TARAYUELA


Playa del Pago de la Tarayuela (Rota)


Todo cambia. Aquellas dos palabras fueron una despedida que no lo fue, un adiós a una etapa que duró, quizás, menos de lo que realmente se mereció. Pero en aquel instante se tuvieron que cerrar las dos hojas de una puerta, que por tenerlas abiertas sólo habrían dejado entrar al indeseado arcano de la muerte. Todo cambia: dos palabras, una expresión. Una expresión, tal vez algo manida, y por manida, demasiado despreciada. Sí, todo cambia, y por cambiar, aquel final, hoy se ha convertido en el inicio de una nueva etapa: la tercera ya.

Tarayuela es el nuevo nombre de este blog. Algunos, los más cercanos por aquello de la amistad, reconocerán el término, o tal vez hayan escuchado hablar de él. Pero el resto, al resto os invito simplemente a entrar y conocer que se esconde detrás de dicha palabra, que para un servidor, es más que un simple nombre.

Tarayuela es el nuevo proyecto relacionado con la palabra escrita que intento plasmar a través de este blog. A poco que entréis a bucear por cada rincón del mismo, podréis descubrir el espíritu que se guarda en él. No es tan distinto al que existía, pero sí ha recuperado la esencia de aquellos primeros pasos que se dieron cuando unas incipientes palabras, llenas de temor, quedaron plasmadas en una hoja en blanco, y vieron la luz por primera vez.

Aquí da comienzo otra nueva aventura. Y lo hará de manera paralela a mis otros proyectos literarios, porque detrás de Tarayuela, bajo la Tierra, esa misma Tierra que siente las caricias de la Mar, está creciendo ya la simiente de esas otras ideas en los que estoy inmerso, y que a poco que observéis, podréis leer y descubrir entre las líneas de lo que vaya apareciendo en este blog.

Tarayuela se convierte en ese navío en el que me embarco durante los próximos meses. Pero antes de seguir, os dejo un mensaje como aviso a navegantes: sólo pisaré tierra cuando la tripulación de este barco se amotine y decida que este escritor, que aquí asume el papel de marinero, y a veces de polizón, haya perdido el rumbo y olvidado lo que aprendió durante estos últimos meses, cuando me senté bajo la luz de una lámpara para leer las cartas marinas de la nueva ruta que he decidido emprender.

Tarayuela se pone en marcha, y lo hace sabiendo que aquella espada de Damocles que un día abrió un corte en mi piel, y cuya cicatriz se ha quedado para recordarme que ningún camino se recorre si no se pisa vereda, seguirá estando ahí. Permanecerá siempre, sí, pero lo hace sabiendo que Eolo, ese Dios que aquí enloquece con el viento de levante, será el único capaz de hacerlo olvidar, y que un día la punta de esa espada no volverá a rasgar la epidermis de mis palabras convertida en pasado.

Y para terminar, tengo que decir que Tarayuela es un espacio de todos y para todos. Tarayuela es un lugar donde haremos un viaje, transformado en un diálogo epistolar, al mundo de las reflexiones, de los pensamientos y de aquellas conversaciones que mantuve con mi padre, Manuel, un mayeto cuya visión del mundo me enseñó cómo son muchos de los caminos que recorremos. Pero Tarayuela es también un lugar para hablar sin palabras, y que sean las imágenes las que puedan expresar lo que a veces callamos. Y como no, Tarayuela, es un espacio abierto a todos, para que quien lo desee se pueda expresar con la libertad más absoluta, eso sí, con la única premisa del respeto, ese que todos proclamamos como valor esencial, pero que olvidamos en cuanto doblamos la esquina de nuestro propio camino. 

Sólo me queda daros la bienvenida, y expresaros mi gratitud por dedicarme parte de vuestro tiempo. Os deseo buena travesía.

 

YA SERÁN OTRAS PLAZAS

 

la foto

Desde que inicié esta experiencia de escribir en un blog y me convertí en eso que llaman bloguero, muchos son los temas que he intentado abordar. A través de pequeños relatos, de reflexiones que pueden ser más o menos acertadas, y de poemas, he pretendido observar de frente los distintos aspectos de la vida diaria, como la solidaridad, la soledad, el amor, la esperanza,…. Y siempre con el deseo de transmitir y comunicar sensaciones y emociones, de no dejar indiferente a nadie. Espero que alguna vez lo haya conseguido, y si no ha sido así, quizás vaya siendo hora de recoger las ideas, guardarlas en un cajón y tirar por otros caminos. Pero eso sí, cada vez que me he sentado frente a la pantalla del ordenador y he sentido cada letra del teclado bajo mis dedos, lo he hecho bajo una premisa básica, el respeto a las palabras.

Después de más de dos años embarcado en esta aventura personal, en la que se puede ver que existe un cierto trasfondo de aprendiz de escritor fracasado, me ha resultado ciertamente llamativo que algunos de los pocos o muchos que me han leído, han pretendido ver en mis reflexiones y en mis palabras, aspectos de mi vida personal, de mis vivencias cotidianas. Ya en alguna ocasión a estos lectores y lectoras, a los que agradezco desde aquí su tiempo por haberse detenido en leer mis escritos, les he aclarado que en ningún caso existe nada personal en ninguno de ellos. Bueno, a decir verdad, sólo en uno de los post publicados, existen dos líneas que contienen un aspecto de mi vida, pero a partir de ahí, nada de lo escrito tiene que ver conmigo.

Y sin embargo, hoy, tras varias semanas tirado en esa cuneta de palabras vacías, de encontrarme en un dique seco de ideas, os pido permiso para escribir, por primera vez, y espero que por última, de algo personal, muy personal. De hablarles de alguien muy importante en mi vida, y en la vida de los que me rodean. De hablarles de alguien que para muchos es un completo desconocido, pero que para otros, los que han tenido la oportunidad de conocerlo, estoy convencido que alguna huella en forma de recuerdo les habrá dejado.

Déjenme hablarles de Manolo o de Manué. Por estas latitudes tenemos la sana costumbre de acortar los nombres, de expresarnos de una forma diferente, y aunque para muchos pueda ser entendido como un ultraje a las palabras, desde aquí reivindico dicha forma de utilizar el lenguaje como una forma de identidad de una tierra, a diferencia de otros que de manera soberbia y altiva lo hacen con la suya. Pero no me quiero desviar, quiero hablarles de Manué, o como se le conoce en este pueblo, de El Torero. Este hombre de fina piel ruda curtida por las horas de sol, de amplios hombros y de grandes manos llenas de fuerza, nos ha dejado hace unos días. Este hombre apodado como El Torero no se ha vestido nunca de luces, aunque sí ha tenido y nos ha dejado una luz especial. Este hombre apodado como El Torero, nunca saltó al ruedo de una plaza de toros, pero sí se ha enfrentado a peores toros y cornadas que da la vida. Este hombre apodado como El Torero era la expresión de la bondad, la imagen de lo que conocemos como buena gente, de una gran persona, hijo de la razón como él mismo se etiquetó en alguna ocasión. Este hombre apodado El Torero, un mayeto que dejó sus manos y su amor en la tierra que labró. Este hombre apodado El Torero, detrás de su voz grave, siempre expresó su gran sentido del humor, su don de gentes y sus enormes ganas de vivir.

Este hombre apodado El Torero ya no se encuentra entre nosotros. Ya su ausencia nos ha hecho conocer a todos lo que es el vacío, un vacío que nos llena de recuerdos. A este hombre apodado El Torero, ya no lo veremos más torear por ninguna de las plazas de esta vida, y ahora serán otras plazas, otros afortunados, los que disfruten de su presencia, de su manera de lidiar con el día a día.

Gracias Manué, gracias Torero, gracias Papá.