LA DEROGACIÓN DE LA FELICIDAD

Lunes de vendetta

 


«Las traducciones a varios idiomas de esta novela han fulminado la versión original«


Algunas noticias duran muy poco en la prensa, menos de lo que tardamos en cruzar un paso de peatones.

Hace pocos días, un diario regional publicó la información de que el gobierno balear pretende aprobar la llamada ley de excesos. La noticia ocupaba un espacio pequeño.  Un  titular y unas pocas palabras. El nombre de la norma resultaba llamativo. El legislador del archipiélago había demostrado tener una gran capacidad creativa para bautizar a una ley.

Lo del exceso me hizo imaginar que la norma regularía las actuaciones de la clase política para evitar el abuso que algunos de ellos ejercen de su poder. Iluso de mí. Me equivoqué en mis pronósticos de analista político de salón y comedor. Incluso pensé que si no llegaba hasta ese punto, la ley establecería, al menos, las pautas para evitar el exceso verbal en el que muchos representantes públicos incurren y que afecta a la paz social. Me volví a equivocar una vez más. Aquello iría contra la libertad de expresión, y ¡por Dios!, que nadie toque esa libertad, no sea cierto entonces que estemos viviendo en un Estado represor.

Tal vez el señor Ábalos haya pecado durante esta semana de excesiva verbosidad. Las diferentes versiones de una misma escena han sorprendido a los mejores guionistas que se han reunido en la gala de los Goya. Las traducciones a varios idiomas de esta novela han fulminado la versión original. Por eso no es de extrañar el estado de ánimo del ministro. No resulta cómodo aguantar las embestidas de la oposición, que en pocas horas ya han pedido su cabeza para colocarla en la guillotina.

Lo que sí ha llamado la atención es la soberbia de un cazador que ha caído en su propia trampa. Los «muchos tiros pegaos» en su trayectoria política le han servido de bien poco porque el tono y la forma en la que ha realizado cada una de sus intervenciones ha dejado mucho que desear. El diagnóstico no es bueno: los síntomas de una intolerancia alérgica a la crítica y a la labor de los informadores es muy evidente.

Esto acaba de comenzar. Se tendrá que acostumbrar a que le toquen las narices por no mencionar los testículos, y en la gira de mitines de cada fin de semana va a tener que ser más cauto cada vez que se asome al balcón.

Y hablando de balcón, la ley del exceso finalmente está pensada para acabar con el consumo desmedido de alcohol y evitar el azote vandálico de borrachos y juerguistas que provienen principalmente del mundo anglosajón. Desconozco si las medidas previstas de  castigar el «balconing» y eliminar de los bares, restaurantes y pubs las famosas Happy hours serán suficientes, pero que sean bienvenidas, porque al final los excesos se pagan. Y ya puestos, que se incorpore a esta nueva ley una disposición final en la que se sancione la verborrea de quienes buscan la derogación de la felicidad.

Feliz semana ejercientes de la vendetta. Hasta el próximo lunes.

 

YO BESÉ A MARILYN MONROE

 

marilynmonroe_tn.jpgAvanza el siglo. A poco que nos demos cuenta, habremos alcanzado el primer cuarto del siglo XXI, y llegará ese instante en el que diremos: ya han pasado veinticinco años. 

Muchos dicen que no hay que mirar atrás ni para tomar impulso y que agua pasada no mueve molino. Quizás sea cierto. Quizás no haya que mirar tanto al pasado, y pensar que lo que sucedió en épocas pretéritas, en el presente ya poco ayuda para seguir avanzando. Quizás sea cierto, no lo voy a negar. Pero sin caer en la nostalgia, y menos aún en la melancolía, también me gusta escuchar aquellas voces que proclaman que cualquier tiempo pasado fue mejor. Me gusta rodearme de aquellos que sientan sus posaderas en el banco de un parque, no para echar de comer a las palomas, sino para ver cómo el tiempo nos pasa a todos por encima. Me apetece, sí, me apetece ver la expresión de los ojos de aquellos que dicen: «en mi tiempo…».

En este punto y aparte, me detengo. Me detengo para quedarme en esas palabras que dicen algunos: «en mi tiempo…». Me detengo ahí porque esa expresión nos convierte en seres de un tiempo pasado, en el deseo repentino de no querer formar parte del presente, de transformar el hoy en algo que no nos pertenece. Me detengo ahí, porque sin nostalgia y sin melancolía, pero sí con cierto aire de añoranza, parece que a todos nos llega un momento en el que vemos un momento del pasado como nuestro propio tiempo, y nos distanciamos del presente, como la única manera de repudiar lo que ya no concebimos como nuestro.

Otro punto y aparte. Abro otro punto y aparte, para darle cuerda al reloj. ¡Ah!, que ya a los relojes no hay que darles cuerda, sino que esperar a que la pila no nos falle. Es que en mi tiempo…, en mi tiempo sí hubo un momento en el que a los relojes había que darles cuerda, girarles la pequeña corona para que no se detuvieran y hacernos sentir por un momento que nos convertíamos en dueños de eso mismo que se llama tiempo. No hago en este momento un punto y aparte, sino un punto y seguido. En mi tiempo también recuerdo malos momentos, momentos de crispación, de odio, de rencor, momentos donde las palabras también la usábamos para abrir heridas que nunca pensamos que podrían cicatrizar. Pero hoy, cuando el siglo avanza, enchufas el televisor, sintonizas la emisora de la radio, lees cualquier artículo de una prensa escrita, que sea en digital, porque en el papel las noticias dejan de serlo a cada segundo, y piensas por un momento, si cualquier tiempo pasado fue mejor.

El siglo sigue avanzando. Cuando los que venimos de la frontera del siglo anterior ya hemos comprobado que aquellos sueños de pensar que detrás del año 2000, iríamos en coches voladores, que el espacio estaba más cerca de lo que nos dijeron, me pongo a pensar si en mi tiempo, aquello era todo mejor. Supongo que no, que no lo sería, que todo es parecido a lo que está ocurriendo actualmente, pero por un momento he pensado que en mi tiempo…

Bueno, en mi tiempo, yo besé a Marilyn Monroe, aunque sea en el póster que tenía colgado en la pared de mi habitación.