DAMA DE NOCHE

Una noche más
se desnuda con pétalos de azar.
Desabrocha el botón de una camisa de seda
con la etiqueta made in China,
derrama el perfume por su cuello
donde las hienas acuden al olor
y deslizan los estambres
hambrientos de deseo,
con besos que no saben de amor.

Otra noche más, las lechuzas,
eternas insomnes,
vigilan la oscuridad
y acechan el miedo en los ojos de ella.
Observa cómo arroja su carne de prostituta
a la miseria de las manos de un extraño,
de los marineros sin tatuajes;
de los americanos con un idioma incomprensible
que fuman tabaco de contrabando.

Otra noche más, abre la cómoda
convertida en trinchera de los recuerdos:
    fotografías ocultas entre las sábanas
    jabones que no sentirán el agua correr
    los sobres con matasellos de veinticinco pesetas
    las dos entradas del Royal Cinema
       donde nos besamos, nos mordimos y descubrimos nuestras bocas;
       con el caos de las manos imprecisas
                                         perdimos la inocencia.

Llega otro amanecer,
los restos de la madrugada corren por las cañerías
bajo la lluvia que inunda las calles.
Ella acaricia las entrañas de su pasado
en aquella segunda sesión,
con la fragancia de la dama de noche
enredada en las paredes desconchadas
de ese cine de verano.

CULPABLE

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Me declaro culpable,
de dibujar sobre el pupitre
el garabato de un corazón

herido por una flecha sin punta.
Culpable de escribirte versos
en las puertas de los baños
de cada uno de los bares
que cada noche cerramos.

Me declaro culpable,
de llamarte a las cuatro de la madrugada
despertar los pájaros a pedradas
abrir las ventanas en otoño
y sacudir las sábanas, de las flores secas
que esparcimos durante el último verano.
Culpable de fumarnos a besos
lo que estaba escrito en una cajetilla
de cigarros americanos.

Me declaro culpable,
de escribir tu nombre
en el margen de un periódico
abandonado en la cafetería
donde nos ponían churros sin chocolate
y un café frío con sacarina.
Culpable de vaciar el cajero de aquel banco
arrojar las monedas a una fuente sin agua
romper las botellas de cerveza
contra una señal de prohibido el paso.

Me declaro culpable,
de saltarme los semáforos en rojo
cruzar la ciudad por la noche
apedrear las farolas de una calle sin salida.
Culpable de entrar en tu habitación
y robarte durante el insomnio
lo que un día soñaste entre pesadillas.

Me declaro culpable
de lo que tú te condenas inocente.

LA MAR LO SABE

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Te confieso que tengo miedo a esas dos palabras que viven entre signos de interrogación. Tengo miedo a no encontrar una respuesta a lo que no debería ser una duda. Tengo miedo, sí. Miedo a ese ¿te acuerdas?, que sobrevuela nuestro último encuentro. 

En ese te acuerdas, sobrevivimos al pasado al que muchas veces no queremos acudir, pero que siempre nos salva de un presente que nos atrapa. En ese te acuerdas, creemos que los recuerdos son simples momentos que forman parte de un tiempo olvidado, pero que descubrimos que son la esencia de nuestra supervivencia. En ese te acuerdas, se encuentran las mañanas en las que muchos vuelan sus cometas en la playa para dejarse llevar por el viento, mientras otros izan la velas de su barco para echarse a la mar. En ese te acuerdas, llegan las noches donde muchos miran a las estrellas, mientras otros se sumergen en el fondo del mar para acariciarlas.

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En ese te acuerdas, las gaviotas de Alberti se arremolinan en las redes que se tejen cada tarde entre versos y que a media mañana regresan al muelle de levante. En ese te acuerdas, el Vaporcito se hace dueño de la bahía entre cuartetas y al ritmo del tres por cuatro.  En ese te acuerdas, muchos caminan por la orilla con la esperanza de encontrar una botella con un mensaje en su interior, mientras nosotros recorremos cada mañana la arena mojada buscando aquellas caracolas para llevarnos su sonido a casa. En ese te acuerdas, solo la mar lo sabe, sabe que la vida continúa cuando nos asomamos para ver la luz del atardecer.