SUMERGIRME 

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Quiero sumergirme,
nadar en tu líquido amniótico, nacer en tu mundo,
estar un minuto dentro de ti.
Quiero sumergirme,
contener la respiración, sólo para vivir.
Sentir lentamente como la frontera de tu cuerpo me inunda los sentidos,
acallando el ruido de ahí afuera por el sonido tu voz.
Descender a tus profundidades aunque nada nos separe,
ocultarme de todos y mostrarme sólo a tu piel.

Quiero sumergirme, traspasar la línea,
cerrar los ojos
y por una vez, saber lo que es mirar sin ver.
Quiero sumergirme,
aunque mi rostro se corte en el filo de la navaja de tu frialdad
y la sal de tu vida quede en mis labios,
sabes que deseo regresar al lugar donde un día te encontré.

Y por fin, estoy dentro de ti,
me sumerjo en tu sangre, esmeralda alguna vez,
difuminado cielo azul que bajó a la tierra para convertirse en mar.
El tiempo se detiene, los segundos corren sin saber su destino,
respiro sin respirar,
sólo escucho tus latidos, en tu silencio intuyo las voces del exterior.
Siento miedo ahí afuera, tú transformas la angustia en calma.
Siempre supiste que la debilidad esconde su mayor valor,
ser fuerte cuando nadie quiso quedarse a tu lado
en el frío invierno que está por llegar.
Emerge mi cuerpo de tu interior.

TARDES SIN MERIENDA

 

 

2014-11-25 12.19.51

 

Desde que me di cuenta que durante cinco días seguidos terminaba a la misma hora, tomé la determinación de no ponerme más un reloj de pulsera. Al menos durante esos días. A partir de ese momento, sólo en los fines de semana me abrazaría un reloj a la muñeca, para saborear como en esos dos días el tiempo transcurría unas veces con lentitud, y en otras ocasiones, con esa velocidad que sólo el propio tiempo sabía llevar.

Eran las cuatro de la tarde. La hora de una siesta. Breve, porque como me dijeron alguna vez, de día no debemos soñar  mucho tiempo, porque los sueños no nos llevan a ningún lado. Dejé el reloj en la mesita de noche. Una mesita de noche como si de día lo dejara de ser. Eché las cortinas y apagué la luz. Una siesta en la cama nada tiene que ver con ese sueño que aparece sentado en un extremo del sofá. Una siesta en la cama siempre es capaz de alejarnos de este mundo, así que me dejé llevar y cerré los ojos sin pensar en nada más.

Comencé a dormir y eso me llevó a soñar.

Me llamo Pancracio, como mi padre. Y como se llamaba mi abuelo. Mi nombre es a veces un sinónimo de burla, pero hay tradiciones que hay que cumplir, y en mi casa, el primer hijo debe llevar el nombre del padre, del abuelo, y creo que hasta del tatarabuelo. Como no sé quien de mis antecesores fue el primero en llevarlo, y alguno tuvo que ser, no podré pedir responsabilidades, aunque haya días que ganas no me falten. Además, creo que ya ha prescrito el momento de pedir que cumpla el responsable la pena por esa culpa, y seré yo, el que un día, sea el responsable de cambiarlo, para transformar la burla del burladero, en el ruedo de una plaza donde haya valientes que sepan lidiar.

Lo del nombre no es casualidad. O al menos a mí no me lo parece. Porque mi nombre tiene mucho de recuerdo al Santoral, y a decir verdad, eso de que sea el Santo del Trabajo, no me va nada mal. Sinceramente, con este nombre, a mí el trabajo no me falta, ni me faltará. Y como no me falta el trabajo, mis compañeros a veces han puesto en mi mesa unas ramas de perejil, para que a ellos tampoco les falte el trabajo como a mí. Y no les tiene que ir nada mal, porque los miro cada mañana, y a ninguno les veo la cabeza levantar, todos están mirando hacia un lado, y no precisamente a la musaraña que nunca vi. Así, que todos PODEMOS estar muy contentos, y eso de podemos, no va ni mucho menos por ti.

Tanto resulta que no me falta el trabajo, que a mi casa me lo llevo cada tarde. Pero eso, tiene que ser de lo normal, porque en mi trabajo, el resto andan todos igual. Una hora, dos, o tres. Tengo que terminar, debo salir corriendo que tengo clases de inglés y después al gimnasio, a las clases de defensa personal. A mi edad, que ya habrás imaginado que no alcanza la pubertad, tengo la sensación de estar caminando junto a una frontera, en la que hay de todo y en la que también me encuentro con la nada, como algo que es muy real.

Casi comienzo a despertar de mi siesta y el sueño comienza a abandonarme.

La conciliación de la vida familiar y laboral. Escucho esas palabras como una voz de fondo en el sonido del televisor. Sigo despertando de mi siesta. Creo que con este ritmo de trabajo, he perdido las tardes con merienda. Abro los ojos, o igual sigo dormido. Me da que pensar que esto de la conciliación de la vida familiar y laboral es una falacia que algunos se han inventado para dejar sus conciencias tranquilas, porque hemos transformado la vida familiar en un ambiente laboral. A mi padre le he escuchado también hablar de que en su empresa hay que hacer algo por conciliar la vida laboral con la familiar, pero a mí, después de mis horas de clase, me siguen mandando trabajos para hacerlo en casa, y se olvidan que para mí, también existe la vida familiar.

He despertado de la siesta. El sueño desvanecido ya no existe o queda en un simple recuerdo.

Quizás debamos entender la conciliación de la vida familiar y laboral desde la infancia. Aunque sea necesario o no, que los niños lleven tarea a casa, cuestión ésta que ignoro, lo que me preocupa es ese mensaje que les estamos dejando, de que es inevitable llevarse a casa una parte de su jornada laboral. Cuando pasen unos años, y esos Pancracios dejen de ser niños y, cada uno de ellos tengan que comenzar a luchar por eso que llaman conciliar la vida laboral y familiar, o familiar y laboral, creo que no olvidarán que ya un día ellos se llevaron trabajo a casa y les resultó imposible conciliar dos mundos, que quizás debamos apartar.