DAMA DE NOCHE

Una noche más
se desnuda con pétalos de azar.
Desabrocha el botón de una camisa de seda
con la etiqueta made in China,
derrama el perfume por su cuello
donde las hienas acuden al olor
y deslizan los estambres
hambrientos de deseo,
con besos que no saben de amor.

Otra noche más, las lechuzas,
eternas insomnes,
vigilan la oscuridad
y acechan el miedo en los ojos de ella.
Observa cómo arroja su carne de prostituta
a la miseria de las manos de un extraño,
de los marineros sin tatuajes;
de los americanos con un idioma incomprensible
que fuman tabaco de contrabando.

Otra noche más, abre la cómoda
convertida en trinchera de los recuerdos:
    fotografías ocultas entre las sábanas
    jabones que no sentirán el agua correr
    los sobres con matasellos de veinticinco pesetas
    las dos entradas del Royal Cinema
       donde nos besamos, nos mordimos y descubrimos nuestras bocas;
       con el caos de las manos imprecisas
                                         perdimos la inocencia.

Llega otro amanecer,
los restos de la madrugada corren por las cañerías
bajo la lluvia que inunda las calles.
Ella acaricia las entrañas de su pasado
en aquella segunda sesión,
con la fragancia de la dama de noche
enredada en las paredes desconchadas
de ese cine de verano.

CARTAS AL FUTURO

Tengo esos rincones. Con poemas desnudos que están por acabar y otros que nunca verán la luz. Con versos rotos por la amnesia del optimismo. Con historias de ficción que no tienen razón de existir. Con relatos surrealistas atrapados por la telaraña de este laberinto de habitaciones que dibujan un mapa sin coordenadas. Con palabras que sienten que se ha perdido el presente y el pasado en el naufragio de los recuerdos. Con el buzón vacío de los mensajes.

Tengo esa ventana. Con las cortinas descorridas para que entre el frío de la mañana, pero que también se cuele el sol de una primavera olvidada. Cada tarde me asomo a ese hueco para gritar en silencio y ver la esperanza en los ojos azules de esa niña, la que vive en la casa de al lado, la que llama balbuceando a la pareja de patos que cada día se hacen dueños de ese océano azul con el fondo de celosías, aguas que son ajenas a lo que es el olor a mar.

Tengo esa puerta. La que miro creyendo que alguien ha llamado. La que tiene una mirilla convertida en el telescopio que mira hacia el universo de los agujeros negros del interior. A la que quitaré la llave y reventaré la cerradura. Porque no sé si seremos los mismos, como tampoco si los lugares serán iguales, pero que escapen los animales enjaulados, que ya las cunetas de la memoria esconderán los recuerdos de las noches y los días, los días y las noches.

Tengo. Tengo las paredes de las habitaciones empapeladas de cartas al futuro. Con fotografías que nos haremos para olvidar este accidente del tiempo y que colgaremos en marcos de cristal; con palabras para los encuentros y reencuentros; con abrazos y besos; con miradas, risas, sonrisas y lágrimas; con las bicicletas, las cometas y las cañas de pescar; con el objetivo de la cámara abierto para detener los instantes; con los cuadernos en blanco para volver a escribir y los lápices afilados para dibujar lo que seremos; con los  pasos pendientes para caminar por la arena de la playa, mojándonos los pies y escuchar el sonido del mar. Con sentir el amanecer y regresar al atardecer, siempre con ese diferente atardecer.

¡Cuando pase todo esto!… decimos todos en voz alta. Cuando pase todo esto meteremos en un sobre aquellas cartas, me digo en voz baja.