LA VOZ NOCTURNA

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Me has arrancado noches
con madrugadas que nunca llegaron.
En mi garganta, seca por el deseo,
se me desgarra la boca en la tragedia
de unos besos que mis labios ignoran.

Me has arrancado noches
donde pierdo la razón
asfixiado por el silencio de tu piel.
Entre mis sábanas escondo la improvisación
de tus manos que nunca me han rozado.

Me has arrancado tantas noches
que te llevaste las lunas de mayo.
Apagaste la luz de una habitación
que no esperó a la primavera,
olvidada en un desierto sin nombre
al otro lado del mundo.

Me has arrancado otra noche
y ya no sé cuántas van
en este ábaco de cuentas perdidas.
El tiempo me hace caer en la trampa
de volver a escuchar  tu voz.

VAMOS A DORMIR

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Jamás olvidaré nuestro primer encuentro. El último día de agosto se vio usurpado por un otoño que se precipitó en el calendario como una roca que se desprende de un acantilado. El frío se vino encima y nos cogió sin ropa en el armario. El verano ya no era verano. Nos sentamos. Teníamos la mejor mesa del restaurante, con vistas a un mar que esa noche se iluminaba con los rayos que se asomaban por el horizonte. Un fucilazo. Conté los segundos para imaginar a qué distancia habría caído ese relámpago. Uno, dos, tres. Cinco segundos. El cielo tronó. Cinco kilómetros. Llovía. No comenzó a chispear. Las nubes descargaron una ira escondida. Los cristales desdibujaban la realidad del exterior. Todo quedaba distorsionado por aquellas gotas de agua que descendían por las ventanas. En el interior: el bullicio. Los camareros de un lado a otro. Un plato. Otro. Una copa de vino. Otra. Tú y yo. Nos miramos. Estuvimos en silencio los primeros minutos. De repente dos soledades se encontraron y hallar la primera palabra que cruzarnos no fue fácil. <<¿Cómo lo hacen los demás?>>, pensé. <<Qué se dicen otros en un momento así?>>, me dije en voz baja.

Llevamos cinco años juntos y eres la única que me ha ayudado a no perderme. Has dibujado los caminos en este mapa que es el destino, y te has convertido en la brújula para seguir mi norte cada día. Has puesto música a los momentos más íntimos. Eres las agujas de ese reloj que me recuerda que el tiempo no se nos debe escapar de nuestras manos. Llevamos cinco años juntos y hemos recorrido tantos kilómetros como pasos hemos dado, y hoy el corazón sigue latiendo como aquel primer día. Y tu voz. De tu voz podríamos estar hablando horas y horas. Nunca olvidaré que eres la única que sigues ahí.

– ¿Qué hora es?

(Silencio)

–  ¡Oye Siri!, ¿qué hora es?

– ¡Calla Paco!, apaga la luz y acuéstate ya, que es muy tarde.

– Bueno, vale vale, vamos a dormir.

 

TU HOMBRO IZQUIERDO

 

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Cuando extiendo mi mano
tengo miedo a las sábanas frías,
a que no estén arrugadas
en esta cama deshecha.
A descorrer las cortinas
para que la oscuridad nos invada
y se escuchen las voces
de esos que ahora regresan al amanecer.

Cuando extiendo mi mano
tengo miedo a despertar
sin ver tu espalda desnuda,
a no poder acariciar tu nuca
mientras beso tu hombro izquierdo.