OTRO AÑO EN BARBECHO

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Ya lo cantó Carlos Cano
en aquella Rota Oriental:
dónde están tus huertos
dónde tus calabazas y tomates
dónde tus melones y sandías,
dónde el dulzor
de una bahía perdida entre yankees
que se visten con trajes de camuflaje.

Nadie le respondió al cantautor
que ya nada es igual.
Que tú caminas descalzo
por otras tierras de labor,
que riegas cada mañana la almáciga
de un paraíso donde es mayo en otoño
donde el invierno se viste del mes de San Juan.

Hoy la tierra yerma de este lugar
anhela las caricias de tus manos
arañadas por el tiempo y el sol,
de tus pausas a la sombra de una higuera
de tu cigarro al abrigo del norte
del agua fresca, de un pozo sin brocal.

Hoy los bancos de las plazas
siguen escuchando tu voz grave,
riendo a carcajadas con historias
de un pasado sin nostalgia ni melancolía,
de los silencios entre palabras
que destierran los dogmas
por vestirse con la razón.

Bien temprano esta mañana
el cielo se despejó de nubes
por ese viento que no nombro,
en el barbecho de una ausencia
que no abrirá las puertas del olvido,
escribo tu nombre en la arena
rotulo tu apodo en mi piel.

UN LUGAR PARA LA DIGNIDAD

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Con la iglesia hemos topao. Y no con tal o cual iglesia, sino con la de siempre. Porque cuando nos referimos a ella, no hablamos de esas otras versiones o sucedáneos, sino de la iglesia de toda la vida de dios. Vaya por dios. La iglesia que tiene raigambre histórica en nuestro mundo, la de la vieja Europa. La que puso sus propios pilares en la construcción de ese otro mundo, llamado nuevo mundo, como conquistadores del proselitismo ideológico. Y más bien, económico.

Y es que ahora, por tan solo treinta euros, al parecer la iglesia se ha convertido en dueña y señora de la Santa Mezquita Catedral de Córdoba. O por mil duros, como seguro uno de esos que llevan sotana habrán pensado. Hay que reconocer que estos de la iglesia son gente ávida y espabilada. Tantos siglos de historia y a nadie se le había ocurrido inscribir a su nombre tan majestuosa construcción. Lo evidente había dejado de serlo y ahora nos tiramos de los pelos por no haber estado más picaros que ellos. Y es que hay que ser fraile antes que cura. Supongo que la jerarquía eclesiástica se acordó de aquello de que a dios rogando y con el mazo dando, y pensó que si la Mezquita de Córdoba era patrimonio universal de la humanidad, más universal y humano -y espiritual- que la iglesia no existe nadie, y por lo tanto, tendría más derecho que ningún otro, a inscribir a su nombre dicho monumento. Patrimonio de la humanidad.

Desde aquí tengo que mostrar mi agradecimiento a la UNESCO por ser el responsable de decirnos qué es y qué no es patrimonio de la humanidad. Tengo que agradecérselo porque nos hacen sentir un poco dueños de algo, que en muchas ocasiones no tendremos ni la oportunidad de visitar. Y al menos, nos queda el consuelo, de que nos hacen sentir que somos dueños ignorados de algunas de las mejores maravillas de este planeta, que al hombre o a la naturaleza se le ocurrió crear.

Pues visto lo visto, desde aquí y de manera humilde, me dirijo a la UNESCO para que si tiene a bien, inicie los trámites para que catalogue a un gran lugar, como patrimonio de la humanidad. Porque como ese lugar, existen pocos que visitar.

Eres ese lugar que a diario visitamos, y el día que no lo hacemos, lloramos a rabiar. Eres ese lugar, donde uno se encuentra consigo mismo, en pleno silencio y solo roto por el sonido de pequeños recuerdos y de la lluvia que dejamos caer. Eres ese lugar, donde la cultura corre sin cesar, porque no me negarás que sobre ti, hay gente que lee, desde la prensa diaria, las revistas del corazón y la alta literatura de escritores de renombre o que lo buscan con tanto afán. Eres ese lugar, donde todos somos iguales. El único sitio donde la dignidad se queda desnuda. Eres vertedero del mundo desarrollado, pero donde todos nos sentimos en esa soledad de que no somos nadie, o que si lo fuimos, sentados sobre ti, la volvimos a recuperar.

Por ello, desde aquí pido a la UNESCO que declare a la taza del váter, o del water, como dirían los anglófilos, como Patrimonio de la Humanidad. Por cierto, no vendría nada mal que el Papa Francisco intercediera ante las fuerzas divinas para que no quedara sólo en un milagro.

BALÓN DE ORO

la foto

Me llamo….bueno que más da como me llamo. Creo que a nadie le interesa mi nombre. Al fin y al cabo estoy convencida que pocos lo recordarían después de leer estas palabras. ¿Qué cuántos años tengo? Tengo… uff perdonen. Pero como no queda bien preguntar a una mujer por su edad, os diré que tengo esos años en los que los párpados comienzan a descender suavemente entornando la mirada, y a su alrededor se dibujan esos pequeños surcos, donde las lágrimas viajan cada vez que llegan a mi mente esos recuerdos convertidos en tatuajes del pasado.

Tengo un niño pequeño, de apenas diez años, y se llama como su padre, Rafael, ¿Suena bien verdad?. En mi casa siempre hemos respetado esa vieja tradición de poner al primer varón el nombre de su padre, y claro, el de su abuelo. Pero quiero dejar claro una cosa, lo llamamos Rafael, nada de Rafa. Esa extraña manía que tenemos de acortar los nombres, en casa nunca lo hemos hecho. Si hubiésemos querido llamarlo Rafa, lo habríamos hecho, pero no, su nombre es Rafael y aunque sea un renacuajo, toda su familia lo llama por su nombre completo.

Lleva ya diez minutos frente al televisor y no hay quien lo aparte de él. Me ha mirado y sonríe. Sonríe con esa sonrisa del que se sabe rey de un pequeño mundo. Su mundo, mi universo. No sé a quién sale con esa afición al fútbol, porque ni su padre, ni su abuelo, ni ninguno de sus tíos han demostrado que le apasionara esa obsesión de correr y darle a una patada al balón. Pero cuando lo observo, son sus ojos los que hablan, y lo encuentro feliz.

Son las seis menos diez de este lunes 13 de enero, y ahora está en silencio. Después de un fin de semana en el que no paraba de hablar de su Iniesta, de dibujar en sus ojos la admiración por su ídolo, ahora no articula palabra. Vestido con la camiseta de la selección, su balón de fútbol entre las manos y la bandera española que reposa sobre sus rodillas, no aparta su mirada de esa pantalla que le trae las imágenes del sueño de ser un día un gran futbolista. Él también quiere ser balón de oro.

No dice nada, está callado, no es su ídolo el que ahora aparece sonriente en la pantalla del televisor. El balón de oro se lo han entregado a otro jugador y en cierta manera él también se siente perdedor. Baja el volumen de la televisión. No quiere escuchar nada, ahora él desea sentir esa soledad, esa sensación de abandono e indiferencia que tiene quien se convierte en perdedor.

Son las seis y veinte de la tarde y sigue en silencio. Ahora es otro silencio. De sus pequeños ojos verdes descienden unas lágrimas inapreciables, casi invisibles, pero que le hacen brillar las mejillas sonrojadas de un niño lleno de vitalidad. Aprieta con fuerza la bandera, la arruga entre sus dedos menudos, en esa mezcla de rabia e impotencia que desde pequeño comenzamos a tener. Su mirada se pierde en mis ojos y su silencio es ahora un grito callado desde hace un tiempo.

Dos preguntas salen de sus labios, ¿por qué a mi padre le pusieron una medalla y le entregaron una bandera cuando dormía en el interior de una caja? ¿por qué a mi padre que apagó aquel fuego y perdió su vida no le dieron un balón de oro antes de fallecer?……