LA CAJA

Hoy quiero dedicarte estas palabras. Creo que si alguien se lo merece, en este caso eres tú. Intentaré que cada frase llegue a lo más profundo de tu corazón, que despierte en ti esas mismas sensaciones que has provocado en mí. Este fin de semana has hecho vibrar todo mi cuerpo, has conseguido que estremezca y que todos mis sentidos despierten como hacía tiempo no me ocurría. Mi piel se ha erizado a cada instante y mis poros han respirado por ti.

Nos cruzamos el viernes por la tarde. La calle estaba desierta. El calor apremiaba de manera intensa, la canícula era insoportable a esa hora en la que nadie pisa la acera. Apenas tuvimos la oportunidad de saludarnos con un simple hola. Me detuve ante la entrada de la puerta del garaje para dejarte pasar. Caminabas como siempre, con paso firme, decidido, sin atisbo de duda. Tu sonrisa de anuncio de pasta de dientes o de clínica dental delataban tus verdaderas intenciones. Otros sonríen como las hienas, pero tú no, tú lo haces con la elegancia y compostura de saber que tendríamos dos días por delante y que no me dejarías indiferente.

Aceleraste el paso. En tu mirada felina se intuía que subir las escaleras y llegar a la segunda planta era como una carrera de cien metros. Saltabas los escalones de dos en dos. Llegamos a la puerta, nos miramos. Por un momento la cerradura parecía ser obstáculo, pero la seguridad en tus manos hizo que aquello sólo fuera un pequeño contratiempo. Nos volvimos a mirar. Sonreíste. Me dejaste sin palabras. No supe qué decirte.

Comenzaste. Abriste la caja. Sacaste todo lo necesario. Nada había quedado a la improvisación. Sentí como tatuabas cada punto. Cerré los ojos. Temblé. Al escuchar el taladro hundirse en la pared supe que tendríamos dos días inolvidables.

Las otras historias de Canfranc

 

IMG_7907.jpg

En la Estación Internacional de Canfrac, la avaricia dorada circuló por aquellos raíles al cruzar la frontera. El mineral traspasó el túnel para convertirse en máquinas de guerra que acabaron con cientos de miles de vidas. El odio de dos dictadores se encontraron en el mismo andén. La miseria y la hambruna se escondió entre los vagones. Pero ni el frio ni la nieve impidieron los sueños de libertad de muchos que cruzaron aquel punto fronterizo, como los que hoy cruzan las vallas con cuchillas y los muros del miedo.

La Estación ha tenido tantas historias como gente desconocida la ha pisado. Desde los obreros que pusieron las primeras piedras en ese edificio que no te deja indiferente por su belleza, hasta el último viajero que se ha bajado de uno de sus vagones para poner los pies en el Puerto de Somport. Historias reales y leyendas. Protagonistas principales. Actores de reparto, esos que no salen en los títulos de crédito, pero que sin ellos la historia no podría escribirse. La Estación Internacional de Canfranc es el lugar idóneo para convertirse de nuevo en ese punto de unión que acabe con aquella frontera que el tiempo un día se encargó de cerrar.

Canfranc relatos de ida y vuelta es antología de doce historias que nacen de la pluma de un grupo de escritores que han decidido subirse a este tren. Carolina B. Villaverde, Paulina Cierlica, Romani del Burgo Rubio, Ana Escudero Canosa, Miriam Giménez, Juan Antonio González, Luisa Jiménez Carnero, Esther Magar, Esther Mor, Alejandro Morcillo, Vanesa Sánchez Martín-Mora y Laura Vélez han viajado en su propio vagón imaginario y después de varios meses de trabajo, este proyecto literario ha visto la luz.

En sus más de doscientas páginas, los protagonistas de cada historia te acompañarán a otro tiempo y te mostrarán escenarios y paisajes. Te harán descubrir sucesos y acontecimientos y serán la puerta de entrada para que conozcas ese lugar lleno de una magia especial como es la Estación Internacional de Canfranc.   

IMG_7830

El próximo día 20 de diciembre, en el Centro Cívico Juan de la Cierva, en la ciudad de Getafe, se presentará públicamente este libro que tiene un fin solidario y en el que todos sus derechos van destinados a ayudar a la Asociación ALMA, entidad sin ánimo de lucro que lucha por la normalización del día a día de los niños plurisdiscapacitados y de su inserción en la sociedad.

El tren está a punto de salir. 

¡Viajeros al tren!

 

EL HOMBRE QUE LLEGÓ A LA LUNA UN MIÉRCOLES Y PERDIÓ UN SOBRE A MITAD DE CAMINO

 

IMG_1547 2

No nos conocíamos. No sabíamos nada el uno del otro. O eso creí. Hasta ese día, apenas habíamos coincidido unos minutos cada miércoles durante los dos últimos meses.

Tras aquel mostrador de metal, Ella siempre había permanecido con su cabeza agachada sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador. Hasta ese día, nunca supe cómo era el color de sus ojos, la forma de sus cejas, el contorno completo de sus labios, las pecas que rodeaban su nariz aguileña, pero perfectamente dibujada en su rostro. Hasta ese día, nunca habíamos cruzado una mirada, unas palabras ajenas a aquella rutinaria conversación que se repetía cada vez que nos encontrábamos. 

_ Son cinco euros, ¿en efectivo como siempre?, me decía con aquella voz aterciopelada y en la que dejaba caer la última letra de cada palabra que pronunciaba. 

_ Sí, en efectivo, y envíeme el justificante a mi correo electrónico, por favor, era lo único que yo acertaba a decir intentando disimular una falsa seguridad, porque por mi interior recorría un inevitable estado  de nerviosismo cada vez que me encontraba frente a ella. 

_ Muchas gracias, que tenga usted un buen día. Hasta otro miércoles. Su manera de despedirse me producía un pellizco en el estómago, porque cada miércoles era otra cuenta atrás para volver a verla.

_ Gracias a usted por todo. Hasta el próximo miércoles, si puede ser. Y así me despedía de Ella esperando a que llegara el miércoles siguiente. 

Hasta ese día, Ella era una desconocida que se había colado cada miércoles, cinco minutos en mi vida.

Llegó el día. Pero aquel miércoles fue distinto. Distinto porque no fue miércoles, sino jueves. Ese miércoles, la oficina de correos permaneció cerrada porque el Alcalde decidió declararlo festivo. El motivo: que se había convertido en padre primerizo y acordó por decreto que cansado de ver que en los comercios del pueblo se colgaban carteles de cerrado por defunción cada vez que alguien se marchaba de este mundo, por una vez había que celebrar que se cerraba por nacimiento, así que el Ayuntamiento declaró el miércoles fiesta local por el alumbramiento del primer vástago del señor Alcalde. La oposición al gobierno local recurrió ante los tribunales aquella decisión municipal, pero hasta que la justicia se pronunciara, el hijo del Alcalde ya habría llegado a la edad de hacer su primera comunión. De esta manera, el jueves 20 de diciembre de 2018 se convirtió en mi miércoles particular. Un jueves amiercolado, lo llamé. Por un momento pensé que era buena idea inventar una palabra para aquel suceso del calendario.

Fue la primera vez que vi que levantara su mirada de la pantalla del ordenador. Apartó con un gesto suave de sus dedos, la melena de color negro chocolate que le caía sobre los hombros y que ocultaba su rostro. Las pecas, la nariz, sus labios, sus ojos azules, pero de esos azules que se transforman en verde por culpa del mar. Y sus cejas, esas cejas perfectamente dibujadas al final de una frente que escondía una pequeña cicatriz. Me miró. Sonrío. Se quedó observando el lugar que había escrito en el sobre que le entregué. Volvió a sonreír. Humedeció sus labios con un inapreciable roce de su lengua. No me dijo nada, no pronunció palabra alguna. Se limitó a recoger aquel sobre que escondía un ejemplar de mi último libro publicado y que alguien había decidido comprarlo con dedicatoria incluida. Ella colocó en la balanza aquella carta convertida en sobre. Tecleó el nombre y la dirección de un nuevo destinatario. Tecleó el destino. Allí comenzaba para aquel sobre su propio viaje. Le colocó una pegatina con un código de barras y la travesía comenzó ahí.

077aec01-d22c-4e60-a8d2-bdba3f1c1a85

_ Son doce euros, me dijo. Los envíos internacionales tienen tarifas especiales, y cruzar el Océano Atlántico tiene su peligro. Mientras pronunciaba aquellas palabras me dejó una sonrisa de anuncio de clínica dental. 

_ ¿Piensa usted pagarlo en efectivo como siempre?, me volvió a decir.

_ No, no, hoy quiero pagar con tarjeta, porque la cartera la llevo vacía de billetes y monedas, le dije mientras las mejillas de mi rostro se encendían.

_ Que tenga un buen día Sr. González, me dijo. Hasta el próximo miércoles, aquí espero su vuelta. Desde aquel instante, Ella no dejó esa mañana de sonreír.

_ Hasta el próximo miércoles, espero, y que sea miércoles de verdad, le dije intentando que aquel momento durara cinco minutos más.

Los siguientes ocho miércoles no regresé a la oficina de correos. Los siguientes ocho miércoles no volví a verla. Pasaron las horas. Pasaron los días y las semanas, pasaron los miércoles y los jueves amiercolados. Pasaron. Y otro miércoles se marchaba en el calendario sin señalarlo. 

Ha llegado otro miércoles y tampoco hoy regreso a la oficina de correos. Sentado frente al televisor, en las noticias se anuncia que el hombre ha vuelto a poner los pies en la Luna, que se ha hecho un selfie que ha subido a Instagram, que ha compartido con sus amigos y sus enemigos en el Facebook la misma fotografía, y que ha publicado en Twitter un tuit desde el suelo lunar. Pero entre las noticias secundarias que recorren el  pie de la pantalla del televisor, aparece una que hace que me levante de un respingo del sofá: un avión de mercancías se ha perdido en el Triángulo de las Bermudas y el único resto encontrado flotando en el mar, es un sobre al que se le ha desdibujado el nombre del destinatario.

El próximo miércoles iré a la oficina de correos, para poner una reclamación. Espero que Ella siga trabajando allí.