DE ANDAR POR CASA

Lunes de vendetta


«Febrero llega a su final y nos marchamos de fiesta»


Los coloretes en las mejillas y el pito de carnaval me acompañan en estos días de don Carnal. Pero este año he colgado el antifaz en el pomo de la puerta, porque el «tipo» lo he dejado en casa. Con el miércoles de ceniza asomado por la mirilla y el entierro de las caballas y sardinas a la vuelta de la esquina, que nadie llegue aquí con excesos de velocidad ni marcas de frenada. El que venga, que lo haga con ganas de vivir, disfrutar y reír. Ya se encarga la sabiduría popular de recordarnos que la vida son dos días.

Acaba febrero. El mes que se desliza después de la cuesta de enero. El que viene bisiesto este año, porque el calendario trae esa prórroga de un día acumulado del pasado. El único con  diminutivo, como los chiquillos que corrían por las calles de antaño. Febrerillo febrero con calor de primavera. Y por las calles: las ilegales, romanceros, comparsas y chirigotas; los sones de un tres por cuatro y  los tangos de esos coros que me vuelven loco, loco, loquito, loco. ¡Ay Manolo Santander!, cómo suena en mi memoria el sonido de aquella cuarteta.

Febrero ve su final. Termina con la celebración de un día para conmemorar. Bandera bicolor: verde esperanza, blanco de paz; verde de sus campos, blanco de sus casas. Con las telas desteñidas por el sol que cuelgan en los balcones, cantemos el himno de una tierra que habla de un país que ahora hierve en sus reinos de Taifas y una humanidad olvidada. Celebremos un día de ilusiones acabadas. De sueños convertidos en pesadillas. Febrero llega a su final y nos marchamos de fiesta.

Celebremos la lista de desempleados que nunca ha bajado durante eso que llaman cuarenta años de democracia. Esto no tiene arreglo ni con los de la rosa marchita ni con los herederos de los señoritos de pueblo. O los números de parados son un papel mojado que sostiene otra mentira o aquí los discursos del progreso y que somos un pueblo de primera son los vómitos después de una noche de juerga.

Celebremos que en otras regiones, ¡oh no!, otras comunidades autónomas, ¡oh no!, otras naciones, consiguen mediante el diálogo, ¡oh no!, negociación, ¡oh no!, chantaje, mayores ventajas por ser de esos otros territorios. Y digo ser y no digo estar, porque la desigualdad va creciendo con esos alambres con concertinas que aparecen publicados en el BOE.

Celebremos que esta tierra no tiene voz en el Senado ni en el Congreso de los Diputados. Los representantes de nuestras ocho provincias guardan silencio porque son vasallos de esos otros señores feudales. «Los nuestros» han cambiado sus estrados de oratoria de fin de semana por los escaños apartados de un hemiciclo, con dietas y billetes de ida y vuelta.

Si alguien quiere más puedo seguir, porque también tengo más verdades de andar por casa.

¿Celebrar? Metamos la bandera en la maleta. El himno suena en un disco de vinilo rayado por los cuchillos de los mismos que se suben cada día a sus púlpitos. Andalucía no tiene nada que celebrar. En esta España de cafres, canallas y pandereta, qué bonita es mi tierra, qué bonita mi Andalucía. Pero todos hemos arrojado a la basura el sueño de Blas Infante, la muerte de Caparrós, y ya solo nos queda en el recuerdo las letras del Capitán Veneno y sus «andaluces levantaos».

Hasta el próximo lunes ejercientes de la vendetta. Feliz semana.

ENTENDEDOR

Lunes de vendetta


«En el hemiciclo ha flotado un extraño aroma a San Valentín con corazones de alquitrán»


Na, na na na na, na na na na na na… Laaa, la la, laaaa, la la laaa, la la la…

Algunas canciones necesitan de esta técnica creativa. Unas para salir del paso cuando la letra se acaba, no se tiene nada qué decir o es mejor callar que escribir. Otras, porque perdería su sentido si no tuviese ese estribillo en la sombra.

Na, na na na na, na na na na, na na.

Las palabras de la alcaldesa de Vic destacando el aspecto físico del catalán como un elemento diferenciador son fruto de esa técnica creativa. Algún antropólogo vendrá a discernir la cuestión y encontrará una base científica o histórica a dicha afirmación. Pero que nadie piense que esta honorable señora pueda tener alguna aversión a todo lo que suene a español. Según ella, no hemos entendido sus palabras y las hemos sacado de contexto. Un comunicado en Twitter y todo solucionado. Los entendedores siempre tenemos un problema de comprensión.

Nana na na, na na na na, nananana na.

Los adelantamientos sin intermitentes en los escaños y los excesos verbales de velocidad siguen vigentes, pero han colocado sus dispositivos antirradares sin homologar y vámonos que nos vamos. El «amiercoleado» control del Gobierno se ha convertido en un espectáculo soporífero. En el hemiciclo ha flotado un extraño aroma a San Valentín con corazones de alquitrán. Venezuela en el punto de mira y los líos de cómo llamar a uno que es o no es. En esa telaraña nos atrapan, pero por la tarde desde Moncloa envían un comunicado a la prensa, y todo arreglado. Los entendedores seguimos teniendo un problema de ejercicio de comprensión.

Nana na na, na na na na, nananana na.

El famoso Mobile se suspende este año. Las autoridades dicen que no existen razones. Nadie ha proclamado la alerta sanitaria. El Ministro de Sanidad repite ante los micrófonos que nuestro sistema sanitario está preparado para lo que venga (no quiero recordar cuando dijeron lo mismo del sistema financiero y al día siguiente: ¡FROP!). El coronavirus es una amenaza, pero no lo es. Nadie lo tiene claro. Pero por la tarde, rueda de prensa, todos con cara póker y los bolsillos de muchos se quedan temblando. Los entendedores continuamos sin saber cómo superar la prueba de acceso a la comprensión.

Laaa, la la laaaa, la la laaa, la…

La familiar real ha posado ante las cámaras. Las fotografías se distribuyen a los medios de comunicación. Felipe, Leticia. Flema regia. Las niñas sonríen. En color. En blanco y negro. ¿En blanco y negro? Mi madre no tiene álbum de fotos, pero sí una caja de madera donde guarda los recuerdos. Mi familia no tiene sangre azul, pero tenemos aquella fotografía pegada en el libro de familia. El que ha bautizado al coronavirus tiene que ser repúblicano, porque tiene nombre de Terminator de la monarquía. Los entendedores nos perdemos en el carnaval de la comprensión.

Laaa, la la laaaa, la la laaa, la…

Una clínica de implantes capilares me ha enviado una solicitud de amistad en Facebook. Les veo venir el pelo. No acepto su petición porque vienen a sacarme el dinero y acabaré tirándome del implantado cabello. La hipotética polémica la zanjaré por la tarde con un comunicado oficial y lo publicaré en las redes sociales. Todo aclarado. Los entendedores somos animales prehistóricos del siglo XXI.

Hasta el próximo lunes ejercientes de la vendetta. Feliz semana.

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, PERO NO MUY LEJOS

En estos días hemos vuelto a ser testigos de las diferentes fórmulas de acatamiento de la Constitución española por parte de nuestros representantes políticos. Debemos reconocer el ingenio y la ocurrencia, e incluso hasta los gestos simpáticos, con los que algunos han expresado a su manera la sumisión a la normal fundamental que hasta el momento rige en este país, así como al resto del ordenamiento jurídico. La fórmula del «imperativo legal» inventada por aquellos impronunciables ya parece anticuada, casi no resulta llamativa, y visto lo visto, o mejor dicho, oido lo oido, parece indudable que estos servidores de lo público han ensayado más de una vez frente al espejo, su ocurrente manera de prestar juramento, promesa, o cualquier otro vocablo por el que lo hayan querido sustituir.

Sin entrar en consideraciones jurídicas, porque para eso están los órganos jurisdiccionales competentes que se han pronunciado acerca de la validez de las formulaciones empleadas, lo que sí parece evidente es que existe el espíritu de querer soslayar la verdadera esencia de ese acto político, con efectos administrativos. Como creo que el ingenio de todos estos servidores va más allá, imagino que cuando están firmando toda aquella documentación para acreditarse como nuevo cargo público, y cumplimentan sus datos bancarios sin que les falte el código IBAN, para que puntualmente les lleguen sus correspondientes emolumentos con cargo al erario público, pondrán al pie de página que lo hacen también bajo la premisa de la fórmula mágica de acatamiento que han elegido. Y por seguir imaginando, imagino que los billetes de tren, de avión y aquellas otras prebendas que reciben por su ejercicio de cargo público, también tendrán una nota al pie o una llamada de referencia, que diga que lo perciben bajo la ingeniosa manera de acatamiento elegida por unos aspirantes a trileros. 

No. No me quedaré en esa llamada demagogia económica de lo que pueda o no percibir el político de turno. No me quedaré porque sé que ese es el recurso fácil. Me quedaré con algo que me preocupa más: cumplo con mis propias reglas. Ese es en definitiva el mensaje que están lanzando. Mal empezamos, por no decir que continuamos.

Me preocupa que hace pocas semanas, a los votantes que fuimos a las urnas y a los que se nos pedía un ejercicio de responsabilidad y de confianza en el sistema, tengamos ahora que ver que estos cargos electos se dediquen a tergiversar el mensaje de su sometimiento al mismo ordenamiento jurídico al que eso sí, los ciudadanos estamos sometidos por aquello del imperio de la ley. Me preocupa porque están sembrando una desconfianza absoluta en ese sistema por el que están ahí sentados.

Haremos chistes de estas situaciones. Sonreiremos por las fórmulas mágicas usadas por esos que se llaman representantes de los ciudadanos. Y reiremos por no llorar. Pero mientras continuamos así, seguiremos como testigos mirando a otro lado, pensando que las formas, que no son forma sino fondo, no tienen importancia. Así que mañana vendrá de nuevo otro ingenioso que acate a su manera esa norma, que en el fondo pretende esquivar a su manera, y lo hará reproduciendo las palabras de Scarlett Ohara poniendo a Dios por testigo, y alzando la voz para anunciar que ya no volverá a pasar hambre.

Mañana será otro día, pero lo que el viento se llevó fue el respeto a los ciudadanos, convertidos en testigos sin cargo.