De Pucela a casa

704 kilómetros. El navegador había calculado la distancia a golpe de GPS. Antes de arrancar el motor del coche, varios recuerdos se te echan encima. Por la mañana, Marina. Su sonrisa no se separaba de sus labios. Su amabilidad no era un edulcorante en la manera de tratar a los clientes. Y sus ojos, sus ojos escondían cierta timidez. Eso sí, Marina es el mejor tratamiento de rejuvenecimiento. Su <<¡hola chicos! ¿qué vais a tomar?>>, que nos dijo las dos mañanas que estuvimos desayunando en el mismo lugar, nos vino bien para quitarnos algunos años de encima. Pucelana pero con corazón gaditano, de esos que son imposibles de olvidar. Por la tarde, Rafael. Rafael y sus hijos Alberto y Charo. Llegamos justo a tiempo. Diez minutos de conversación rodeados de obras de arte: oleos, esculturas… Una charla amena. No pude ocultar algún gesto de nerviosismo. Rafael sonreía con la mirada. Restaba importancia a su generosidad. La serenidad de una voz que escondía la firmeza de sus palabras. Quise por un momento imaginarlo en su juventud. Un apretón de manos como despedida.

Estrella, Ceferino, Miguel y Cristina. OLETVM. Una librería donde pasar las horas, donde dejar que el tiempo transcurra y se convierta en ese olvido a veces necesario de no mirar el reloj, de no acudir al móvil en ese acto reflejo en el que lo hemos convertido, como si necesitáramos que alguien nos llamara. <<Que no suene>>, me dije en voz baja, haciéndole caso a mi subconsciente. Que nada me rompa en este momento la magia de estar mirando los libros perfectamente clasificados, leyendo sinopsis sin parar, releyendo las primeras frases de obras reeditadas; acariciando el papel de cada obra, ya sea de narrativa o de los poemarios. Quién sabe si entre ellos se estaba produciendo alguna conversación en aquel momento. Porque sí, porque reconozco que a veces imagino que la magia de la librería también se encuentra cuando cierra sus puertas. Porque creo que a veces los libros se hablan, ríen, lloran, y que discuten algunas noches de madrugada, y que solo callan cuando escuchan abrir de nuevo las puertas de la librería a la mañana siguiente. Sí, sí, no digáis nada, lo sé, es demasiada fantasía la que vuela por mi cabeza, pero eso fue lo que me ocurrió en OLETVM pocas horas antes de la presentación de Recovecos.  

Arranco el coche. Emprendemos la vuelta. Los recuerdos ahora son imágenes. 

 

Apago el motor del coche. <<Ha llegado a casa>> dice Marta, la chica del navegador que parece algo resfriada, porque la noche anterior trasnochó algo más de la cuenta. En casa. Deshacer maletas. La lavadora tiene trabajo. Llenar la librería con nuevos libros. Algunos ya colocados en el lugar reservado para las lecturas especiales. Pero como en casa nos hemos sentido en Valladolid. Y todo por Marisa y la compañía. Por Charo. Por Pilar y Rosa. Por el equipo de OLETVM. Por Mónica y los años que nos conocemos a través de las redes, hasta que nos pudimos dar un abrazo. Por Manu, que vino de Barcelona y hacer que la vida tuviera un antes y un después probando las tapas en la Tasquita. Por Deva, o Gloria, porque no solo ilustró mi libro, sino por lo gran persona que es. Valladolid fue hogar por unos días, y volaron las alas de aquellos ángeles para descubrir que la única distancia es no imaginar.

Y en OLETVM se reveló un secreto a los que asistieron a la presentación de Recovecos. Un secreto que iba escondido en una botella de agua de mar. De ese mar que viajó desde Rota a Valladolid. Un secreto que en pocos días dejará de serlo. 

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De Valladolid a Pucela

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Los viajeros siempre piensan que llegan a su hora, hasta que entran en el primer lugar que encuentran y le dicen que la cocina está cerrada. No hay mal que por bien no venga, creo que dice uno de esos dichos populares. El hambre apremia y urge hallar un lugar donde saciar el otro cerebro de nuestro cuerpo. El local tiene buena pinta. Está calle abajo. Entramos. Nos encontramos con Raúl. No es su nombre, pero como nos recuerda a un Raúl que conocemos, así llamaremos a este chico bien parecido, amable, sonriente y que se encuentra en esta ciudad por amor. Las historias de amor tienen esos otros viajeros por el mundo. Y mientras nos sirve dos bocadillos y dos cervezas, en el rato de conversación nos cuenta que además del amor, y de poner desayunos, meriendas y comidas con el mandil de camarero, está terminando un año más de facultad para ser futuro maestro. Pagamos la cuenta, nos deseamos que todo vaya bien y nos despedimos sin saber si el destino dirá que exista un nuevo cruce de caminos.

Los viajeros comienzan a recorrer las calles. Observar y escuchar. Mezclarse entre la gente. Una esquina. Otra. Una calle. Una plaza. Los viajeros se detienen, observan el plano. Son unos desconocidos entre desconocidos. Los nombres de las calles tienen sentido en cada ciudad. Los viajeros ignoran la identidad de esos ilustres que tienen rotulados sus nombres y que dan a los callejeros su razón de ser. Hasta que comienzan a preguntar. ¿Quién es tal?, ¿quién es cual? Pero hay algo que les llama la atención: el silencio. Un silencio que no es silencio, pero que sí transforma los pasos apresurados de los viajeros en una sensación de calma y serenidad. La gente habla, pero lo hace en voz baja, apenas se escuchan las conversaciones. Es ese otro silencio el que serena los pasos de unos viajeros recién llegados.IMG_6802

Amanece el primer día para los viajeros en esa otra ciudad. Hacen de turistas por un rato hasta que recuerdan que son viajeros que no desean seguir los pasos marcados en el suelo de esa otra ciudad que parece inventada. Un lugar. Otro lugar. Un monumento. Otro. El vigilante del museo deja de serlo para hablarnos de su ciudad, de su pueblo, de su otra ciudad. Sus ojos se le iluminan. Ha olvidado por un momento que era vigilante, que nadie se acercara hasta esa frontera imaginaria que pudiera dañar la historia de su ciudad. Nos despedimos, un saludo que se vuelve cercano. Otro cruce de caminos que no sabemos si el futuro habrá previsto que vuelva a llegar.

Llega la hora de calmar la sed. No son bares de turistas los que los viajeros andan buscando. Es un lugar pequeño, escondido. Son gente de la ciudad quienes se agolpan en su interior. María es María. Su acento no es de la ciudad, porque es otra viajera de las caminan por el mundo. Calla su origen hasta que te dice en voz baja que es rumana, pero reivindica que lleva más de quince años en la ciudad. Sonríe. Sonríe mientras sale fuera de la barra del bar para recoger los restos de unos vasos que han estallado contra el suelo. Sonríe. Nos pregunta si nos han gustado los vinos, los pinchos y las tapas. Sonríe pero con la sinceridad de quien siente que es parte de su vida hacer que unos viajeros se sientan como en su casa.  

Los viajeros no echan raíces, pero sí dejan sus raíces en este lugar. Los viajeros saben que Valladolid comienza a ser Pucela. 

Esta historia continuará. 

 

Olga Serrano

Escribiendo...

Lujuria Y Verso

Escritos, pensamientos y deseos. Sin rima, ni prosa. Mi universo en letras.

Confieso que he perdido el miedo

Ya no hay compuertas ni muros que retengan mis palabras. Ahora somos compañeras insurgentes hacia lo que nos hiere.la belleza y la ironía son las mejores armas para expulsar la indiferencia.

La de Maldita Melena

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Poesía y relatos basados en mi vida y la de otras personas.

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