, es que llegado a este punto, ante este desorden de principios, comenzamos a entrar en extraños espacios de tierras movedizas, donde es fácil que nos hundamos, que nos enterremos lentamente. En esos terrenos, nuestros pies no encuentran ese apoyo necesario para salir a flote y no tenemos la certeza de que tengamos la posibilidad de salir adelante. Y con este panorama, dicha afirmación tiene su razón de ser y se transforma en el verdadero lema de una sociedad perdida. Por lo tanto, a cada momento que pasa, se hace más evidente que «no se puede ser bueno», porque ser bueno no lleva a ningún lado, porque ese destino natural del hombre, ya parece no encontrar acomodo en la bondad y en la buena fe.

Ante esta visión que algunos llamarán catastrofista, me pregunto realmente si esas voces que proclaman dicha expresión «es que no se puede ser bueno», son voces legitimadas para llevarnos y guiarnos al resto de ciudadanos hacia un futuro mejor. Igualmente me pregunto, si mi padre y mi madre me habrían dicho en algún momento de la vida, que es que no se puede ser bueno. Permítanme que les diga que ¡no!. Aquel principio de bondad, de buena fe en definitiva, no viene inculcado por aquella generación de un pasado que a veces pensamos lejano, pero que hoy está siendo testigo final de sus días de que el futuro no se encuentra realmente en buenas manos.