LOS RESTOS DEL OLVIDO

 

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Duna de la Playa de Bolonia (Tarifa)

Siempre quedan restos de algún olvido

AUTOPSIA A UN CORAZÓN

 

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En la mesa fría
reposan los bisturíes,
afilados por el músico,
un callejero que adivina el levante.
Un loco, dicen,
que recorre las calles
sin camino ni destino.
Un solitario que sabe de vidas,
y desamores.

Sobre el plateado mar de acero,
reposa,
un corazón de sangre
que espera
a ser abierto al mundo,
porque en su día
estuvo oculto detrás
de una armadura
que olvidó quitarse.

Un corazón,
dos partes,
dos mundos,
dos seres.
Es la hoja de un puñal,
la que recorre en milímetros
las dos mitades en la que se abre.
Diseccionado los ventrículos,
se desnudan
en recuerdos y olvidos,
en un desamor eterno
que se disfrazó
de un amor de anhelos.

La cordura de ese loco
es su propia locura.
Su mano tiembla,
el sudor cae por su frente.
El bisturí se detiene
al ver que en ese corazón,
su propio rostro aparece,
entre las grietas
de un pasado,
que no vivió futuro
y nunca conoció presente.

AMNESIA

Un día más. Son las primeras palabras que salen de los labios de Ricardo en el silencio de la mañana, mientras se levanta de la cama y pone el pie izquierdo en el suelo. Un día más, repite mientras enciende la luz del cuarto de baño. Como un ritual diario, levanta la tapa del váter para orinar y cuando mira de reojo hacia abajo, levanta su mirada hacia el techo y piensa que es otro día más. Con esas tres palabras, Ricardo muestra su hastío por el día a día, por esa sucesión de horas que tiene por delante y que no parece que se llenarán de momentos, sino que se vaciarán de instantes. Un día más, vuelve a repetir mientras se mira al espejo y comienza a pasar la cuchilla de la maquinilla de afeitar por el cuello. Con tres palabras, Ricardo no parece encontrar la salida a una situación que le hace agonizar el presente, y empieza a pensar que lo único que quiere, es olvidar.

Las diez de la mañana. Han pasado tres horas desde que Ricardo está despierto. Se sienta detrás del mostrador. Desde hace unos años, a primera hora de la mañana, ya no entra nadie en la tienda. Se dispone a leer el periódico. Lo abre, y ojea tan solo cinco o seis páginas. Sus dedos pasan las hojas y sólo se detiene en un par de noticias. Los diarios se han convertido en un relato de sucesos, dice en voz alta y hablando solo. Un nuevo caso de corrupción, un conflicto bélico en el Medio Oriente, otro caso de violencia de género. De la sección de deportes no quiere saber nada, porque ayer noche perdió su equipo por goleada. Una sonrisa sale de sus labios cuando se detiene en esa página que siempre ha dejado atrás pero que hoy llama su atención. Ricardo se ajusta las gafas. Busca su horóscopo. Le hace recordar su fecha de nacimiento. Se pierde y sonríe. No sabe el orden que siguen esos signos del zodiaco. Por fin lo encuentra. Se ha puesto a leerlo. Apenas cinco líneas donde hablan de su futuro.

Hoy será un gran día, olvida todo lo que pasó ayer. Hoy no es un día más, hoy es otro día, muy diferente al de ayer. Eres una persona afortunada, si no tienes trabajo, hoy se te van a presentar importantes oportunidades laborales. En el dinero, todo marchará viento en popa. Con la familia, algunos desencuentros sin importancia. En el amor, te reencontrarás con una persona de tu pasado que te hará revivir los recuerdos que habías decidido un día olvidar.

La una de la tarde. En una hora cierra la tienda. Un día más, piensa. Otro día para olvidar, dice en voz baja. No ha entrado nadie en la tienda en toda la mañana. La caja está vacía. Acaba de consultar el saldo de la cuenta corriente por internet, y parpadea sin parar. Un número para olvidar, que aparece y desaparece de la pantalla, como los números de esos monitores que en los hospitales controlan los latidos de nuestro corazón y te recuerdan que la vida se puede detener en un instante. Su horóscopo vaticina mal su fortuna económica, dice de nuevo Ricardo hablando solo. Un día más para olvidar.

Ricardo mira su reloj de pulsera. En quince minutos se marcha a su casa para almorzar. La puerta se abre. El calor de la calle inunda por un instante el frescor que hay en el interior de la tienda. Se quita las gafas que sólo utiliza para leer. Una mujer entra de forma decidida. Sus pasos muestran seguridad. El sonido de sus tacones ya dice mucho de ella. Es muy atractiva. Su cabello rubio recién peinado. Seguro que viene de la peluquería, piensa Ricardo, mientras recoge del mostrador las facturas que mañana tiene que pagar. Un metro sesenta de altura. Una talla treinta ocho. Ricardo lleva muchos años detrás del mostrador y sabe bien de lo que habla. 

_ Hola Ricardo, dice aquella mujer, mientras se quita las gafas de sol. 

_ Hola…

Ricardo saluda pero se queda algo confuso porque desea pronunciar el nombre de aquella mujer que resulta a primera vista desconocida para él. La observa. Tarda unos segundos más, aún no la ha reconocido. Pasan otros cinco segundos. Ahora sabe quién es. ¡Carolina!, pronuncia Ricardo su nombre, mientras abre sus ojos con cara de sorpresa. Ricardo se sonroja. Hace muchos años que no se ven. Carolina fue la primera mujer a la que besó. Igual al horóscopo no le falta razón, piensa Ricardo, mientras le da dos besos.

Ya ha pasado media hora desde que dio las dos de la tarde. Ricardo se debería haber marchado a casa para comer, pero allí se encuentran los dos, en plena conversación, mientras ella va acumulando sobre el mostrador, tres camisas, dos faldas, dos pañuelos, un pantalón y dos vestidos. Ricardo se siente feliz y piensa que el horóscopo tenía mucha razón. Quizás no sea un día para olvidar.

Se escucha un fuerte golpe. Carolina sale algo aturdida del probador. No le ocurre nada, todo queda en un susto sin importancia. Carolina tiene prisa, debe marcharse ya. Saca su tarjeta de crédito del bolso para pagar la compra. Ricardo la pasa por el datáfono. Novecientos veinte euros. Ahí tienes, ya puedes introducir tu número secreto, le dice Ricardo.

Carolina se queda paralizada. El golpe tiene que haberla afectado. Mírala. Ahí está. Inmóvil, impasible. Ha dejado su mirada perdida tras los objetos que se encuentran detrás de mí. Los está mirando, pero no los observa. Desde hace unos segundos, sus párpados han dejado de pestañear. Sólo el pecho agitado por una respiración que se acelera cada vez más deprisa es lo que me dice que se encuentra viva. Quizás sólo su corazón esté latiendo y su cerebro lo haya dejado morir. Pero no. Está sudando y los muertos no sudan.

– Dime algo Carolina, le dice Ricardo en voz baja.

Carolina sigue callada. Ninguna palabra más. Ya ni recuerdo lo último que me dijo. Sus labios se han cerrado de tal manera que cualquier palabra que quisiera salir de su boca se vería atrapada por esas rejas que el silencio ha cosido en un instante. Sólo se escucha la música de fondo. Y su respiración. De su nariz entra y sale el aire sin parar. No es un buen momento para olvidar, le dice Ricardo a Carolina, mientras ella ya parece vivir en otro lugar.