La infancia es un paisaje



El tiempo corre. Cuando el año está a punto de despedirse y le restan unas horas, tengo la impresión de que ralentiza las agujas del reloj. Por un instante, ese tiempo hace parada y fonda y se detiene en el resumen que hacemos de un calendario que será arrojado a la basura, como un desperdicio más. Es una extraña sensación de aparente melancolía. Nos evadimos al examen de conciencia, donde incluso la memoria inventa un repaso distorsionado de la realidad a su propio antojo.
El tiempo vuela. El nuevo año llega dando codazos. Parece que siempre viene con prisas. Si fuera por él, no tendría inconveniente en ser un hijo prematuro, porque asoma su cabeza de manera insistente. Tanto es así que lo esperamos con la inquietud del sonido de las campanadas, de esa música que ahoga lentamente a ese otro año que despedimos.
El tiempo. Siempre el tiempo.
Cuando llega este día, las imágenes del año se agolpan en ese escondite que el cerebro deja para los recuerdos. Y como todos, o casi todos, en ese afán cinéfilo de montarnos nuestra propia película, durante unos minutos, las miradas se pierden recreando cada escena de otro año que se marcha.
Me gustaría olvidar este 2024, donde el revelado de los negativos de esas imágenes del desastre de Valencia y de otros puntos de España, todavía ahogan mi garganta. Pero como la vida se refugia en la esperanza, deseemos que el 2025 nos traiga mejores instantáneas de la película que vamos a estrenar dentro de pocas horas.
Os deseo todo lo mejor. Sobre todo mucha salud. Feliz año. Feliz 2025.
Es media mañana. Aún no ha llegado el mediodía y se oye como hilo musical ese ruido que baja el telón de este teatro estacional. El chirrido de las persianas despide el verano. Es la misma estampa de cada año en este lugar de la costa. Todo se repite. Un final como principio, otro principio que llegará a su final. Los vecinos temporales, que llegaron con piel blanquecina como desfallecidos con cara de moribundos, se despiden con el rostro maquillado por el sol. Pocas lágrimas. Muchas risas entrecortadas. Un abrazo hasta el año próximo. Un beso de despedida mientras murmuran un hasta pronto. Las maletas llenas de ropa que no estará de moda la temporada próxima, vacías de postales y de cartas de amores de verano, porque esos teléfonos no conservan la nostalgia. Un coche dobla la esquina. El otoño suspira por llegar.
La ciudad de vacaciones regresa al pueblo de invierno. Lo cotidiano vuelve como si el tiempo lo hubiera ocultado en esa fiesta estival de chiringuitos, arena y noches atrapadas por madrugadas. Las rutinas escolares y los horarios. Los aparcamientos vacíos de esas calles asomadas al extrarradio. Los anuncios de la televisión de coleccionables, libros empaquetados y de perfumes que presagian lo que llegará con las luces navideñas.
Sólo es un instante. La rutina imperfecta de un diario.