Dos palabras

He decidido usar dos palabras en lugar de una. Despedir con un adiós a un compañero de viaje sería lo más adecuado, pero cuando utilizo ese «hasta siempre» lo hago porque tengo la impresión de que en algún momento existe una pequeña puerta abierta para su regreso.

Ha estado a mi lado durante los últimos cuatro años. Ni mucho ni poco, tal vez el tiempo necesario. Pero hace unos días tuve la extraña sensación de que me pedía descansar, que necesitaba apartarse y dejar su espacio a otro bolígrafo con la fuerza y el ímpetu de quien desea comenzar a contar su propia historia.

En estas últimas horas me he resistido a colocarlo en su caja, a que vuelva a ese lugar donde un día lo descubrí. Junto a esas dos palabras, tal vez, las últimas que haya escrito, he dejado que se encuentre con quien vendrá ahora a sustituirlo. Quizás, no lo sé, no sea justo que pronuncie la palabra sustituir, porque para mí ha sido insustituible. Porque, a pesar de ser un objeto totalmente inanimado, ha sido el instrumento imprescindible para dar vida a lo que solo estaba en mi cabeza.

He dejado pasar las horas y ha llegado la hora. Por mis manos han pasado muchos como él, pero ninguno ha sido capaz de soportar las palabras y los silencios, las tachaduras y las frases inacabadas.

Te deseo un buen descanso.

Un mundo incierto

En estas fechas, echo de menos aquel cruce de correspondencia. Los sobres con matasellos de otros lugares, que fueron un destino posible en el pasado y hoy te devuelven los recuerdos de otros tiempos. En esta época del año, echo en falta las verdaderas cartas con mensajes de felicitación. Esas postales navideñas que hemos sustituido por emojis en mensajes de WhatsApp y correos electrónicos masivos deseando una felicidad enlatada. Echo de menos, sí, echo de menos el auténtico mensaje escrito a mano de alguien que se encuentra lejos, pero te desea con sinceridad los buenos propósitos para el futuro, enmarcado en un calendario pendiente de que le arranquemos la primera de sus hojas.

Me pregunto cómo será vivir estas fiestas en el hemisferio sur del planeta. El calor y el ambiente cálido siempre nos lleva a tener una mirada diferente y, posiblemente, el cambio de año y la celebración de la Navidad nada tenga que ver con nuestra manera de interpretar la fría realidad de este otoño y de un invierno que acaba de comenzar. Aquí, a este lado del ecuador terráqueo y, mejor dicho, en el occidente de esta Europa continental, percibo un aire de nostalgia y melancolía. Una sensación de miedo y tristeza, de desasosiego y desaliento. De abandono, sobre todo de demasiado abandono, por culpa del odio que se ha instalado entre unos y otros. Y por desgracia, esto es lo que nos rodea.

Alguien dirá que estamos atrapados por el pesimismo de nuestros pensamientos y de las palabras rotas que intentan expresar las emociones. Tal vez sea así. Pero a este mundo incierto, que no es tan diferente al del pasado y, ni mucho menos, al del futuro, ha llegado la mirada inocente de un niño. Con el movimiento impulsivo de sus manos y, quién sabe, si con perplejidad al escuchar el vocabulario de unos seres adultos que intentan comunicarse con él, a través de un lenguaje que no es su propio lenguaje, durante unos días, el centro del mundo ha sido él. Y no, no han llegado los reyes de oriente para adorarlo. Pero sí ha tenido a su alrededor el amor de toda una familia.

Dentro de un año, cuando llegue la próxima Navidad, recibirás mensajes y felicitaciones. Y durante esos días escribirás tu primera carta. Le harás un garabato a un papel, trazarás las líneas sobre una hoja en blanco de lo que serán tus sueños y tus deseos, de esas ilusiones que espero nunca olvides.

Aunque has llegado a un mundo incierto, bienvenido al mundo Matteo. Te queremos mucho, nuestro Matteo.

EL GATILLAZO

No estamos preparados. Siempre pensamos que llegado el momento, sabremos encontrar la respuesta. Y el momento llega. Pocas palabras y las miradas perdidas. El silencio es un bálsamo que acompaña la interrupción temporal del éxtasis. Lo siguiente, una frase hecha obtenida de algún libro de autoayuda: hoy no era el día, mañana seguro que no volverá a suceder.

Seguimos sin estar preparados. No hallamos una solución. Lo volvemos a intentar, pero nada, otra vez estamos igual. La esperanza se transforma en esa jugada de rugby que es la «patada a seguir». Esa donde un jugador lanza una patada a la pelota para evitar que el contrario lo agarre y eludir el choque entre los fornidos de este deporte que en Inglaterra dicen que es practicado por brutos que son señores. Sin embargo, esta jugada de ataque esconde otra realidad: me quito el balón de encima y que sea lo que Dios quiera.

Del 11S apenas se ha hablado hoy en los medios de comunicación. Por lo menos, de aquel acontecimiento que cambió el curso de nuestra reciente historia, ya que la atención está puesta en los fastos fúnebres de la reina del imperio británico. Pero del otro 11S, de ese donde Cataluña celebra su día, de ese sí se ha hablado porque el independentismo se ha apropiado de la Diada. De nuevo lo usan como reclamo para volver a salir a la calle y recordar que el deseo de independencia sigue vivo. Muchos dicen que están divididos e inmersos en otras batallas; que lo ocurrido en aquel otoño del 2017 se convirtió en un gatillazo y que los indultos han servido para calmar unas aguas que ahora no bajan revueltas, pero que será más por la sequía que por otra razón.

Pero gatillazo, el que algunos desean que tenga la Vicepresidenta segunda del Gobierno. La señora Díaz tiene revueltos a todos, a los de un lado y los del otro. Iglesias no habla, pero posiblemente crea que la proclamación dactilar de la vicepresidenta fue un gatillazo que ha transformado a Podemos en Pudimos.

Mañana tengo cita telefónica con mi médica.